Diario del Altoaragón 28/03/2020
La Unión Europea o hace lo que tiene que hacer o acabará. Son las palabras
del primer ministro de Portugal, Antonio Costa, después de la "repugnante"
intervención de su homólogo holandés en la que pidió investigar
a España por la falta de margen presupuestario para combatir el coronavirus
a pesar de los últimos años de crecimiento económico. La organización
supranacional brotó tras la guerra mundial con el objetivo de sumar los esfuerzos
de los principales países del continente para impulsar la recuperación.
Tuvo un efecto multiplicador por la confluencia de voluntades y fue creciendo a
golpe de generosidad y de la convicción de que la incorporación de más
estados fortalecería la consideración como potencia mundial que, por separado,
ninguno de los integrantes sería capaz de alcanzar. El nexo era el respeto
a los derechos humanos y las libertades que se identifican con las democracias,
y su ampliación atrajo un crisol de culturas extraordinario, pero también
una diversidad que desgraciadamente, hoy todavía no ha sido concebido por algunos
de los países del centro.
Cuando fue distinguida con el Premio Nobel, precisamente resaltó el humanismo
de la UE, que implica la necesidad de avanzar en el reequilibrio, la vertebración
y la solidaridad bajo el concepto de ciudadanía plena de oportunidades. El
primer ministro holandés con su estulticia y Alemania con su incomprensible
egoísmo están negando el pan y la sal a España e Italia, que están
sufriendo el mayor desastre desde la última conflagración mundial. Es
seguro que se han cometido errores ante una pandemia que en cualquier caso no es
endógena sino importada, y también que Alemania y Holanda ya la padecen.
Pero lo que está herido de muerte con esas actitudes es el sentimiento europeo,
hoy en desintegración.
Diario del AltoAragón
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