Diario del Altoaragón 05/02/2019
Valga el juego de palabras buscado para refrendar que, efectivamente, el presidente
de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, ha sido bendecido por Europa como el
encargado de liderar la transición hacia una democracia real a través
de unas elecciones que, evidentemente, no puede convocar con credibilidad ni rigor
Nicolás Maduro. La excepción de Italia con su veto a la declaración
institucional no puede ser considerada un obstáculo habida cuenta la "seriedad"
del gobierno integrado por el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte, que en sí
mismo es la viva imagen de la incoherencia de la que no puede salir sino recesión
y desprestigio. Pedro Sánchez saltó a la palestra justamente después
de que lo hicieran Suecia y Francia, y tras el español se manifestaron casi
todos los países de la Unión Europea, que, por cierto, haría bien
en modificar las reglas de juego para que asuntos tan trascendentales puedan ser
resueltos sin quedar al albur de extravagancias o de radicalismos que difuminan
la esencia de un continente que precisamente fue reconocido con el Premio Nobel
por su contribución a los modelos de Estados de Derecho. Una responsabilidad
que demandaba su pronunciamiento sin tapujos en la horrible crisis venezolana.
Negar a través de Juan Guaidó la oportunidad de acabar con una podredumbre
que arruina a los ciudadanos de Venezuela es una actitud abominable y ciega, que
obvia cobardemente el salvaje éxodo de venezolanos, una inflación insoportable,
un empobrecimiento indignante en un país riquísimo en recursos y una vulneración
execrable de la convivencia -baño de sangre incorporado- y de las reglas del
juego democráticas. No hay duda de que Maduro no puede tener papel en la solución
y de que hay que dar voz al pueblo. Quien lo niegue, retrata sus miserias e inhumanidad.
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