La pareja se lamenta de ver que pueblos con muchas posibilidades se encuentren vacíos
ELENA PUÉRTOLAS 19/05/2018
HUESCA.- Cincuenta años después de que el cierre de la escuela
obligara a marcharse a las últimas familias de Barbenuta (municipio de Biescas),
se escuchan las risas de dos niños en la plaza situada a 1.185 metros de altitud
con los ladridos de una perra que recibe al visitante. Hay vida. "Me da mucha
pena ver el Pirineo con tantos pueblos abandonados cuando hay muchas posibilidades.
Si se quiere, se pueden hacer proyectos viables, pero hay que trabajar mucho".
Son las palabras de Pilar Gracia, de 35 años, que junto a su marido Ernest
Guasch, de 36, ambos enólogos, han vuelto a habitar la casa de su abuela y
a cultivar las tierra con la plantación de viñas a 1.300 metros.
El vino se comercializa bajo en nombre antiguo de la zona: Bal Minuta.
Sus hijos Mia, de 5 años, y Manel, de 2, son quienes rompen el silencio. Ruge
también su tractor en la plaza de un pueblo, que se quedó sin niños
a partir de 1966, con la normativa de concentración escolar que obligó
a irse a las últimas familias entre 1968 y 1969. Quedaron dos abuelos en una
casa y un soltero en otra -de un total de una veintena- que, "de una forma agónica",
mantuvieron la vida en el pueblo hasta los años 80, explica la maestra
Tere Otal, una de esos ocho escolares a quienes se les cerró la puerta. Hoy,
la escuela se ha recuperado para el pueblo y Mia y Manel bajan cada día al
colegio y escuela infantil de Biescas respectivamente, tras un breve trayecto de
10 minutos.
"La experiencia es muy positiva. Esto es calidad de vida. Hay una idea muy
equivocada de lo que es la vida en el pueblo", comenta Pilar Gracia, natural
de Zaragoza. De hecho, argumenta que le da una cierta rabia la imagen denostada
del medio rural, "del que nuestros abuelos se tuvieron que ir". Como de
cierto fracaso. Frente a eso, anima a desarrollar proyectos en torno a la agricultura
que son los orígenes "y se ha abandonado".
En su caso, no es tan difícil porque ambos son enólogos y, además,
Ernest es también ingeniero agrícola. Su primera experiencia fue en 2011
con una plantación de viñas en altura en el valle de Arán. Después
de vivir en pueblos pequeños en Cataluña, pero no tanto, se trasladaron
a Sabiñánigo e hicieron plantaciones en 2012 y 2013 en Barbenuta, tras
hacer estudios de viabilidad sobre el terreno.
"Como muchas veces detrás de las grandes bodegas hay grupos inversores,
a veces nos preguntan. Nosotros hemos empezado con unos ahorros por haber trabajado
antes, pero con una mano delante y una detrás", comenta. La casa de
su abuela estaba mantenida pero no habitable así que se quedaron en un
piso en Sabiñánigo mientras fueron ahorrando para arreglarla y, en diciembre
de 2016, se asentaron en Barbenuta. Cada día tiene más claro que su sitio
está allí.
La plantación requiere una inversión, por lo que al llegar a Sabiñánigo
crearon una empresa de jardinería, que funcionó tan bien que tuvieron
que vender una parte, y el resto aún la mantienen. De este modo, de actividad
está diversificada y han creado un puesto de trabajo. Este empleado les
ayuda en la época de la poda o de la vendimia, para la que por el momento cuentan
con el apoyo de amigos. Pero, en general, el trabajo en el campo lo desarrollan
entre los dos. Además, cuentan con otros viñedos en Embún y Rapún,
que suman 5.000 cepas. El próximo año tienen previsto plantar en Barbenuta
7.000 más. Antes, en esta localidad, como en tantas otras del Pirineo, "se
hacía vino para casa", le contaba su abuela, pero poco más.
Los viñedos son productivos en dos o tres años, así que en 2016
ya sacaron vino al mercado y comercializan cerca de 5.000 botellas de blanco
joven, tinto joven, tinto crianza y cava. La diferencia que da el que denominan
"vino de las nieves" por criarse en altura es que tiene una menor graduación
alcohólica y salen vinos más ácidos, por lo que son más equilibrados
y, al ser más ligeros, saturan menos.
BARBENUTA REVIVE
"¡Qué buena cosa es que estéis por aquí!", les dice
un vecino habitualmente. La instalación de esta familia sirve incluso para
que algunos mayores se animen a pasar alguna temporada más en el pueblo
que, si estuvieran solos, ya no lo harían. Con todo, Barbenuta, aunque quedó
deshabitado, nunca fue abandonado porque los antiguos vecinos mantuvieron sus casas
e incluso algunos campos con la ayuda del ganado que evitó que la maleza se
apoderara del núcleo, comenta Tere Otal.
Su familia, como muchas otras, se fueron a un pueblo de colonización, que
en su caso fue Curbe. Vivió allí un curso escolar, porque "las
condiciones eran peores que de donde veníamos", ya que tenían que
poner en cultivo tierras áridas. Por ello, volvieron a Sabiñánigo
porque su padre encontró trabajo en Energía e Industrias Aragonesas, lo
que hoy es Ercros, que ha cumplido 100 años.
"Es una alegría que esta familia esté aquí", apunta esta
maestra. Además, resalta que "el pueblo está mucho mejor de lo
que estaba cuando nos fuimos", y en esto, dice que han tenido mucho que
ver las inversiones de la Diputación Provincial de Huesca y del Ayuntamiento
de Biescas en la construcción de la carretera desde Gavín o en el abastecimiento
de agua y la red de saneamiento que a finales de los años 60 ni existía.
Solo echa en falta la banda ancha (Barbenuta se incluye en la segunda fase del proyecto
de extensión impulsado por la DPH). "A poco que se hiciera creo que habría
gente que se decidiría a vivir allí", apunta Otal.
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