ELENA PUÉRTOLAS 25/01/2020
HUESCA.- Manuel Fraga Iribarne, entonces ministro de Información y Turismo,
envió una carta al Ayuntamiento de San Juan de Plan, igual que a todos los
municipios de España, para ver quién quería alquilar habitaciones
en su casa con derecho a cocina para que los de ciudad conocieran el mundo rural.
A aquel programa de "Vacaciones en casa de labranza" solo se apuntó
Josefina Loste, de casa Laplaza, que comenzó en 1963, y Casa Anita. Aquella
iniciativa fue el germen del actual turismo rural y Josefina Loste, pionera.
Poco tiempo después, fue a contar su experiencia a la Escuela de Hostelería
de Guayente, donde había un cura que impulsó la iniciativa, y así
nació la Asociación de Turismo Rural. "Abrimos nuestra casa
con el turismo rural y eso fue la salvación de los pueblos", asegura
Josefina Loste, convencida de su importancia para la supervivencia del medio rural.
Y, sobre todo, para el trabajo de la mujer.
Josefina Loste comenzó el turismo rural con su madre. "Al principio, los
clientes se traían la comida, pero después veían que nosotros comíamos
de las cosas del huerto, de los animales de casa... Y querían comer de lo
nuestro porque era más sano", explica. Recuerda cuando un día
una familia les dijo que les hicieran la comida y así es como comenzaron a
sentarse todos en la misma mesa. "¡Eso sí que era turismo rural y
convivencia! Yo he aprendido mucho de la gente que ha venido", indica. Todavía
recuerda a unos clientes habituales con siete hijos. "El padre hacía conferencias
de 5.000 pesetas y yo me preguntaba a qué se dedicaba. Me dijo que tenía
empresas en América, en Barcelona... y que iban allí para que sus hijos
vieran lo que era el mundo rural. Nunca fui, pero me invitaron a su casa",
indica para resaltar las relaciones que se establecían.
Los dos hijos de Josefina Loste han continuado trabajando en el sector y
llevan su hostal Casa Laplaza de San Juan de Plan. Su hijo, que es cocinero, estuvo
en Londres y su hija en EE. UU. "La gente me decía si no me daba miedo
que no volvieran y, todo podría haber sido, pero si querían dedicarse
a esto tenían que aprender idiomas. Y los dos volvieron", indica. Su
hija vive al otro lado de la frontera pero en Semana Santa y verano trabaja con
su hermano en la casa de San Juan de Plan, que es cuando abren.
Con todo, también asegura que el turismo rural necesita de la ganadería
extensiva para su supervivencia. "Tienen que apoyar a los ganaderos porque
si no estuvieran, en dos años no tendríamos el monte como lo tenemos.
Y trabajan más que no ganan. La gente viene al valle de Chistau porque ven
que está cuidado", asegura Loste.
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