No entienden este espacio protegido sin los habitantes de este paraje sobrarbense y reivindican su papel
ELENA PUÉRTOLAS PUÉRTOLAS 15/09/2018
TORLA.- Érase una vez el hombre que habitaba en los bosques y los prados
de Ordesa y que cinceló con su esfuerzo en el campo y actividad ganadera el
paisaje que un 16 de agosto de 1918 se convirtió en el Parque Nacional de
Ordesa o del río Ara, como se denominó en sus inicios. De eso hace
cien años y no es ningún cuento, ni se trata de duendes ni seres mágicos.
Esos hombres y mujeres son los abuelos y bisabuelos de los vecinos de Torla,
de quienes aún hoy llevan las vacas a pastar al espacio protegido, trabajan
como vigilantes o informadoras o alojan en sus negocios turísticos a los más
de 600.000 visitantes que reciben al año.
Su huella no es tan espectacular como el vuelo del quebrantahuesos ni la especie
humana está considerada endémica como la flor de Edelweiss, pero es
una especie a proteger. "¿Por qué no habremos nacido bucardo?",
bromeaba hace años un trabajador, cuando se lanzó el plan de protección
de esta especie cuyo último ejemplar murió a principios del año 2000.
A veces se sienten invisibles, quieren que se les escuche y reivindican su
papel. "Para nosotros, Ordesa no es un paisaje, es nuestra casa",
explica María José Buisán, que trabaja en el parque desde 1989 y
su padre, Alfredo, fue guarda durante décadas. "Para los vecinos de Torla,
Ordesa es como si fuera nuestro", apunta el alcalde, Miguel Villacampa, quien
no entiende un parque sin sus habitantes. "Sin la gente de la zona no sería
lo que es, sino un monte más. Si no, que le pongan una verja con llave y que
la tengan en Zaragoza", apunta.
"¿Qué verán?, si no te ven cuando te miran,/ si al mirarte solo
ven una postal/ no la tierra donde un pueblo y sus fantasmas/, abrazados plantan
cara al temporal./ Si te vieran con los ojos que te veo,/ te verían sin tenerte
que mirar./ Tus paisajes -seda verde y terciopelo-/ son el cofre y tú la joya
que guardar." Esta letra de la canción "Una huella en la nieve"
de La Ronda de Boltaña viene a la cabeza cuando se escucha a los vecinos
de Torla, que se reivindican como habitantes del medio y los primeros en cuidar
ese paisaje que tanto admiraron los primeros pirineístas desde Ramond de Carbonnière
en el siglo XVII, Schrader o Lucien Briet. Hasta que Pedro Pidal, marqués
de Villaviciosa e impulsor de los Parque Nacionales a principios del siglo XX,
reclamara una reserva para Ordesa: "Conserva su sello de grandiosa virginidad.
Un acotamiento a todo aprovechamiento de leñas y maderas, una limitación
de pastos a los términos absolutamente precisos para la vida de la ganadería
de la región y una veda rigurosa de la caza, realzarían en poco tiempo
las condiciones naturales de este valle, lo convertirían en uno de los sitios
más visitados por los turistas, con lo que se compensarían sobradamente
estas privaciones, con notoria ventaja para los vecinos de los pueblos inmediatos".
Sin duda, las "privaciones" llegaron. Los vecinos de Torla vendieron
en 1918 terrenos para el parque. Pero aún hoy, conservan fincas, aunque
cada vez se cultivan menos, en territorio protegido, y sus construcciones también
están limitadas. Pero también llegaron las "ventajas". "Es
un motor de desarrollo no solo para el pueblo sino para toda la comarca (Sobrarbe).
Es como nuestra fábrica", apunta Buisán. De hecho, "es el
único sitio importante de generación de empleo" y, por lo tanto, el
único capaz de favorecer el asentamiento de la población, apunta el alcalde
Miguel Villacampa. Por ello, ambos reclaman que se favorezca el empleo a los
habitantes de la zona. "Ordesa no solo es Patrimonio Natural de la Humanidad,
sino también Cultural, y ese conocimiento de generaciones lo podemos transmitir",
indica esta informadora.
