Aragón
Por
  • Javier García Antón

Días de alta frivolidad

Alberto Garzón, en el vídeo difundido en redes sociales.
Alberto Garzón, en el vídeo difundido en redes sociales.
S. E.

CUANDO la frivolidad entra por la puerta, el humor acaba huyendo por la ventana. Cada día estoy más convencido de que, en lugar de tiempos líquidos (lo siento, Zygmunt), padecemos un estado gaseoso, evanescente. Es como las verdades incómodas ante las que, sin respuesta, tan sólo eludimos la reacción, dilatamos la solución, nos escabullimos. Y los problemas, si no se atacan, se enseñorean. No tiene gracia.

La inanidad del ministro Garzón, en correspondencia con lo prescindible de su cartera, no puede ser respondida con vacuidad. En dos años, ha sido poco trabajador, muy chapucero y enormemente superficial. Con la doctrina ideológica como único sustento intelectual, ha querido intervenir en las apuestas del juego y ha dejado la ley a medias. A todas horas oímos publicidad inductora de la ludopatía, aunque Ronaldo ya no juegue a póker en la televisión.

Su última ocurrencia, la de la reducción del consumo de carne, es de una levedad insoportable. Curiosamente, no son pocos los que se han lanzado a aplaudir con las orejas la peculiar desautorización del presidente: un chuletón al punto es imbatible. Profundidad argumental. ¡Dios, qué desazón! Sánchez no puede entrar en la ruleta de los desatinos sin sustancia. Lo congruente es llamar al ministro y comunicarle su destitución, porque juega con el sustento de muchas familias y con la felicidad y la supervivencia de todos. Bien es cierto que uno y otro, antes, debieran asesorarse sobre la Dieta Mediterránea y los beneficios del equilibrio y de las carnes para la serotonina, que segrega hormonas imbatibles para el bienestar. Y, de paso, como afirma Miguel Ángel Almodóvar, que miren la morfología de los hervíboros: panza enorme, cerebro enano. Hacia ahí vamos.