JAVIER GARCÍA ANTÓN 26/11/2020
Los medios estamos sumergidos en la ola de las "noticias tentempié"
(o "snack news", permítanme el anglicismo que propone el coronel Baños)
y repetimos miméticamente mensajes simplificados que se incrustan en la
mente del lector. Obviamos lo trascendental, lo sustantivo, y nos centramos
en lo accesorio, en una pretensión de infantilizar a una audiencia que,
con su escaso ejercicio de atención (ocho segundos máximo según Microsoft),
apenas percibe que le están sustrayendo la madurez y, con ella, la integridad
de sus capacidades. La merma de la aptitud por una actitud perezosa bajo un hedonismo
pasajero.
Todos elevamos a la categoría de indiscutible el titular de que había
fallecido "Damián Iguacen, el obispo más longevo del mundo".
Lo escribí en primera instancia en la portada, pero un ángel me rozó
la nuca y me despejó. De un obispo tan carismático y admirable, ¿lo
primordial es que llegó a los 104 años?
Claro, como esgrimió la nota del obispado, "ha sido largo el camino".
Incontestable. Y, sin embargo, la virtud no está en el DNI, sino en la capacidad
de don Damián de rellenarlo de valores y de entrega. "Ser el último
de todos, el servidor de todos", tal era su lema. Inmediatamente, la luz surge
y preferí resumir, en la brevedad de un titular, con algo menos liviano y circunstancial
que la edad: su papel de gran pastor de la Iglesia. La condición de
los que nacen a la fe y al compromiso del sacerdocio, con la vocación de guiar
al resto de la humanidad con su tarea evangelizadora. Predicando y practicando.
Recorriendo los lugares a los que les destina el servicio y esa dualidad irrenunciable:
la espiritualidad y el acompañamiento al prójimo. Arriba, donde está
el emérito. Abajo, donde todos aguardamos y construimos el destino.
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