Ayuntamientos como el de Aínsa-Sobrarbe o Robres han visto crecer como nunca las cifras del padrón y han acogido a nuevos habitantes que buscaban tranquilidad y naturaleza o la posibilidad de teletrabajar
HUESCA.- Hay un movimiento, que se está haciendo tendencia entre los
profesionales, que se dan cuenta de que se puede trabajar en remoto y buscan
un pueblo para vivir". Marcela Xirinachs, de 33 años, no tiene dudas
de que ha crecido con la pandemia. Son muchos los jóvenes de lugares como Italia,
Holanda, Australia... que se están poniendo en contacto con esta costarricense
y con su marido, Jeroen Spoelstra, que tienen un estudio de diseño gráfico
y trabajan desde Usana, en Aínsa-Sobrarbe, donde ha nacido su hijo Oliver.
Fue la celebración de la Enduro World Series de 2015 en la BTT Zona Zero Pirineos
lo que llevó a su marido desde Holanda a fijarse en Sobrarbe y su "historia
de amor loco" lo que hizo que lo intentaran. Ya han echado raíces.
Aínsa-Sobrarbe vive un curioso fenómeno: crece desde hace unos años
en medio de una de las áreas con menor densidad de población. Desde
el 12 de marzo hasta ahora, hay 52 vecinos más, de forma que han pasado
de 2.280 a 2.332, detalla el alcalde, Enrique Pueyo. En el año 2000, contaba
con 1.595.
Y del Pirineo a Los Monegros, Robres es otro de los municipios que desde el inicio
de la pandemia cuenta con 33 empadronamientos nuevos hasta sumar 532 habitantes.
De hecho, han tenido que solicitar otra maestra para el colegio del CRA La Sabina
y también ha crecido la escuela infantil, explica la alcaldesa, Olga Brosed.
Dos de esos alumnos son los hijos de Laura Moreu, una joven de la localidad que
marchó con 18 años y la pandemia le ha dado la oportunidad de volver.
"Mi marido trabajaba de auxiliar de geriatría en una residencia de ancianos
en Zaragoza y se pusieron las cosas mal, por lo que decidí venir a Robres
a confinarme sola con los niños, porque tienen una patología renal
y no sabíamos cómo les podía afectar", comenta.
Inicialmente, se instalaron en una casa que era de sus abuelos. "Empezamos
a hablar con mi marido de lo bien que estábamos aquí y decidimos venir.
Y él ha cambiado de trabajo y hasta de profesión", indica Laura.
Carlos Soler trabaja de herrero en Huesca, un oficio que está descubriendo.
Y Laura, después de salir del erte, aún se desplazó a trabajar a
Zaragoza y ahora se ha cogido una excedencia en el centro médico estético
donde tiene su puesto. "Nuestra idea era vivir en un pueblo y ahora no lo
cambiamos por nada. Llevamos poco tiempo aquí pero nos hemos acostumbrado
a esta forma de vida, a la tranquilidad del pueblo, y sobre todo lo hemos hecho
por los niños, porque los vemos tan felices corriendo por la calle...",
comenta Laura. "Aquí también hay coronavirus, pero si no quieres no
te cruzas a nadie por la calle, te vas al campo y te das una vuelta", apunta.
Además, por los riesgos, resalta que no es lo mismo ir a una clase de 23 niños
que al colegio del pueblo, al que asisten unos 35 escolares. Su hijo mayor va
en un grupo de unos 10 y el pequeño de siete. "La mayoría de los
amigos de mi edad se ha ido a Zaragoza, Barcelona... estábamos repartidos por
toda España, pero es verdad que para algunos su sueño es volver. Nosotros
ya estamos aquí por la pandemia así que hay que sacar algo positivo",
indica. Ahora, quieren comprar una parcela al Ayuntamiento de Robres para construirse
una casa. No son los únicos, ya que otra familia con dos niños se
plantea vender su piso de Huesca para hacerse una casa en Robres.
Es una de las líneas en las que trabaja el Ayuntamiento para ofrecer terrenos,
viviendas de alquiler o a la venta, ya que es uno de los "problemas",
resalta la alcaldesa de Robres, Olga Brosed. Tienen seis viviendas municipales alquiladas,
están acabando una con los fondos del Centro de Desarrollo y van a iniciar
otra con las ayudas del
Plan de Vivienda de la Diputación Provincial. "Si hubiera más
vivienda, habría más gente que se quedaría", dice Brosed convencida.
