Aragón

PANDEMIA DEL CORONAVIRUS

Andrés Guillén: "Nos sentimos realmente abandonados por nuestro país"

El vecino de Murillo de Gállego está confinado en Filipinas, a 10 horas de Manila

Andrés Guillén: "Nos sentimos realmente abandonados por nuestro país"
Andrés Guillén: "Nos sentimos realmente abandonados por nuestro país"

HUESCA.- A Andrés Guillén, un vigilante forestal de 57 años de Murillo de Gállego, las medidas de confinamiento por el coronavirus le sorprendieron a miles de kilómetros de su pueblo. Concretamente en la localidad filipina de Pagudpud, a unas 10 horas de viaje desde la capital, Manila. Acababa de llegar en autobús a este destino turístico de playa en la isla de Luzón, la más grande del país.

"Fue bajar del autobús y empezar a andar con mi mochila cuando fui detenido por el simple hecho de ser extranjero", relata desde ese mismo lugar, donde lleva recluido en un complejo turístico desde entonces, con la prohibición de pisar la calle y sin saber cuándo ni cómo podrá regresar a España.

La policía lo llevó a una comisaría donde coincidió con otros siete españoles que estaban en la misma situación y de allí los obligaron a todos a alojarse en un resort, donde se encuentran desde ese día.

Es decir, desde el 16 de marzo, dos días después de que el Gobierno español decretara el estado de alarma por la covid-19, y el mismo día en el que el presidente filipino, Rodrigo Duterte, con 140 casos confirmados (frente a los 5.100 con los que España ordenó el confinamiento) y 12 fallecidos , extendió a toda la isla la cuarentena que había decretado para la zona de la capital.

La detención fue totalmente sorpresiva para Andrés: "Yo veía la situación de España y les decía a mi familia, amigos y allegados que aquí estábamos mucho mejor. De hecho, se podía caminar por la calle con total libertad, nadie llevábamos mascarilla y la vida era normal".

Ahora, él y los otros españoles, junto con una italiana que fue llevada al mismo complejo turístico, llevan más de dos semanas encerrados en él y la cuarentena está en vigor para dos semanas más, de momento.

Han intentado que la embajada española les ayude a volver a casa, a ellos y a los cerca de 490 españoles que se han quedado varados en Filipinas por la cuarentena, algunos de ellos atrapados en pequeñas islas, ya que la comunicación entre las más de 7.000 que conforman el país del sudeste asiático está suspendida. Sin embargo, "la embajada no está haciendo mucho", critica Andrés.

"Nos pregunta con cierta frecuencia cómo nos encontramos, si nos hace falta algo y que tengamos fuerza y paciencia", explica. Además, les ha ofrecido un salvoconducto con el que pueden sortear el centenar de controles carreteros que les separan de Manila, en un viaje de entre diez y doce horas, para coger un avión de regreso a España. El problema es que apenas hay vuelos, los que hay son muy caros - "se han dado casos de billetes de 3.000 euros" -y no tienen garantías de que no los van a cancelar o de que no les retendrán en el tránsito del o los países en que tengan que hacer escala. "Estamos en un limbo", dice el altoaragonés.

La legislación diplomática española les había dicho que iba a intentar ayudar. Pero tras varias comunicaciones que cambiaban a las horas y se contradecían, "ahora nos han dicho que no, que nos busquemos la vida", sostiene.

"Estamos defraudados y decepcionados por el comportamiento de la embajada. El sentimiento general del grupo es que estamos realmente abandonados por nuestro país casi en las antípodas de España", lamenta.

Andrés reconoce que el sitio en el que están es una "jaula dorada" en comparación con la situación general de confinamiento en muchas partes del mundo. Están bien de salud, como comprueban las autoridades sanitarias filipinas cada pocos días, y se encuentran en un hotel con playa propia donde pueden ir a nadar sin entrar en contacto con nadie de fuera. Incluso los trabajadores del hotel están aislados en el establecimiento. Nadie ha tenido contacto desde hace dos semanas con el exterior, por lo que no temen al contagio.

Las autoridades les compran una vez a la semana lo que les piden, aunque como el alojamiento y todos los gastos corren por su cuenta, cada vez van racionando más el dinero. " Comemos noodles de bote, latas de atún y de sardinas, galletas, algo de fruta. Vamos recortando gastos porque no sabemos qué tiempo vamos a estar aquí", indica el vigilante forestal.

"Nosotros estamos bien a nivel personal y nuestras necesidades básicas están cubiertas mientras nos las podamos pagar, pero no sabemos exactamente cuándo podremos regresar a casa y tenemos familia", dice Andrés, que tiene una hija y dos nietos en España. Y aunque sabe que ellos están bien, reclama: "Tenemos derecho a estar en nuestro país y no nos están facilitando".