La mediática fotografía de los servicios municipales oscenses, retirando
las señales de "Uesca, ziutat bilingüe", me sugiere una perfecta
metáfora de lo que piensan quienes promovieron la retirada: la fabla, lengua
originaria de Aragón, mejor en un camión de basuras. Ya no es solo el
idioma de las comarcas orientales el único tumor que requiere de tratamiento:
además hay que condenar la lengua de Fernando el Católico a la inquisición
de los residuos. El objetivo no es otro, dicen, que el de ser fiel a la realidad
de la ciudad, donde un millar de "charrantes" no tiene ya derechos, sino
desechos lingüísticos. Todo a pesar de ser Huesca la capital que acogió
en el 87 el I Congreso para la Normalización del Aragonés, fruto de la
cual es la primera biblia ortográfica del idioma. Pero ni siquiera tal concilio
puede acabar con el protestantismo de quienes perciben las lenguas de España
como herejía, respetables en la intimidad, deleznables a la luz pública.
Tocará profesar, solo en castellano, la buena fe.