Los diccionarios asocian la emergencia "una situación imprevista que requiere
especial atención y debe solucionarse lo antes posible". El calificativo
"imprevista" la define. Pero Filomena estaba anunciada por tierra, mar y
aire con la antelación suficiente como para no encajar en dicho calificativo.
A pesar de ello, hemos vuelto a llegar tarde y se han vuelto a gestionar mal los
efectos de una borrasca cuya agresividad había sido suficientemente documentada
a efectos preventivos por los meteorólogos. Incluso por los poderes públicos
centrales, autonómicos y municipales. Sin embargo, los poderes públicos
son los principales afectados por la general valoración de lo ocurrido: éxito
total en previsión (avisos sobre lo que venía) y nuevo fracaso en la planificación
de la respuesta.
Las estrellas de este severo desafío de la Naturaleza, en forma de nevada,
han sido el voluntariado y la capacidad organizativa de los propios ciudadanos.
Suele ocurrir que la solidaridad aparece como movimiento de apoyo a las disposiciones
de los poderes públicos. Pero en esta ocasión parece que ha sido al revés,
si exceptuamos las tareas reclamadas sobre la marcha a la UME (Unidad Militar de
Emergencias), que nunca agradeceremos bastante. Basta seguir el trabajo de los medios
de comunicación, que han concedido los honores de portada al voluntariado,
la autoorganización y, como queda dicho, la UME.
Todo lo cual nos lleva a la conclusión de que en España son manifiestamente
mejorables los sistemas de protección civil ante este tipo de emergencias.
¿Las causas? Por un lado, la desidia de una clase dirigente más mentalizada
en las pendencias por el poder que en mejorar las condiciones de vida de la gente.
Por otro, los vicios ocultos de un aparato administrativo que está pidiendo
a gritos una actualización, en línea con las exigencias modernizadoras
que forman parte de la condicionalidad europea para acceder a los fondos de ayuda
en los países más castigados por la covid 19, como es el caso de España.
De la falta de agilidad del sector público, que nos vuelve a recordar a un
paquidermo envejecido, ya hemos tenido pruebas en la aplicación práctica
de los ERTE, el Plan Renove, el IMV (Ingreso Mínimo Vital) o los planes de
vacunación. Ejemplos vivos de la diferencia entre lo que se dice y lo que se
hace desde el poder. Las promesas y las buenas intenciones se marchitan a poco de
ser declaradas, como escribió Séneca. Lo malo es que la factura de una
mala gobernanza la pagan los ciudadanos ante una deficiente prestación de los
servicios consagrados en su día en el llamado estado del bienestar y luego
reñidos en una absurda tensión política entre descentralización
y mando único, o al revés. Galgos o podencos.
|