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Itziar González: "A los 11 años ya quería ser tatuadora"

Su trabajo se define por el uso sólo de tinta negra y por el sombreado que hace, que es a punteado

Itziar González.
Itziar González.
S.E.

Itziar González lo tuvo muy claro ya “a los 11 o 12 años”: “Mi madre llevaba un tatuaje, que se lo hizo cuando yo tenía 8 años. Un poco más tarde, empecé a decir que quería ser tatuadora. Siempre me ha gustado ese rollo. Lo tenía súper claro”. Y ahí que fue de cabeza. Esta barcelonesa llegó a Huesca hace tres años por motivos personales y desde entonces trabaja como tatuadora en Disturbio Tattoo. Su trazo fino con la aguja se ha asentado entre quienes gustan por cubrir su piel con tinta. Ella misma muestra sus tatuajes y piercings. Y es que su gusto por este arte no reside solo en dibujar sobre otros cuerpos sino también en dejar que otras agujas se esmeren con el suyo.

El dragón “grande y muy colorido” que su madre llevaba en la tripa aparece entre los recuerdos de lo mucho que le gustaba dibujar ya desde pequeña; de lo mal que se le daban “los cuadernillos de verano”, que enseguida supo que no eran para ella y que prefería ir “a dibujar con acuarelas junto a una amiga al centro de Barcelona”.

En 5º de Primaria entró en la Escuela Joso, de Barcelona, y estuvo cuatro años dibujando manga; ahí soltó la mano. Después se fue directa al Bachillerato de Artes. A los 18 años se tatuó por primera vez y casi al mismo tiempo hizo su primer tatuaje. “A mi padre, un ‘1º’ en el tobillo. Era su primer tatuaje y también el mío”.

Buscaba un estudio para entrar como aprendiz, se certificó como higieniesta y siguió buscando un lugar donde aprender. Lo habitual es “que entres en un estudio y te tires un año dibujando, otro año mirando como tatúan y ya el tercero, te dejan tatuar. En Barcelona no encontraba a nadie para ser aprendiz”. Y estaba a punto a dejarlo, cuando ya en Huesca, “a través de un amigo en común con Pedrito”, apareció una oportunidad. En Disturbio Tattoo ha podido tatuar desde el primer momento, para lo que ha contado siempre “con el apoyo de Pedrito, que me dio total libertad”.

Encuentra difícil definir su estilo más allá del ‘black work’, solo usa tinta negra, y ‘dot work’, en referencia al tipo de sombreado que hace a punteado; aunque sí hay elementos comunes: “Muchas chicas, ojos, corazones; un rollo tétrico, nunca hago rostros sonriendo, siempre tienen una expresión lánguida o de tristeza”, algo que no sabe muy bien de dónde le viene.

Como cualquier otra profesional del tatuaje también cumple los deseos de quien llega con una idea ya más definida. E investiga y se documenta -le gusta ese proceso- para enriquecerlas con detalles, en función del espacio que tiene disponible para cubrir, como con el brazo de Blanca, una clienta para la que ha trabajado la mitológica figura de la medusa, que le ha llevado hasta la antigua joyería griega.

El objetivo es “ir a más”; perfeccionar estilo, saber meter más detalles, también evolucionar en el dibujo, pero está abierta a ir a donde le vaya llevando la vida. Mientras sigue pensando con qué cubrir los huecos en su piel vacíos, que le molestan. En la mente, terminar un crisantemo con un ojo en el centro que completa la pareja y una flor en la que los pétalos se mezclan con rasgos felinos.