Con todo, esas ventajas tardaron en llegar. Desde que se creó el parque
en 1918 hasta los años 70, "no hubo gestión", indica el alcalde,
y realmente no se desarrollaron infraestructuras hasta la promulgación de la
Ley de Parques y la ampliación con Monte Perdido en 1982, cuando pasó
de 2.200 a las 15.696,20 hectáreas actuales. Fue entonces cuando se empezaron
a dar ayudas a los municipios del área de influencia, pero hasta entonces
nunca hubo "compensación", indica el alcalde.
Desde la declaración como parque había solo tres guardas para proteger
el espacio, principalmente de la caza y la pesca, recuerda el vecino de Torla
Juan Pintado, que desde 1960 y durante 40 años fue guarda mayor. Poco después
de su llegada se prohibió la acampada en la pradera, donde durante poco tiempo
llegó a haber un camping. Por aquel entonces todavía existían cerca
de la Pradera los alojamientos de Casa Oliván y Berges, de vecinos de Torla.
"Nevara o no nevara, y ahora no nieva ni la mitad, salía a pie a las
8.00 de casa y volvíamos al anochecer", recuerda Pintado. Además,
se encargaban de informar a los visitantes, que en aquellos años llegaban atraídos
por la Cola de Caballo y la Senda de los Cazadores, por lo que no ha cambiado tanto.
También llegaban muchos escaladores al tozal del Mallo. Pero la labor de los
guardas iba más allá y ayudaban a la Guardia Civil a rescatar a los
montañeros accidentados, a los que evacuaban en camilla porque "entonces
no había ni helicópteros ni nada", apunta Pintado. Ni siquiera llevaban
emisora. Tampoco había tantos senderos. "Faja Racón y Canarellos,
que viene del Bosque de la Hayas, lo hicieron nuevo porque no había camino",
recuerda Jesús Viñuales, un ganadero retirado y propietario de
unos 20.000 metros en el parque. Por ello, exige mayores compensaciones para
Torla. Ese trabajo lo cobraban con jornales extra porque a finales de los años
60 el sueldo era escaso: 3.000 pesetas, recuerdan Germán López, guarda
desde entonces hasta que se jubiló, y su mujer Pepita Cadena, que llegó
a trabajar en el antiguo parador y fue ganadera.
Por ello, muchas familias mantenían la ganadería, como el guarda
Alfredo Buisán, porque no había ni una sola de las 40 casas de Torla sin
ganado. Primero, sustituyeron las ovejas por las vacas y, con la popularidad del
parque, convirtieron las cuadras del pueblo en casas de turismo rural. De ello,
habla también Margarita López, hija de Germán y Pepita, que comenzó
a trabajar a finales de los 80, como María José Buisán, de vigilante
en el parque. Fueron las primeras mujeres en ese puesto. Ahora combina su actividad
como informadora con el negocio turístico. Tanto ellas como María
Ángeles Pintado, hija de Juan, han podido quedarse y formar su familia en
Torla. "Los turistas dicen que aquí vivimos muy bien y es cierto, por
la libertad, pero no es tan fácil como parece. Necesitamos más servicios",
apunta al reseñar que su hija tarda una hora en ir al instituto de Aínsa
o la dificultad de conseguir una vivienda.
Ramón Cadena o José Domingo Puértolas son dos de los vecinos de Torla
que mantuvieron su actividad ganadera y que cultivaban sus terrenos particulares
situados entre el puente de los Navarros y la pradera. Pero, a pesar de la protección,
el paisaje de Ordesa ha cambiado por la disminución de esta actividad,
de modo que el bosque ha comido terreno a los pastos y, con ello, se pierde
diversidad de flora y fauna. Ya solo quedan como ganaderos el yerno de Ramón
y Carlos Villacampa, que aún sube las vacas a Ordesa, cuando no está restringido.
"El problema no son las vacas, es que hay que civilizar al visitantes, que abraza
al ternero para hacerse un selfie", indica Buisán. El próximo día
20 les visitará el rey Felipe VI, quien en su intervención en el Senado
ensalzó la labor de los habitantes del entorno para el mantenimiento del parque.
"¡Si supieran ver que hay huellas en la nieve/ que ni un sarrio ni un esquí
pueden dejar.../ ¡Si siguiéndolas llegaran a esta puerta!... / ¡Si
trucasen... Tal vez pudieran entrar!", dice la Ronda.
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