Diario del Altoaragón 08/02/2019
La Sanidad es como los arbitrajes en el fútbol: si pasa inadvertida, es síntoma
de normalidad... o de apatía. Sin embargo, tradicionalmente, se trata de un
sector convulso, debido a que la diferencia entre los recursos ideales y los disponibles
siempre existe, por más que esté sometida a esa afición de gobernantes,
sindicatos y opinantes a la interpretación. Consecuentemente, es una actividad
sometida al conflicto casi permanente, no sólo por la divergencia en las prioridades
sino por la constatación de que, efectivamente, las limitaciones restringen
el derecho ciudadano a la eficacia en materia tan sensible como es la salud, con
la educación y los servicios sociales la esencia de la acción encomendada
por el Estado de Derecho a sus estructuras.
Que el medio rural y las pequeñas ciudades padecen unas escaseces alarmantes,
diversas en sus causas y perniciosas en sus efectos, es un hecho compartido, aunque
el diagnóstico y el tratamiento sea objeto de análisis contrastables.
Que en el conjunto de la Sanidad hay deficiencias, en grado debatible pero incontestable,
admite escasa discusión. Otro asunto es la habilidad de instituciones y profesionales
de optimizar los medios para entregar las mejores prestaciones. La huelga principiada
ayer por médicos y enfermeros evidencia asignaturas pendientes sobre listas
de espera, funcionamientos burocráticos, condiciones laborales, seguridad y
organización, que, albergando un patrimonio individual y público como
es el del bienestar, tienen unas repercusiones indeseadas para el cuerpo total de
los pacientes.
En realidad, y reconociendo que la sanidad pública en nuestro país tiene
una calidad muy apreciable, es un buen momento para repensarla, analizarla, profundizar
en el equilibrio en toda España y dotar a los profesionales de la mejor atmósfera
para su eficiencia.
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