Memoria de otro tiempo. Fue en 1916 cuando aprobara el Proyecto de Estatutos de este estudio.
POR BIZÉN D'O RÍO MARTÍNEZ 23/10/2016
FUE EL día 22 de octubre de 1916, cuando Juan Moneva y Puyol, como Promotor
y Director del Instituto de Filología de Aragón, que había sido creado
el 5 de octubre del año anterior, en que la Comisión permanente de la
Diputación de Zaragoza, aprobara el Proyecto de Estatutos que había sido
presentado para la definitiva constitución del Estudio, siendo cumplido el
acuerdo el 30 de noviembre y el 4 de diciembre presentados en la oficina correspondiente,
según disponía el artículo 4º de la Ley de 30 de junio de 1887;
un ejemplar de los dichos Estatutos con su copia, adquiriendo la plenitud de su
existencia legal, el que se denominaría "Estudio de Filología de Aragón".
Nombrados por la Comisión Permanente los Consejeros y el Director, Juan Moneva,
quien había ejercido esas funciones, el cual aceptó el cargo reconociendo
que, como iniciador del Estudio y como deudor a los otros señores Consejeros
de la condescendencia de dejarse proponer a la Diputación para esos cargos
en que habían de compartir con el iniciador la responsabilidad de una empresa
de cultura expuesta a aciertos y también a fracasos, debía a sus compañeros
la atención de encabezar esa obra para asumir esa responsabilidad, hasta que
el éxito de ella, si lo tenía, diera lugar a ser cambiado el Director-organizador
por el Director-filólogo.
El Consejo nombró como Secretario del Estudio a Luis Jordana de Pozas, comenzando
la andadura de trabajo con preferente atención a la obra del "Diccionario
Aragonés", para el que contó con brillantes colaboradores, mereciendo
ser citado como primero a Joaquín Gil Berges, quien entregó 305 papeletas
o fichas autógrafas de la recopilación efectuada del habla de su tierra.
En sus inicios las primeras aportaciones de los colaboradores, dieron como resultado
en una primera recogida 8.939 voces facilitadas por 48 colaboradores, era pues un
buen principio para ese Diccionario en ciernes. Ahora bien, preocupaba igualmente
a Juan Moneva la Toponimia, porque aseguraba tenía gran importancia para el
conocimiento de su lenguaje y de su historia; debido a que la mayor inmovilidad
de sus vocablos permitiría inducir de ellos más seguras, más certeras
etimologías, y como la Toponimia de Aragón estaba por recoger, propuso
hacerla en el Estudio. Para este fin contactó y obtuvo de cada una de las Diputaciones
aragonesas, el acuerdo de pedir a las poblaciones comprendidas en sus respectivas
demarcaciones, todos los datos de Toponimia que pudieran aportar, para este fin
elaboró un modelo de ficha que les fue facilitada, en donde constaban como
géneros toponímicos, los montes ríos, arroyos, barrancos, acequias,
términos o partidas, calles, plazas, callizos, otras vías urbanas y fincas
que tuvieran nombre propio. Un trabajo de preparación muy detallado, que incluso
entusiasmó a bastantes de los informantes de algunas poblaciones que aportaron
otros accidentes geográficos.
Tuvo colaboradores entusiastas, como Francisco Javier Gimeno y Monteagudo, quien
conocedor de la vida rural de una comarca amplia de Aragón, indicó la
conveniencia de catalogar también los motes de las personas, forma espontánea
muy peculiar de la onomástica personal de algunos núcleos de poblaciones
aragonesas, considerando el Estudio que no existía en aquellos momentos tiempo
para emprender esa labor en paralelo con las recopilaciones que se estaban llevando
a cabo, pero que toda idea de trabajo sería bien atendida y puesta en práctica
en que fuera posible.
Conocida la pereza del país, fueron necesarios tres requerimientos de la Diputación
de Zaragoza, que no bastaron para obtener los datos de todas las poblaciones existentes
en su provincia, si bien, hubo contestación de la mayor parte de ellas, e igual
paso llevaban las otras dos Diputaciones. Así que, con el fin de acelerar la
recogida de datos y provocar las aportaciones de particulares y estudiosos, el Estudio
comenzó sus publicaciones con un tomo de documentos medievales que tituló
"El cautivo en la Corona de Aragón durante los siglos XIII al XV",
de José Mª Ramos y Loscertales, documentos de gran valor histórico
pero también léxico, para ser objeto de especial estudio en ese orden.
