Esta maestra ejerce en Aineto, cuya escuela nunca ha tenido que cerrar por falta de escolares
ELENA PUÉRTOLAS 14/07/2018
HUESCA.- Es uno de los últimos días de curso y los alumnos del
aula de Aineto acaban su clase de aragonés y toman los pinceles para crear
un mural en la fachada de sus aulas prefabricadas. Siete niños de Aineto,
Artosilla y Solanilla, los tres pueblos próximos y ocupados legalmente por
la asociación Artiborain, acuden a este centro que cumple 30 años,
desde que los primeros pobladores impulsaran su apertura, dando clases ellos mismos
incluso, hasta que se creó la plaza que ocupó hasta su jubilación
Arancha Salazar, vecina también del pueblo. Fue de los primeros colegios
que se reabrieron en los años 80 tras las políticas de cierre de décadas
atrás que fueron el broche para abocar a muchos pueblos del Alto Aragón
a su desaparición.
Senda, Ara y Alma, de Aineto; Zuli, Eric y Teo, de Solanilla; y Oihan, de Artosilla,
son los alumnos de este centro que ha llegado a recibir a más de 15 y que en
30 años nunca ha tenido que cerrar por falta de escolares. Tras empezar
en una vieja edificación, consiguieron unos barracones con dos aulas que sobraban.
Hoy, nada tienen que ver con lo que recibieron, ya que los padres forraron el
interior de madera para conseguir un mayor confort y se autoabastecen con placas
solares que sustituyeron a la estufa de leña inicial.
"Pedí esta plaza por cercanía a Huesca, pero después descubrí
que el trayecto era diferente. Más tarde me hablaron de cómo era la escuela
y el pueblo, y me pareció un reto diferente que hasta ahora no me había
tocado. Pero no conocía la idiosincrasia de este pueblo y fue casualidad".
Solo hay 70 kilómetros, pero parte por la carretera de la Guarguera (A-1604),
para cuya mejora existe una reivindicación eterna. Silvia Gómez ha
hecho cada día este recorrido para ejercer de maestra en Aineto, su destino
definitivo, y tras un curso escolar y un invierno con nieve en la carretera, quiere
seguir ahí.
Lo que sí tenía claro es que a la misma distancia que Zaragoza prefería
trabajar en el medio rural. Con todo, "para mí esta escuela ha sido
un descubrimiento, por el trato que tienen los alumnos entre ellos, como si fueran
hermanos. Los pequeños aprenden mucho más y mucho antes, porque están
más estimulados al ver que los demás saben leer o escribir", resalta.
"Es muy diferente el contacto con el medio, porque tenemos la naturaleza
plena y salvaje. Los niños salen fuera y conocen muchas plantas y sus usos
medicinales, que incluso me enseñan a mí. Había oído hablar
de las manzanitas de pastor, pero no sabía identificarlas", relata la maestra
en la puerta del centro, donde se puede poner un pie dentro y otro directamente
en el monte. Embarazada de varias semanas, el próximo curso no estará.
No le importaría llevar a su hijo a este colegio, pero le frena el viaje.
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