Diario del Altoaragón 04/12/2019
Anunció el rey monje, Ramiro, que iba a mostrar una campana cuyo tañido
sonaría en todos los confines del reino. Es así como se fraguó la
leyenda que deslumbra con su relato en presencia del magno cuadro representativo
de Casado del Alisal. Ayer, Julio Luzán, que ha hecho de la creación,
la tecnología, el ingenio y el amor por la historia y por las gentes del presente
una forma de vida irrenunciable, explicó el origen y el sentido de su colaboración
generosísima con el universo de las personas de la discapacidad, que no es
otro que el que compartimos todos con la diferencia de que algunos mantienen una
ceguera análoga a la de quienes simulaban percibir el traje del emperador desnudo.
Primero fue el acercamiento, propio de una condición humana intrínseca
pero en ocasiones despojada de nosotros, como es la curiosidad. De ella manó
la observación de las necesidades, y de éstas la convicción de que,
efectivamente, un mundo mejor es posible si apostamos por la dualidad compatible
y complementaria de la diversidad y la igualdad. El ojo penetrante de Luzán,
acompañado por la apertura de los oídos y el motor de la voluntad, le
han convertido en un imprescindible en este colectivo. O, para ser más exactos,
el estado actual del tercer sector altoaragonés sería incomprensible sin
su cóctel de genialidad y prodigalidad.
Decía tras recoger el Premio Cadis Julio Luzán que el conocimiento de
la necesidad le ha permitido aplicar las soluciones. Y, en su vocación de convertir
lo pequeño en gigantesco por la magia del cine y el arte, ha cincelado volúmenes
visibles desde tan lejos como los quiera percibir el corazón humano. Al campaneo
ensordecedor del rey monje, ha sumado el creador posmoderno el monumento más
colosal jamás elevado: el de la sociedad más justa e inclusiva. Se oye
y se ve.
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