Igualmente se dispuso y se obtuvo de las tres Diputaciones y de la Asociación
de Labradores, que en sus respectivos "Boletines" publicaran ediciones provisionales
de las colecciones de voces aragonesas que se recibían de los colaboradores.
A tal efecto se comenzó en el "Boletín de la Asociación de Labradores"
de la colección de Fernando de Juan y del Olmo, en el "Boletín Oficial
de Zaragoza" de la aportada por Jorge Jordana y Mompeón, y en el "Boletín
Oficial de Huesca" la de Joaquín Gil Berges, estando pendiente para el
"Boletín Oficial de Teruel" la colección de General Forniés
y Calvo. Así mismo, se llevaron gestiones para publicar colecciones en "El
Diario de Huesca" gracias a la relación de Moneva con los Martínez,
así como en la "Revista de la Casa de Ganaderos de Zaragoza", y en
"La Vida en el Campo", con las cuales se esperaba suscitar la colaboración
de numerosos lectores para que enviaran nuevas voces para ese Diccionario Aragonés.
Por iniciativa de Gregorio García Arista y Ribera, aceptada por el Estudio,
la Diputación de Navarra solicitaba a sus Municipios los mismos datos de Toponimia
que las diputaciones aragonesas de los suyos, prometiendo al Estudio, envío
e intercambio de hojas, al objeto de analizar las conexiones que pudieran existir
de la Toponimia Navarra y Euskera con la Aragonesa principalmente en las confrontaciones
de sus territorios. Para el Diccionario y lo relativo a voces técnicas de ciencias
y Artes, contó Juan Moneva con las aportaciones de Francisco de Checa y Torán,
Mariano Vicente y García Cervino, ambos, Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos;
trabaja igualmente, con aportaciones del Arquitecto Teodoro Rios y Balaguerydel
Médico Emilio Gil Sastre, además, poco a poco, se unen Miembros de Número
de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Zaragoza.
El Consejo del Estudio, al presentar la memoria en octubre de 1916, tenía en
paquetes en los 128 archivos mandados hacer, una ingente documentación, habiendo
hecho 186.154 papeletas, y del Diccionario pendientes de transcripción 12.000
voces de Toponimia, necesitando 15.000 tarjetas que costaban 37 pesetas y media
que rogaron a Diputación que sufragara. En este Estudio de Filología de
Aragón dirigido por Juan Moneva y Puyol, se formaron y colaboraron entre otros:
María Moliner, Pedro Arnal Cavero, Eduardo Cativiela, Tomás Costa Martínez,
Vicente Ferraz, Joaquín Gil Berges, Jorge Jordana, Miguel Sancho Izquierdo,
siendo este magno proyecto calificado por muchos como la gran entidad cultural y
científica, probablemente más importante de los comienzos del siglo XX
en Aragón, pero ante la imposibilidad de publicar el Diccionario Aragonés,
en 1923 Juan Moneva y Puyol Director del Estudio se resistió a que este proyecto
se desvaneciera por completo, así con los materiales acopiados y preparados
por él mismo, elaboró el "Vocabulario de Aragón", que como
estudio preliminar lo presentó a la Real Academia de la Lengua, quedando bajo
la signatura COM-32-D-1 y 2 estando archivado como "Diccionario Aragonés
de Moneva", hasta que en el año 1986, Dolores Moneva y de Oro, hija de
Juan Moneva, encargó a Jesús Bergua Camón el rescate del manuscrito
y los preparativos para su publicación, algo que se haría efectivo años
después.
Ya en 1972, Luis Horno Liria escribía: "La gente sigue sin enterarse que
Moneva, en su época y en su género, es el escritor más grande que
Aragón ha tenido desde Gracián, el más renovador, el más hondo,
el más sutil, el de prosa más original y más innovadora".
*Para Bizén, Salas, Ana y Antoi, zagueros fablantes de la saga Moneva.
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