El vecino de Murillo de Gállego está confinado en Filipinas, a 10 horas de Manila
P. PÉREZ ÁLVAREZ 02/04/2020
HUESCA.- A Andrés Guillén, un vigilante forestal de 57 años
de Murillo de Gállego, las
medidas de confinamiento por el coronavirus le sorprendieron a miles de
kilómetros de su pueblo. Concretamente en la localidad filipina de Pagudpud,
a unas 10 horas de viaje desde la capital, Manila. Acababa de llegar en autobús
a este destino turístico de playa en la isla de Luzón, la más grande
del país.
"Fue bajar del autobús y empezar a andar con mi mochila cuando fui detenido
por el simple hecho de ser extranjero", relata desde ese mismo lugar, donde
lleva recluido en un complejo turístico desde entonces, con la prohibición
de pisar la calle y sin saber cuándo ni cómo podrá regresar a
España.
La policía lo llevó a una comisaría donde coincidió con otros
siete españoles que estaban en la misma situación y de allí
los obligaron a todos a alojarse en un resort, donde se encuentran desde
ese día.
Es decir, desde el 16 de marzo, dos días después de que el Gobierno
español
decretara el estado de alarma por la covid-19, y el mismo día en el
que el presidente filipino, Rodrigo Duterte, con 140 casos confirmados (frente a
los 5.100 con los que España ordenó el confinamiento) y 12 fallecidos
, extendió a toda la isla la cuarentena que había decretado para la
zona de la capital.
La detención fue totalmente sorpresiva para Andrés: "Yo veía
la situación de España y les decía a mi familia, amigos y allegados
que aquí estábamos mucho mejor. De hecho, se podía caminar por
la calle con total libertad, nadie llevábamos mascarilla y la vida era
normal".
Ahora, él y los otros españoles, junto con una italiana que fue llevada
al mismo complejo turístico, llevan más de dos semanas encerrados en
él y la cuarentena está en vigor para dos semanas más, de momento.
Han intentado que la embajada española les ayude a volver a casa, a ellos y
a los cerca de 490 españoles que se han quedado varados en Filipinas
por la cuarentena, algunos de ellos atrapados en pequeñas islas, ya que la
comunicación entre las más de 7.000 que conforman el país del sudeste
asiático está suspendida. Sin embargo, "la embajada no está
haciendo mucho", critica Andrés.
"Nos pregunta con cierta frecuencia cómo nos encontramos, si nos hace
falta algo y que tengamos fuerza y paciencia", explica. Además, les
ha ofrecido un salvoconducto con el que pueden sortear el centenar de controles
carreteros que les separan de Manila, en un viaje de entre diez y doce horas, para
coger un avión de regreso a España. El problema es que apenas hay vuelos,
los que hay son muy caros - "se han dado casos de billetes de 3.000 euros"
-y no tienen garantías de que no los van a cancelar o de que no les retendrán
en el tránsito del o los países en que tengan que hacer escala. "Estamos
en un limbo", dice el altoaragonés.
La legislación diplomática española les había dicho que iba
a intentar ayudar. Pero tras varias comunicaciones que cambiaban a las horas y se
contradecían, "ahora nos han dicho que no, que nos busquemos la vida",
sostiene.
"Estamos defraudados y decepcionados por el comportamiento de la embajada.
El sentimiento general del grupo es que estamos realmente abandonados por nuestro
país casi en las antípodas de España", lamenta.
Andrés reconoce que el sitio en el que están es una "jaula dorada"
en comparación con la situación general de confinamiento en muchas partes
del mundo. Están bien de salud, como comprueban las autoridades sanitarias
filipinas cada pocos días, y se encuentran en un hotel con playa propia
donde pueden ir a nadar sin entrar en contacto con nadie de fuera. Incluso los trabajadores
del hotel están aislados en el establecimiento. Nadie ha tenido contacto
desde hace dos semanas con el exterior, por lo que no temen al contagio.
Las autoridades les compran una vez a la semana lo que les piden, aunque como el
alojamiento y todos los gastos corren por su cuenta, cada vez van racionando
más el dinero. " Comemos noodles de bote, latas de atún y de sardinas,
galletas, algo de fruta. Vamos recortando gastos porque no sabemos qué tiempo
vamos a estar aquí", indica el vigilante forestal.
"Nosotros estamos bien a nivel personal y nuestras necesidades básicas
están cubiertas mientras nos las podamos pagar, pero no sabemos exactamente
cuándo podremos regresar a casa y tenemos familia", dice Andrés,
que tiene una hija y dos nietos en España. Y aunque sabe que ellos están
bien, reclama: "Tenemos derecho a estar en nuestro país y no nos están
facilitando".
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