CARLOS TARAZONA GRASA (Etnólogo forestal, y autor del documental 'Pirineos y penas' 30/12/2017
La despoblación que afecta a la provincia de Huesca no es fruto de la casualidad.
Más bien es consecuencia de una serie de acciones que persiguieron el fomento
forestal. La prioridad durante los años del Patrimonio Forestal del Estado
no fue otra que la de repoblar el mayor número de hectáreas posibles.
Para ello, este organismo compró más de un centenar de pueblos y pardinas.
Cifra esta que aún pudo duplicarse pues, por causas varias, fracasaron las
conversaciones para la adquisición de otro centenar más de núcleos.
En la actualidad contamos con unas 25.000 hectáreas de bosques de coníferas
repoblados sobre esos montes comprados. Gracias a ellos y a otros se pudo poner
freno a graves problemas de erosión que amenazaban seriamente con la colmatación
de los embalses. También han favorecido la fijación del dióxido de
carbono o la producción infinita de oxígeno.
Para conseguir estos objetivos se vaciaron más de un centenar de pueblos y
sus habitantes debieron emigrar obligatoriamente a otros puntos de Aragón e
incluso de Cataluña. En los años de Patrimonio Forestal se cambiaron las
personas por los pinos sin que nadie reparara ni en la despoblación que se
fomentó ni en sus consecuencias. ¿Pero ha merecido la pena aquella política?
Lo que más me pesa es que la sociedad actual, eminentemente arboricida todavía,
valora muy poco o nada la existencia de estos nuevos bosques. La escasa sensibilidad
permite que demasiada gente piense que estos bosques siempre han estado allí
o que han surgido por generación espontánea. Creo que el gran sacrificio
social que hay detrás de estas repoblaciones bien se merece un mayor reconocimiento
que permita ponerlas en valor. Esta es una tarea pendiente.
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