LA dinámica informativa en que desde hace varios años nos tiene inmersos la reclamación de los bienes eclesiásticos de las parroquias altoaragonesas de la zona oriental a la diócesis de Lérida, nos ha hecho olvidar seguramente al que ha sido el principal defensor y adalid de la adecuación de la adecuación de los límites administrativos y eclesiásticos en Aragón, cuyo reconocimiento supuso la hasta ahora incumplida obligación, por parte del obispado ilerdense, de la devolución del patrimonio de estas parroquias.
Diario del Altoaragón 20/11/2009
Esta persona, José María Lemiñana, conocido como el cura o el párroco
de Roda, murió la noche del pasado miércoles en Barbastro. Fue un cura
con catedral, inicialmente con obispado y obispo en Lérida, diócesis a
la que pertencía y el primero y quien con más claridad y fuerza reivindicó
la obediencia de un prelado de su tierra aragonesa. Es cierto que no estuvo solo
en ese quehacer en el que le acompañaron muchos de los curas de las parroquias
altoaragonesas adscritas a Lérida y del conjunto del clero aragonés, pero
en definitiva la voz que de manera más nítida y diferenciada llegaba a
las diversas instancias eclesiásticas, era la de mosén Lemiñana.
Su paso como sacerdote, como albañil y hasta dinamizador turístico supuso
la transformación de Roda de Isábena, contribuyendo de manera personal
a la recuperación y conservación de un patrimonio que proyecta en el presente,
la riqueza histórica, artística y cultural que ha marcado el devenir de
esta emblemática población ribagorzana.
Pocas personas han podido aunar de manera tan relevante su cometido profesional
y humano, confundido en su caso entre la labor pastoral y el trabajo de recuperar
unos monumentos y unas obras de arte, plasmada en un museo, cuya desaparición
supuso uno de los momentos más tristes, compartido con los vecinos del pueblo,
aplicando posteriormente, con el autor del robo, una virtud tan cristiana como el
perdón.
Con la muerte de José María Lemiñana, desaparece una persona entrañable,
trabajador y luchador incansable, que ha dejado huella en esta tierra, al igual
que hiciera en la suya del Serrablo Julio Gavín, demostrando como el empeño
y la constancia, aun careciendo de medios económicos, mueven y transforman
a la sociedad de manera profunda y definitiva, por lo que su trabajo debe ser doblemente
reconocido.
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