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ENTREVISTA

Javier Valdovinos: “El inicio fue duro pero nunca tuve miedo, sabía dónde quería llegar”

Arriesgó por seguir su pasión por el mundo del vino, su bodega fue la octava en entrar en la D.O. Somontano y ahora se jubila

Javier Valdovinos Vispe, junto a su hijo Javier, en su bodega, con la referencia de los vinos Canfranero.
Javier Valdovinos Vispe, junto a su hijo Javier, en su bodega, con la referencia de los vinos Canfranero.
S.E.

Es el perfecto anfitrión, acompaña al visitante por la bodega siempre pendiente de todo y muestra orgulloso cada espacio: la tolva, los depósitos de fermentación, las cubas, la embotelladora... Javier Valdovinos Vispe (Antillón, 1956) lo vive y lo transmite con el orgullo de quien ha transformado, construido y creado vinos que se expanden por el mundo. Pero lo hace desde un segundo plano, porque el responsable es ahora su hijo Javier, quien se hizo cargo del negocio hace ocho años arropado por su padre, que sigue ofreciendo su experiencia a pesar de que este año se ha jubilado.

No puede alejarse de su pasión y casi su destino. Su apellido Valdovinos bien podría significar valle de vinos, y sus raíces están en Antillón, próxima a los ríos Guatizalema y Alcanadre, donde el cultivo de la viña se data en el año 500 a. C. Además, estaba acostumbrado al trabajo que exige el negocio.

Su madre, Josefina, vivió la Bolsa de Bielsa, la resistencia y huida a Francia en 1938. “Tenía 18 años cuando salió de Escalona y al volver todo el pueblo estaba quemado”, rememora Javier trasladando la fortaleza que tuvo para seguir adelante. Su padre, Mariano, era antillonero y trabajaba el cereal, olivo y viñedo. Además de a Javier tuvieron a su hija Trini.

Un problema de corazón de Mariano hizo que su hijo se tuviera que hacer cargo del patrimonio familiar con 16 años. “Fue duro, porque me pilló joven, sin experiencia...”. Además, la mili le mantuvo año y medio fuera y el regreso supuso “volver a empezar, retomar todo lo que había dejado” en Antillón, donde se vivía del cereal, la almendra, el olivo y el viñedo.

Al morir su padre, cuando Javier tenía 26 años, asumió el negocio al completo y fue creciendo una idea de futuro. “Mi ilusión era el vino, es un mundo que me llamaba desde el interior, me gustaba, leía revistas, compraba enciclopedias... y me lancé con una plantación de 6 hectáreas de viña”, la base de un proyecto que desde entonces no ha parado de crecer. En este camino hace hincapié en el papel fundamental que ha jugado Lourdes Escabosa, con quien se casó en 1989, y formaron su familia con sus hijos Javier, Raquel y Lucía. “Nunca ha habido cortapisas, ha sido un respaldo en todos los sentidos, también en darme fortaleza para seguir adelante con el proyecto”, comenta emocionado.

En los inicios vendían el vino a granel a compradores de pueblos de alrededor o que acudían de zonas de montaña. “No había pensado venderlo embotellado, pero Mariano Beroz me convenció para entrar en la Denominación de Origen Somontano”. Era el año 1998 y Valdovinos fue la octava bodega en sumarse a este proyecto que se ha expandido por el territorio; actualmente un total de 29 conforman la D.O. Al poco “surgió el boom. Entonces no se vendía, te lo venían a comprar. Sin Somontano no seríamos lo que somos. La denominación arrastra al público porque es una garantía de calidad”, expone. El vino lo empezó a copar todo y Javier dejó el cereal.

Había comenzado en 1994 la construcción de la bodega familiar en un terreno con olivos de su propiedad que arrancó, niveló y preparó, para después ampliarla en 2000 y en 2004. “Ahora tenemos unos 3.000 metros cuadrados edificados. Es increíble pensar cómo estaba eso hace 40 años y verlo ahora. Nos ha costado mucho sacrificio. Los inicios fueron duros, pero miedo no he tenido nunca, sabía exactamente dónde quería llegar”, dice tajante. Aunque no olvida el duro trabajo, como alguna jornada que vivió con Lourdes por el día vendimiando, por la noche moliendo la uva y, sin dormir, acudir al buscar más uva a Salas Altas.

Las secuelas de una antigua operación de hernia discal le pasaron factura hace unos ocho años, cuando estuvo a punto de dejarlo todo. La intervención del doctor Villarejo, en la Clínica La Luz, le salvó de la silla de ruedas y su hijo, que había estudiado Ingeniería Agrónoma en Huesca y Enología en La Rioja, se lanzó a la aventura de seguir el negocio familiar. “Para mí ha supuesto todo. De estar como me encontraba he pasado a recuperarme y ver cómo mi hijo se hace cargo con muchas ganas e ilusión. Resurgí”, confirma. No fue sorpresa para la familia, porque, como recuerda su padre, Javier desde pequeño había mostrado interés por la bodega. Se alzaba sobre una caja para llegar a la embotelladora e ir poniendo botellas, y cuando alguien acudía a comprar vino era él quien cogía la bicicleta para ir a servirlo. “Tiene una iniciativa impresionante, siempre con ganas de trabajar y nuevas ideas, además de ser un gran comercial”, resume. De hecho, su primer proyecto fue crear un vermú y ahora el blanco y rojo -que se ha posicionado entre los 10 mejores de España- se exportan a China o Miami.

El tándem inicial y Javier Valdovinos Escabosa ahora llevando las riendas han logrado colocar sus caldos en lo más alto. Cuentan con una veinte de referencias, entre ellas Selección Syrah; Berdá; Bresque Blanc de Noirs Moristel, Sauvignon Blanc y Syrah; el Canfranero Blanco Chardonnay, Crianza y Rosado; los vermús; vino dulce y cava. Su presencia en ferias como Salón Gourmets o Alimentaria ha expandido la venta y los caldos llegan a Alemania, Austria, Suiza, Canadá, México, Venezuela y Holanda, entre otros países. Sus vinos se han colgado solo este año de la jubilación de Javier una medalla de oro y tres de plata en Vinespaña o Bacchus. El perfecto colofón a años de entrega y un brillante palmarés para quien seguirá creyendo y luchando por Valdovinos.