Aragón

ALTO ARAGÓN - ENTREVISTA

Carlos López-Otín: “Hay problemas mucho más importantes que resolver que el de la innecesaria inmortalidad”

El bioquímico altoaragonés recoge sus reflexiones científicas, personales y sociales en un nuevo libro, “El sueño del tiempo”

Carlos López-Otín: “Hay problemas mucho más importantes que resolver que el de la innecesaria inmortalidad”
Carlos López-Otín: “Hay problemas mucho más importantes que resolver que el de la innecesaria inmortalidad”
S.E.

HUESCA.- El tiempo es una noción difícil de comprender en toda su complejidad, una idea que se desvanece cuando el ser humano busca en ella respuestas a las eternas preguntas sobre la existencia. Tras el éxito de La vida en cuatro letras, que se convirtió rápidamente en un betseller, el bioquímico altoaragonés Carlos López-Otín nos brinda ahora un ensayo en el que aporta claves para entender ese concepto y también para aprender a ordenarlo, sentirlo, disfrutarlo y vivirlo.

El sueño del tiempo (Paidós), que López-Otín escribió en París en coautoría con el biólogo celular Guido Kroemer, plantea si todo el conocimiento nos puede llevar a evitar el envejecimiento y a decidir sobre nuestra longevidad.

Afirma el investigador serrablés, que Guido Kroemer le hizo "recuperar el placer de entender que hay un mundo en el que lo único que cuenta son las ideas, un mundo en el que te puedes poner a hablar con el único objetivo de discutir problemas complejos y buscar posibles soluciones para resolverlos".

De este afán, que ha marcado la labor investigadora de López-Otín, para quien la ciencia solo tiene sentido si posee un fin social, nace un ensayo ameno, siempre riguroso y complejo también en algunos pasajes. Un libro con galería de arte, banda sonora, filmoteca y biblioteca, plagado de curiosidades y de conocimiento. Sembrado de referencias a disciplinas como la economía, la física, la filosofía, la astronomía, la mitología, la antropología y, por supuesto, la química.

Un camino por 317 páginas a través del "elogio de la vida y del propio tiempo", que no nos receta fórmulas mágicas ni elixires de la juventud, sino que nos lleva a concluir que "el envejecimiento es todavía inexorable en humanos, pero nuestra longevidad es plástica y podemos dilatar nuestro tiempo biológico de diversas maneras".

Si La vida en cuatro letras nació como un desgarro, tras una época de acoso y depresión que sufrió el autor, El sueño del tiempo surge del resultado de muchas reflexiones científicas, sociales y personales de toda una vida, que López-Otín no duda en compartir con todos los lectores.

¿Cómo definiría usted el tiempo?

-Tengo presentes en mi mente varias definiciones dependiendo del contexto. Recordando a Luis Cernuda, un poeta cuyos versos no envejecen para mí, el tiempo es una nada creadora; si me acuerdo de Jim Wheeler, un gran físico, el tiempo es algo que se inventó para que no ocurriera todo a la vez; y si pienso en lo que he aprendido tras décadas de trabajo en los laboratorios, el tiempo es a mis ojos el discurrir cotidiano de una conversación sana y fluida entre los relojes de la vida.

Si fuera material, ¿a qué olería, qué sabor tendría, qué sonido, qué aspecto?

-El tiempo, como la vida, es azul, su consistencia es frágil y evanescente, sabe a agua, huele a aire y suena como la música de las esferas.

Y si fuera un personaje, ¿sería el bueno o el malo de la película?

-Siempre el bueno, sin duda. Vivimos en el tiempo del mundo y el tiempo de la vida vive en nosotros, luego si apreciamos al mundo y a la vida, no queda más opción que agradecer el regalo del tiempo. Otra cosa es que la evolución cultural y tecnológica humana hayan tenido como efecto secundario nuestra excesiva dependencia del tiempo. Lo que debemos hacer es mejorar nuestra relación con esta entidad que nos dicen que no existe en la realidad, solo en nuestra imaginación, pero que es capaz de dirigir nuestra vida y nuestros pensamientos.

Este libro habla del tiempo desde los más variados puntos de vista. ¿Cuál es el prisma que más le interesa a usted?

