SERGIO BERNUÉS CORÉ 13/01/2021
C mo planteaba el psiquiatra vienés Viktor Frankl, "hay dos razas de hombres
en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la raza de
los indecentes". Ambas etnias habitan en todo tipo de colectivos por encima
de cuestiones sociales, culturales, políticas, religiosas… Unos construyen
puentes, los otros los dinamitan. Los primeros confían ciegamente en la colaboración
y en la cooperación, en aunar voluntades en pos de un objetivo común,
en el nosotros. Los últimos se mueven como pez en el agua en la crispación
y el conflicto, en el dualismo de negros y blancos que obvia todo el resto de la
paleta polícroma, en las trincheras de la verdad única e incuestionable.
Más allá de ideologías obsoletas e interesadas, que dificultan el
pensamiento crítico, debemos prestar una mayor atención a las ideas y
a la acción, a la búsqueda efectiva de soluciones a los problemas que
nos oprimen, obviando colores y banderas. Es fundamental recuperar la razón
y la reflexión pausada, profundizar y cuestionar las cosas, con objeto de establecer
diálogos enriquecedores que nos ayuden a mejorar, huir del sensacionalismo
y el populismo barato que es alentado por la superficialidad y la rabia.
En esta deriva compleja a lo que nos vemos abocados, la empatía se convierte
en una herramienta fundamental que nos debe permitir ponernos en la piel del otro,
para comprender y actuar en consecuencia, para escuchar el doble de lo que hablamos
de igual manera que poseemos dos orejas y una boca.
El fin no debe justificar los medios, es vital aprender del pasado para construir
el futuro cimentándolo en el presente. Debemos penalizar la mentira y recuperar
viejos valores, buscar la coherencia entre lo que hacemos y decimos sin extravagantes
piruetas que intenten explicar lo inexplicable. Asumir y reconocer el error como
punto de partida para mejorar y crecer.
Hemos diseñado una realidad paralela e idealizada, que mostramos sin pudor
en el universo virtual. Sólo la forma importa, y el maquillaje se erige como
el elixir mágico que todo lo puede. Esclavos de la aprobación de otros,
y vigilados por el gran hermano, debemos prestar menos atención a la pantalla
tirana y recuperar los pequeños placeres de antaño, alejados de cualquier
medio electrónico.
En este ambiente en el que prima la estética es necesario recuperar la ética,
la conducta personal que obvia lo incorrecto y elige lo correcto, la moral, el buen
vivir, la búsqueda de la virtud, el hacer para ser. Será clave impregnar
a las nuevas generaciones de valores universales que les proporcionen herramientas
para construir un mundo mejor por encima de localismos miopes, dotarles de la suficiente
amplitud de miras para elegir y discernir.
La inmediatez se ha convertido en una lacra y es preciso no olvidar que las cosas
realmente buenas requieren su tiempo, que para alcanzar los mejores resultados es
necesario mezclar sacrificio y experiencia. Por tanto, la constancia y el esfuerzo
siguen siendo fundamentales para escalar las más altas cotas.
Ante la polarización se torna necesario huir de los extremos y buscar el equilibrio.
Como esgrime el pensamiento budista, la virtud reside siempre en el camino medio.
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