Transcurridas casi cuatro décadas de la ocupación legal de esta localidad de La Guarguera, los primeros habitantes esperan renovar el acuerdo con el Gobierno aragonés y que nazcan allí sus primeros nietos
ELENA PUÉRTOLAS 14/07/2018
HUESCA.- Fueron estudiantes universitarios en los años 70 y tuvieron
el sueño de buscar una vida conectada con la naturaleza y lejos de las urbes.
Agustín Montero, uno de los primeros repobladores de Aineto, localidad de La
Guarguera perteneciente a Sabiñánigo, llegó en 1980 con 24 años
y, casi cuarenta años después, confía en tener nietos allí para
"cerrar el ciclo" con tres generaciones. Es la única experiencia de
ocupación legal de la provincia y un símbolo para quienes apuestan
por esta fórmula para recuperar un pueblo. Aquella experiencia de visionarios
suma ahora 30 vecinos en Aineto, 90 en Ibort, 25 en Artosilla y 22 en Solanilla,
pueblos que se incorporaron después al mismo proyecto. La vida allí continúa.
Aineto despierta con el olor al pan del horno, uno de sus primeros medios de vida,
se pone en marcha la carpintería y llega la maestra a la escuela, a la que
asisten siete niños. La cervecería artesana de "Cervezas Borda"
está cerrada ese día porque sus impulsores Felipe Esteban y Menchu Ríos
se han ido de feria a Zaragoza. Allí hasta hace poco funcionó una cooperativa
de restauración de arquitectura pirenaica, Mallata, y entre 1986 y 2005 cobraban
vida los títeres de Trapalanda, que han recorrido numerosas plazas del Alto
Aragón y más allá.
Francisco Muñoz de Bustillo, otro de los primeros pobladores, teletrabaja como
traductor, pero hoy aparece por delante de casa Escartín hacia la plaza con
un capazo de mimbre para ir al huerto. ¿Qué necesitas?, le pregunta a
Agustín. Ya te llevaré tomates y calabacín, acuerdan. Allí cerca
hay un albergue.
Agustín y Paco estudiaron juntos Periodismo en la Universidad Complutense
de Madrid y dieron forma a un proyecto que les llevó a buscar lugares en
el País Vasco, Asturias, Salamanca o la Alpujarra granadina. Agustín vivió
en Huesca hasta que a los 18 años se fue a estudiar a la capital y conocía
Aineto porque en el verano de 1974 instalaron un campamento scout.
Vuelven cuarenta años atrás y en los ojos de Agustín Montero aparece
de nuevo la silueta de aquel Aineto abandonado, después de que se vendiera
en los años 50 a Patrimonio Forestal del Estado, para un proyecto de reforestación.
Con el traspaso de competencias, el pueblo llegó a manos del Gobierno de Aragón.
"Primero conseguimos que nos dejaran una casa en Lasaosa (cerca de Aineto)
para vivir a cambio de cuidar los campos para que no se metieran las vacas o las
ovejas", recuerda Agustín Montero. Era septiembre de 1979 y se instalaron
con Paco, Ana y Chusa. El 1 de mayo de 1980 un grupo de Zaragoza llegó a
Aineto con permiso de ingeniero jefe del Icona. El proyecto de estos últimos
era para Solanilla, pero una del grupo estaba a punto de dar a luz y en casa
Escartín de Aineto nació el primer niño después de décadas:
Natán, que este verano cumple 38 años. Ambos grupos se unieron allí.
¿Qué hacían para ganarse la vida al inicio? "Levantar las casas,
aprender a construir un huerto...", responde Agustín Montero. "Ahorramos
dinero en Madrid antes de venir porque sabíamos que el primer año lo tendríamos
que dedicar a eso. Teníamos cabras, gallinas, vendíamos artesanía
de ropa... y teníamos un trabajo con la DGA en las torres de vigilancia
contra incendios, en una entre Nonaspe y Fabara, en la que nos turnábamos
cada 15 días porque teníamos una economía compartida", detalla.
El punto de inflexión fue en 1983 cuando escucharon por Radio3 que iba a haber
un encuentro de despoblación en Madrid, una cita que organizaba Peridis,
que además de dibujante es arquitecto preocupado por este asunto. En una de
las ponencias estaba Santiago Marraco, "que se comprometió a que
si era elegido presidente de la Diputación General de Aragón haría
por regularizar la situación. Cumplió y creó un grupo de trabajo
en el que participó una persona que vivía aquí para clasificar
todos los pueblos abandonados por el estado de ruina y los accesos (1984-86).
Coincidimos en un momento y situación favorable", relata. El 7 de julio
de 1986 firmaron un acuerdo de ocupación legal. "Somos los únicos
ocupas legales en el mundo rural. Solo que se suponía que el acuerdo
que firmamos sería el marco jurídico para otros colectivos, pero otros
gobiernos no estuvieron interesados", denuncia.
Tras varias renovaciones, la última caducó en julio de 2017 y ahora deben
cerrar un acuerdo con el Gobierno de Aragón, porque al volver a considerar
el pueblo como núcleo urbano cambia la situación jurídica. Cuando
han surgido otros colectivos, los invitan a que se unan a la asociación Artiborain,
que es la que ocupa los cuatro pueblos citados, pero "nosotros no podemos ser
el cajón desastre porque gestionar estos pueblos ya es complicado", indica
Montero.
A finales de los años 90, con el desalojo de Sasé, donde sigue habiendo
ocupación ilegal, algunos se instalaron en Solanilla. Tienen una pequeña
parte de economía compartida, toman las decisiones en asamblea y los nuevos
miembros tienen que solicitar el ingreso, como lo hizo su hija Oihane, de 33
años, cuando decidió volver. Es la que tiene planes de ser madre y estrenar
la tercera generación.
Aquel inicio más idílico de la economía compartida se acabó
a finales de los años 80, cuando se desligaron de un grupo que marchó
porque quería convertir Aineto en un centro de meditación. Entonces, los
negocios que habían puesto en marcha se los repartieron y dieron entrada a
nuevos miembros. Pero la vida en estos pueblos no es tan idílica. Michel
Vilheimer, de origen eslovaco, se turna con otro vecino de Solanilla para llevar
a su hija Zuri y a sus vecinos Eric y Teo al colegio a Aineto por una pista de 4,2
kilómetros en mal estado. Solo que entre todos se ayudan y hacen trabajos
colectivos. Ese espíritu inicial sigue vivo y los pueblos también.
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