ILDEFONSO GARCÍA-SERENA 23/03/2020
Hoy es domingo, es de día y hay un extraño silencio en las calles. Vuelvo
en estas páginas a las palabras de Winston Churchill, aquel político inglés,
escritor y periodista, que tantas y tantas frases afortunadas nos regaló. Su
vida estuvo llena de retos impresionantes de los que supo extraer lecciones ejemplares;
especialmente nos habló de dos virtudes que se vuelven imprescindibles en tiempos
de zozobra y miedo: el coraje y la entrega a los demás. A veces son la misma
cosa. En plena batalla de Inglaterra, cuando las bombas alemanas destruían
las ciudades inglesas cubriéndolas de fuego y los pilotos de caza de la RAF
se batían gloriosamente en el cielo para evitarlo, Churchill dijo estas palabras
a los británicos, paradigma y resumen de ambas virtudes humanas: "Nunca
tantos debieron tanto a tan pocos". Los londinenses le escuchaban bajo el suelo
de sus casas.
En estos momentos España entera se lo debe TODO a muy pocos, los profesionales
de la Sanidad, médicos, enfermeras, auxiliares, conductores de ambulancia,
personal de mantenimiento y de limpieza, cocina, y todos los que trabajan en hospitales,
clínicas y centros de salud. Pero también se lo debemos a los que en silencio,
con riesgo de sus vidas, mantienen su presencia al pie del cañón: no son
otros sino los que continúan en la farmacia de la esquina, el coche patrulla,
la caja del supermercado, el poste de gasolina, la moto de repartir comida, la redacción
del diario, la radio o la tele y un largo colectivo de profesionales que en estos
momentos aguantan sobre sus espaldas -con muchos riesgos, repito- el peso inmenso
y las condiciones de existencia de unos ciudadanos atribulados por un suceso extraordinario
e inesperado, una pandemia.
Y aquí me detengo, porque no hay mucho más que decir, salvo aplaudir con
fuerza primero, y después reflexionar sobre el sentido y valor de tanta entrega,
coraje y su generosidad. Meditar sobre el significado profundo de todo ello. Pienso
que se trata, nada menos, que de ver en estos héroes de hoy el regalo de la
condición humana en su mejor cara: es un obsequio enorme -y nada simbólico-
que debería ser para cada uno de nosotros en este momento un bálsamo poderoso
ante la tristeza, la desolación y el miedo. Un verdadero consuelo ante la evidencia
de nuestra infinita fragilidad. Es un regalo que trasciende nuestra individualidad,
pero que confirma la existencia de una condición humana mucho más fuerte
por la que vale la pena luchar y vivir, y que a veces en la Historia nos interpela,
en ocasiones con mucha dureza.
Porque aunque no podemos conocer el futuro e ignoramos hoy cuál es el destino
que nos aguarda tras la enorme crisis del Coronavirus, tanto a nivel colectivo como
individual, sabemos que la emergencia solo pasará -y pasará seguro- con
la contribución de todos, es decir cuando veamos el desafío como algo
que nos devuelva la condición de especie.
Yo también tengo miedo por mis seres queridos, también soy grupo de riesgo,
también temo a la muerte, pero siento especialmente estos días una calma
inesperada, la que me da el irresistible deseo de fundirme en mi propia cadena de
lealtades, mi patria, mi tradición, pero también sentir mi condición
de átomo universal; una insignificante partícula esperando de ese Universo
común una Justicia a su altura.
No te preocupes lector, lava tus manos, aguarda en tu casa, quiérelos a todos
-amigos y enemigos- y confía. Pronto habrá pasado todo.
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