-El prisma emocional es mi preferido pues al final del camino solo nos quedan las sensaciones y las emociones que hemos vivido, las que hemos ofrecido o las que nos han regalado durante nuestro tiempo pasado en el único planeta social del que tenemos noticia. No conozco expresión más adecuada en este sentido que estas palabras de Borges "estar o no estar contigo, esa es la medida de mi tiempo".

El tiempo parece dominar todas las parcelas de nuestra vida, ¿por qué sucumbimos, en general, con tanta aparente facilidad?

-Porque nos falta fuerza de voluntad para seguir unas sencillas recomendaciones que se recogen ampliamente en El sueño del tiempo, y que representan intervenciones positivas para mejorar nuestra relación con el tiempo, dilatarlo y favorecer nuestra salud.

¿Viviríamos mejor o peor si conociéramos lo que nos depara el futuro?

-Afortunadamente, no soy determinista en nada y para nada, la pregunta parte por tanto de un imposible para mi mente. En el primer libro de mi trilogía, La vida en cuatro letras, dediqué un capítulo entero a discutir la fuerza del azar en nuestras vidas. Aceptar el azar y la imperfección, y dejar espacio para la renovación y la reparación, son buenas recetas de bienestar emocional.

Usted nos recuerda que Kierkegaard decía que la vida se vive hacia adelante, pero se comprende hacia atrás. ¿La sociedad actual se aplica esta máxima?

-No se aplica ni esa máxima ni casi ninguna otra que obligue a pensar y a reflexionar mucho. Prima lo urgente, las respuestas a corto plazo, los planes minúsculos o interesados y no se distingue bien qué es lo verdaderamente importante. Se echa de menos la concesión de más espacio y más respeto a quienes quieren pensar en global, mirar lejos, reflexionar sobre el futuro de las nuevas generaciones. Ellos y ellas son nuestro mejor legado, habría que dejarles el camino un poco más allanado en lugar de repetir injustamente que son generaciones perdidas y sin intereses profundos. ¿Estamos preparados para dar lecciones?

¿El presente es el más incómodo de todos los tiempos?

-Personalmente, no lo creo así. Vivir el presente con intensidad es una gran oportunidad de alcanzar una felicidad cotidiana sencilla de bajo coste, pero de alto impacto.

Y usted, ¿hacia dónde mira más, hacia el pasado o hacia el futuro?

-Hacia el futuro, sin duda, es mi tendencia natural y en eso ha consistido mi trabajo durante décadas. Anticipar cómo va a ser el futuro para tratar de contribuir a construirlo mediante los experimentos que hacemos en el laboratorio.

Para muchos, cualquier tiempo pasado siempre fue mejor

-Idealizamos el pasado y nos abruma la incertidumbre del futuro. Esto es así desde que el tiempo es tiempo. Hace falta imaginación y valor para abandonar lo que nos parece seguro y sólido y abrazar lo que se presume indeciso y líquido.

¿Por qué tenemos una memoria selectiva?

-Porque somos dueños de nuestro pasado personal y tenemos la capacidad de moldearlo y eliminar lo que sobra para construirnos ese paraíso particular que es la memoria. No olvidemos que se dice que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados, aunque personalmente no estoy muy de acuerdo con esta idea, solo hace falta la visita de una enfermedad neurodegenerativa para desalojarnos sin muchas contemplaciones de ese lugar idílico.

Si viajara al pasado, ¿con quién le gustaría encontrarse?

-Me gustaría acompañar a Darwin en algunas etapas de su viaje en el Beagle y después seguir su largo proceso de introspección que le llevó a formular su teoría de la evolución. También me resultaría curioso pasar un tiempo en el taller de Leonardo da Vinci, para ver de cerca cómo era el proceso de trabajo en ese lugar. Muchas veces decimos que nuestro laboratorio podía parecerse a un taller del Renacimiento, al que venían estudiantes de distinta formación, edad y procedencia con el fin de aprender nuevas técnicas de investigación científica o explorar nuevas ideas en el campo de las ciencias de la vida y de la salud. Eso es lo que unía a todos, después la interpretación de su aprendizaje la hacía cada cual a su propia manera, y cumplidos sus deseos o sus ambiciones se iban y dejaban espacio y tiempo para una nueva generación. Así ha sido en nuestro laboratorio durante 35 años.