Por eso, también quiere intentar que se pueda intervenir en casas muy viejas,
lo que les permitiría adecentar el casco.
En Robres hay trabajo, principalmente en la agricultura y las granjas, que
contratan personal. Esta es la razón que ha llevado a una familia de origen
marroquí con cuatro hijos a vivir allí. Uno ya va al instituto y los
otros tres han contribuido a tener que pedir esa nueva maestra. Pero, además,
una de las ventajas que resalta la alcaldesa es que está a 45 minutos de
Zaragoza y 20 de Huesca, de forma que muchos vecinos se desplazan a las capitales
a trabajar.
PUEBLOS CON VIDA Y FIBRA
Pero ni siquiera es el trabajo lo que llama, sino que "son pequeñas
cosas las que influyen en que a la gente le apetezca estar en un sitio o no.
Los pueblos tienen que ser agradables para vivir". Además, es un pueblo
con muchos servicios con dos carnicerías, dos panaderías, dos ferreterías,
consultorio médico, farmacia, un gimnasio con piscina climatizada... Además,
Brosed resalta que antes de la pandemia ya había una tendencia de los jóvenes
a quedarse.
El alcalde de Aínsa, Enrique Pueyo, por su parte, atribuye el incremento de
población a razones como "la llegada de gente de entre 25 y 40 años,
profesionales autónomos que buscan una vida más tranquila en lugares
con menos población y con ese espíritu libre de contacto con la naturaleza".
Por otro lado, a la posibilidad con la que mucha gente se ha encontrado en esta
pandemia de poder teletrabajar y, en este sentido, cree que la implantación
de la fibra lo ha permitido.
La pandemia ha disparado la demanda de internet en el medio rural. Embou, la empresa
que ha desarrollado el Plan
de Extensión de la Banda Ancha de la Diputación Provincial de Huesca
en 321 núcleos, ha registrado un incremento entre junio y agosto de más
del 100% con respecto al pasado verano.
Como ejemplo, Pueyo menciona a una pareja que se ha instalado en Castellazo porque
ella puede teletrabajar o a un empresario con flota de taxis en Barcelona que la
gestiona por teléfono. Por otro lado, señala que, por el momento, los
datos del paro han ido muy bien porque "mientras haya trabajo, habrá
gente". Además, es destacable que no todos los nuevos vecinos están
en Aínsa, sino en Usana, Latorrecilla, Arcusa... pero también lamenta
la dificultad del acceso a la vivienda.
Doce profesionales están en el "coworking" de Aínsa, que
se dedican al diseño gráfico, de interiores, a la arquitectura, al periodismo,
a la traducción... Ahí estuvo también Marcela Xirinachs hasta que
nació Oliver, aunque ahora tienen la oficina en su casa en Usana. Ambos son
diseñadores gráficos y desde su empresa Unbeaten Studio trabajan para
clientes de muchos países, alguno de los cuales les ha elegido por su historia.
Y esta es, como resume Marcela, "una historia de amor loco", que empezó
en 2016 en Barcelona, adonde llegó Jeroen a trabajar solo un fin de semana,
pero volvió a Holanda. Tras nueve meses de viajes y distancia, Marcela quiso
ir a vivir a Holanda pero nunca consiguió el visado. Entre tanto, visitaron
Sobrarbe porque Jeroen, tras seguir desde su casa la Enduro World Series de 2015,
quiso ir con su bici de montaña. "Y algo se nos quedó ahí. Entonces,
ya que no podíamos vivir en Holanda, queríamos un sitio con naturaleza,
que se pudiera hacer bici de montaña y Jeroen pensó en que por qué
no íbamos a Aínsa. Yo no me acordaba ni de cómo era, solo de la Peña
Montañesa", indica. En noviembre de 2017 se casaron y se trasladaron después.
En el confinamiento han acabado de definir su empresa de diseño y su marido
la combina con otra para traer extranjeros a hacer bicicleta de montaña
(Unbeaten Adventures). "En estos últimos meses de confinamiento, en el
Instagram de nuestro estudio, profesionales de todas partes del mundo nos dicen
que están pensado hacer ese cambio de vida y no saben qué hacer ni cómo
y nos preguntan", expone Marcela. "Esto es lo máximo, lo amo demasiado",
dice, mientras explica que quieren comprar un terreno en Usana para hacerse una
casa.
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