Investigadores del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), de Jaca, resaltan el valor ecológico de los pastos de altura y, por lo tanto, la importancia de la actividad ganadera en espacios como Ordesa
ELENA PUÉRTOLAS 17/08/2018
Existen planes para proteger al urogallo, al quebrantahuesos o al zapatito de dama.
Pero, ¿quién protege a la especie humana? "Cada vez quedamos menos
gente, sobre todo en la ganadería. Aquí si no fuera por el Parque Nacional
de Ordesa, no existiríamos ninguno", opina el ganadero jubilado de Linás
de Broto Enrique Ramón. Pero, el espacio protegido en parte es como es por
los usos ganaderos. La despoblación y, en concreto, la disminución de
la actividad ganadera o la reducción de la diversidad de los hervíboros,
afectan al paisaje. Investigadores del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE)
constatan que el bosque gana terreno a los pastos y que se pierde diversidad
de flora, que también incide en la fauna.
"Si queremos un paisaje diverso de montaña, hace falta que viva gente",
concluye la doctora en Biología e investigadora del Instituto Pirenaico de
Ecología (IPE-CSIC), en Jaca, Sara Palacio. Pero, "que viva gente no como
en una ciudad, sino que trabajen en el territorio". En su opinión, "muchos
problemas de la Ecología derivan de problemas socioeconómicos".
La despoblación del medio rural y el abandono de los medios de vida tradicionales
en las últimas décadas han conllevado la expansión del matorral
en zonas de pastos y cultivos, que tiene consecuencias ambientales. "En
los pastos hay más especies vegetales y el paisaje forestal es todo más
homogéneo", comenta Sara Palacio, que ha investigado sobre la expansión
del matorral en Ordesa y Monte Perdido y que ofreció recientemente una conferencia
con motivo del centenario del Parque Nacional, que se cumplió el 16 de
agosto. "Los pastos, aunque solo representan un 7% de la superficie de Aragón,
atesoran más del 30% de las especies vegetales, casi un tercio de la diversidad
florística", apunta Palacio, según los datos del investigador Daniel
Gómez, que se recogen en el Atlas de la Flora de Aragón.
En su afirmación, coincide con el también investigador del IPE Ricardo
García, que considera que "los pastos acumulan una gran cantidad de
especies que no están en los bosques. La biodiversidad en los pastos o
en un mosaico de matorral-pasto o bosque-pasto es mucho mayor que si solo hay bosque".
"En los próximos años o incluso lustros, porque por los estudios que
hacemos el proceso es muy lento, lo que va a suceder es un proceso de cambio de
la vegetación y de la colonización del bosque de los pastos de altura.
Se recuperará un paisaje como el que había hace unos miles de años",
apunta el también investigador del IPE Ricardo García.
El paisaje ha cambiado. Se aprecia en comparativas con fotografías de finales
del siglo XIX, lo demuestran los estudios científicos y la observación
de los ganaderos en las últimas décadas. Pero el proceso se inició
ya en el Neolítico. Ricardo García explica que hay datos del uso pastoral
de las partes altas de las montañas de hace unos 6.000 años, que ya se
talaba para ganar superficie de pastos. El impacto más fuerte fue en la Edad
Media, entre los siglos XIII y XVIII. Después, "a finales del siglo XIX
y principios del XX, que se produjo una fuerte deforestación porque se necesitaba
madera para todo", detalla García.
Tras la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, se produjo un descenso de los censos
ganaderos de todo el Pirineo, motivado por la industralización y el desarrollo
rural, comenta García. Por este fenómeno, comenzó a descender
el ovino, ya que en cualquier valle había 100.000 ovejas y ahora unos pocos
miles si llegan. Sin embargo, el vacuno se mantuvo o incluso aumentó como
en el entorno de Ordesa y Bielsa. "Este cambio de especies también
ha tenido mucha influencia en el uso de los pastos de altura, porque el vacuno no
se mueve bien en pendientes", apunta García. Por ello, las zonas pendientes
quedan invadidas por el matorral mientras que en las llanas "se produce un sobrepastoreo
con un exceso de fertilidad, que cambia las plantas y empiezan a crecer nitrófilas
como ortigas, cardos... y una corte de plantas que cambian y que, en principio,
tienen menor valor nutritivo", comenta.
En este sentido, Sara Palacio resalta la importancia de que existan cabañas
diversas, con vacas, ovejas, cabras, mulos... porque cada especie actúa
de una forma en el monte. Por ello, "si queremos tener gente en el monte, hay
que favorecer las explotaciones medias, que quien quiera tener ganado no tenga que
ser a gran escala", señala. O incluso cerdos, como en Francia, sugiere
García. En el Pirineo, el Gobierno de Aragón ya hizo una experiencia
de tener burros con esta finalidad, pero fracasó por motivos ajenos a la
ecología. "En Ordesa, siempre hemos recomendado el uso pastoral dentro
del Parque porque se mantiene la calidad nutritiva, aunque por razones sociales
ya no haya tanto ganado", señala García. De hecho, los ganaderos de
Torla tienen derechos de uso, pero ya solo quedan dos.
¿Qué paisaje es mejor? Un estudio del investigador del IPE Federico Fillat,
ahora ya jubilado, al que aluden ambos, tras mostrar fotos de paisajes de ambos
tipos los habitantes de ciudad preferían el paisaje boscoso y los del medio
rural el mixto con superficies de pasto. Desde el punto de vista de la Ecología,
nada es bueno o malo, depende del modelo de desarrollo que se elija.
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