La crisis del coronavirus, el mayor acontecimiento que nos llega en muchos años,
viene acompañado de muchas y muy importantes enseñanzas, imposibles de
desarrollar en unos minutos y en unas líneas. Yo destacaría sobre todo
lo que tiene de gran motivo de reflexión general, desde la perspectiva del
hecho extraordinario que conlleva y que encierra el protagonismo de esta hora de
España y en realidad del mundo. Por ello, pienso que el tema merece una gran
atención y un extraordinario respeto, que nada tiene que ver con algunas reacciones
políticas que ha suscitado en no pocos centros del protagonismo público.
En este sentido, podríamos empezar por la metedura de remo de Quim Torra, que
parece no haber entendido nada, al situar el asunto exclusivamente en el contexto
del pretendido protagonismo del nacionalismo catalán.
El president de la Generalitat ha centrado el asunto de forma al parecer exclusiva
en la cuestión que menos importancia tiene, que no tiene ninguna, pues lo que
está en juego es algo infinitamente más importante: el interés sobre
la salud y el bienestar de la ciudadanía, totalmente al margen o por encima
de consideraciones relacionadas con cuestiones fríamente políticas. No
le vendría mal a Torra y al nacionalismo catalán una rectificación
o una explicación que al menos aminorase el efecto negativo de su torpe reacción
del otro día. Nos quedaríamos todos mucho más tranquilos y él
recuperaría el sentido de la seriedad que había dado por averiado. Se
lo digo con todo el respeto a él y a sus ideas, compartidas por muchos compatriotas
nuestros de Cataluña. Conviene no mezclar las cosas para no confundirlas.
Otra reflexión que me importa trasladar a los lectores es la seguridad de que
son muchos los años en los que no habíamos conocido ninguna situación
comparable con la desencadenada por esta nefasta enfermedad que nos está haciendo
padecer lo indecible. Desde esa perspectiva, quiero destacar que al menos lo sucedido
nos sirve para subrayar su vertiente de incitación poderosa a la solidaridad
social y humana entre todos los españoles y en general entre todos los componentes
de la especie humana, que es algo que tiene mucho de positivo y de trascendente,
y lo digo aunque sea una afirmación de apariencia contradictoria. Es claro
que lo que sucede nos vale como gran motivo de fraternidad y de cercanía entre
todos los compatriotas y de éstos con el resto del género humano afectado
por el drama de la enfermedad.
Motivo de reflexión también en torno a la relatividad de los problemas
que habitualmente nos preocupan o llenan nuestras inquietudes y reflexiones. Si
el coronavirus tuviera algo de positivo, ello sería el hecho de llevarnos a
la reflexión a que estoy aludiendo. Cuando todo esto se pase, cuando la pesadilla
se termine, lo entenderemos mucho mejor e incluso nos podrá servir de motivo
de reflexión para situar nuestras preocupaciones en el lugar que cada una se
merece, sin mezclar valoraciones ni confundir las cosas que han de quedar perfectamente
claras y sin mezclas ni confusiones indeseables. Pienso que todo lo que está
sucediendo debe servirnos y nos servirá para colocar las cosas en el lugar
adecuado y en el sitio que cada una merece, tras su valoración.
Y entre las muchísimas otras reflexiones posibles, quisiera yo dejar claro
aquí que este trance nos ha de servir también para refrescar en nuestra
alma con claridad cuál debe ser la escala de valores que hemos de considerar
y respetar, sin que esto que digo me lo interpreten, por favor, como un intento
de echar balones fuera o de disimular la extrema gravedad de lo que sucede. Porque
lo que sucede es lo más grave en muchos años, para buena parte de los
españoles, los jóvenes sobre todo, que no pueden recordar lo que no han
vivido. Estoy seguro de que cuando todo esto termine nos daremos cuenta de verdad
de la necesidad de valorar luego la vuelta a la normalidad, a la que tendremos que
llenar de nuevos contenidos, con la idea de dotarles de la necesidad de enriquecer
de verdad los valores iniciales.
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