¿Y a quién le gustaría conocer en el siglo XXIII?

-Imagino que por entonces la fusión hombre máquina habrá avanzado considerablemente, así que me gustaría encontrarme con los últimos representantes biológicamente puros del Homo sapiens, para saber cómo perciben su anunciada sustitución por robots.

¿Se atrevería a viajar en el tiempo?

-Ahora mismo, al futuro, ¿Dónde se compran los billetes?

Como su anterior trabajo, El sueño del tiempo está sembrado de referencias relativas a la literatura, el cine, el arte, la filosofía y la música, entre otras disciplinas. ¿Realmente tiene toda esta información en la cabeza?

-Mi querido abuelo, Don Clemente, el gran practicante de Sabiñánigo y su comarca, me explicó siendo un niño que la memoria consistía en guardar en la cabeza todo lo que te cupiera, pero nada más. Desde entonces empecé a llenar y llenar mi mente con información muy diversa pero muy especial, y es el día de hoy en el que la curiosidad por la vida y el mundo me sigue animando a seguir completando los últimos rincones disponibles en la memoria, antes de que se convierta en "un montón de espejos rotos".

Entiendo que parezca raro que me interesen tantos ámbitos distintos y que escriba sobre ellos, pero piensa que por ejemplo soy el único ser humano que no ha visto nunca un solo capítulo de ninguna serie, lo cual me deja disponible una gran cantidad de tiempo y memoria en mi máquina de pensar y soñar. Y también me viene ahora mismo a la memoria que en la inolvidable firma de libros que compartimos en la Feria del Libro de Huesca de 2018, una de las muchísimas personas que se acercaron a compartir unos minutos conmigo me dijo literalmente: me ha gustado tu libro y especialmente todo lo que la editorial ha añadido respecto a las canciones, las películas o los poemas, porque así se me ha hecho mucho más ameno. Soy de letras y las partes de ciencias me costaba un poco seguirlas". A esta querida lectora le pasó por la cabeza tu misma pregunta, pero ella resolvió la duda con naturalidad y crudeza altoaragonesa.

¿Por qué cuando pensamos en un tiempo futuro lo asociamos a una civilización sin alma y "secuestrada" por la tecnología?

-Porque nos la enseñan así, las películas futuristas son elogios distópicos en color gris, hasta la lluvia que cae sin parar es gris. Nos anuncian la transición al mundo de la inteligencia artificial y el triunfo final de los robots. Por definición, los robots se alimentan de electrones y nosotros de emociones, ellos no se equivocan, pero carecen de alma. Tal vez nuestro destino final como especie sea complementar o adornar el algoritmo de un grupo de extraños robots que tengan sueños de trascendencia y deseos de disfrutar de un alma como la de los extintos sapiens.

¿Podremos vencer un día al tiempo, dejar de envejecer, vivir sin enfermedades, ser inmortales?

-Yo no lo veré, hay problemas mucho más importantes que resolver que el de la innecesaria inmortalidad. Desde que Zeus por venganza nos envió a Pandora con su tinaja (según mis lecturas de mitología no era una caja) llena de todas las enfermedades del mundo, la enfermedad forma parte consustancial de la vida. Y para los que no crean en la mitología, y sí en la ciencia, el mundo y la vida están sometidos a las leyes de la física, todo fluye hacia un aumento de la entropía, del desorden, y el envejecimiento es inexorable porque tarde o temprano la entropía acude a su cita con nuestra anatomía.

CARLOS LÓPEZ-OTÍN

El catedrático de Bioquímica y Biología Molecular Carlos López-Otín (Sabiñánigo, 1958), uno de los investigadores españoles de mayor relevancia internacional, compagina su labor docente con el desarrollo de líneas de investigación sobre cáncer y envejecimiento.

El trabajo del grupo que dirige ha permitido el descubrimiento de más de 60 nuevos genes humanos, descifrar genomas de pacientes con cáncer y otras enfermedades, y la definición de las claves moleculares del envejecimiento.

Su labor le han valido importantes premios como el Europeo FEBS de Bioquímica, el Jaime I, el Carmen y Severo Ochoa, el Dupont o el Premio Nacional de Investigación Santiago Ramón y Cajal, entre otros muchos.