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Pilar Buil Subías: “Le dije a mi padre, aquí tengo poco trabajo, quiero trabajar más”

Empezó a coser de pequeña, tuvo un taller en la calle Zarandia, en Huesca, se estableció también en Aínsa y a sus 82 años sigue aceptando encargos 

Pilar, en su taller en su casa de Escanilla, donde sigue cosiendo.
Pilar, en su taller en su casa de Escanilla, donde sigue cosiendo.
S.E.

Pilar Buil Subías lleva cosiendo desde que tiene memoria y a sus 82 años (en octubre cumplirá 83) repasa sus inicios, en Coscojuela de Sobrarbe, el lugar donde nació. “La mujer del maestro era modista, muy buena. Y cuando salía de la escuela, iba a casa a merendaba y después me iba a coser a la casa del maestro. Como iban más chicas de otros pueblos, unas aprendían el corte en el comedor, otras cosían en el taller, y otra chica y yo, que éramos las más pequeñas, nos ponía en la cocina a hacer trabajo para entretenernos mucho”.

Pilar deja claro, por la forma en cómo repasa sus inicios, de la determinación por ser modista que siempre tuvo. Tras esas primeras puntadas, siguió cosiendo. En Labuerda, durante un invierno en el que, “el maestro (y su mujer, la modista) se habían trasladado ahí a vivir, y con otra chica estuvimos ahí aprendiendo a coser y a bordar”. Después en Barbastro, donde conoció a una profesora de Corte y Confección del Sistema Martí; “Sabía coser pero no cortar, y a esta señora le dije que quería sacarme el título de profesora de Corte y Confección”.

Dicho y hecho a los 17 años consiguió su titulación, con un diploma de honor -“se ve que lo vieron muy bien”, apunta-, pero a su vuelta a Coscojuela de Sobrarbe, ya tuvo claro que aquello se le quedaba pequeño. “Volví y le dije a mi padre, aquí tengo poco trabajo y yo quiero trabajar más. Como mi hermana estaba estudiando magisterio en Huesca, nos buscó una casa y ahí vivimos las dos”. Ahí es donde empezó a enseñar. Por entonces Pilar tenía 20 años.

Un lugar de aprendizaje y encuentro para mujeres

Su época en Huesca estuvo marcada por el taller que abrió en la calle Zarandia (ahí en la zona intermedia de la calle, después de pasar los dos bares que hoy quedan abiertos). “Empezaron a venir señoras a las que les cosía. Y chicas, que trabajaban como dependientas o en casas particulares (sirviendo) y por la tarde tenían fiesta. Unas venían a una hora, otras a otra. Nos reuníamos muchas, como 18 o 20”.

Su trabajo ahí empezaba a las 6 de la mañana. A primera hora, Pilar dejaba listo el trabajo y “cuando las chicas venían, yo ya tenía lo tenía preparado, y unas pasaban puntos flojos, otras hilvanaban, otras aprendían a cortar, otras hacían ropa para ellas”, explica.

La memoria de aquellos años a día de hoy sigue siendo grata, “ahí estuve muy bien”, recuerda. Durante ese tiempo (mediados de los sesenta), el taller, un lugar donde aprender con pericia la costura y la confección, ejercía las veces de espacio de reunión y encuentro para algunas de esas mujeres jóvenes que llegaban a la capital desde los pueblos. Pilar llegó a acoger en su casa a algunas de ellas que buscaban esa primera oportunidad; procedentes de su propio pueblo, Pueyo de Fañanás o de Puibolea. “Había chicas que se habían venido de momento a mi casa y después ya buscaban un lugar, lo que encontraban, pero yo las acogía como si fueran de mi familia”, recuerda, “como sigo haciendo”, en referencia a las clientas que a día de hoy le dan trabajo. También enseñó a coser a las estudiantes de Magisterio.

Pilar cerró el taller de Zarandia cuando se casó. “A los 27 años me casé y me volví a Escanilla. El primer año lo pasé fatal, porque estaba a falta del cariño de las chicas que tenía”, pero pasado ese primer año, pronto Pilar se buscó qué hacer.

Empezó a trabajar con un sastre, Emilio, de Aínsa, para el que durante años Pilar cosió mano a mano pantalones junto a su suegra, “que había cosido de joven y estaba encantada”. Su marido, aunque no siempre estuvo a favor del empeño de Pilar en trabajar, fue quien llevaba y traía los encargos y las entregas de Pilar para el sastre, y viceversa. ”Y estaba orgulloso, decía, fíjate si cose bien Pilar que la vienen a buscar desde Zaragoza”, recuerda.

De Escanilla a París

Tras unos años en Escanilla, se mudaron a Aínsa, y ahí de nuevo se estableció por su cuenta. De Bielsa, de Boltaña, de La Fueva, de Graus, de Zaragoza, “de muchos sitios, ahí cosí mucho y tengo muy buenas amistades”.

Tras jubilarse su marido y antes de su fallecimiento, dijo de ir a vivir a Escanilla, lo que no le gustó demasiado a Pilar. “Claro, ¿quién iba a venir hasta aquí tan lejos a traerme trabajo?”.

Aún así, nunca se ha planteado dejar la costura, “es que yo, la costura... Estando aquí, he hecho un vestido de novia a una chica que vive en París. Vino a Boltaña a la casa familiar y quiso mirarse el vestido aquí. Su madre le dijo que creía que yo era la más adecuada para eso. Me había visto coser el vestido de mi sobrina”.

De este tiempo, lo que recuerda con más cariño son las personas. “Estoy muy satisfecha de estas amistades, que me traen trabajo y me ven con cariño”, “como yo a ellas” y con quienes intercambia muestras de afecto, “me traen alguna caja de bombones o de galletas y yo tengo un huertecito y también les doy de lo que tengo”.

Para este final de agosto tiene que entregar un vestido al que le estaba haciendo unos arreglos. Además tiene pendientes arreglos para vestidos de hasta tres bodas, No lo deja, porque, es que Pilar, la costura...