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Las maravillas del Pirineo al alcance de la mano

Eduardo Viñuales fusiona ciencia, arte y naturaleza en su cuaderno de montaña

Atardecer en el Mont Valier, cumbre del Couserans en el corazón del Parque Natural Regional de los Pirineos de Ariège.
Atardecer en el Mont Valier, cumbre del Couserans en el corazón del Parque Natural Regional de los Pirineos de Ariège.
Eduardo Viñuales

Henry Rusell, padre del “pirineísmo”, dejó plasmado en sus manuscritos que “en la naturaleza pirenaica existe una poesía extrema, una armonía de formas, colores y contrastes que no había visto en ningún otra parte”.

La sensibilidad del irlandés errante a la belleza de estas montañas fue compartida hace dos siglos por geógrafos, cartógrafos, científicos, literatos y dibujantes de la talla de Victor Hugo, Franz Schrader, Lucien Briet o Ann Lister, escritora inglesa y primera persona en llegar a lo más alto del pico Vignemale.

El poso cultural de aquellos primeros exploradores convertidos en artistas ha sido recogida en 2023 por el naturalista Eduardo Viñuales en su nueva publicación “Las maravillas naturales de los Pirineos”.

A través de sus 45 capítulos, propone al lector convertirse en un explorador decimonónico, adentrándose por medio de imágenes y testimonios in situ del naturalista y de los escritos de sus “maestros”, a lo largo y ancho de toda la cordillera pirenaica.

Incluye a su vez, un “cuaderno de campo” donde recoge anotaciones útiles de un viajero científico para fijarse en las formas del paisaje geológico, en la flora de altitud, en la diversidad faunística o en parajes imprescindibles.

Desde, el hayedo de Artikutza, el lugar donde más llueve de la Península Ibérica, hasta el Cap de Creus, saliente marino a las puertas del Mar Mediterráneo, Viñuales recorre los valles y montañas de este a oeste.

Muladar en la Sierra de Guara.
Muladar en la Sierra de Guara.
Eduardo Viñuales

Entre medias, bosques, picos de 3.000 metros, circos glaciares, ibones, sumideros, lagos, gargantas, grietas, cañones... También quebrantahuesos sobrevolando Escuaín, huellas del oso que ha pasado la noche en el valle de Arán, murciélagos en cuevas, urogallos, perdiz nival, rosalía alpina, sarrios, buitres, ejemplares de Edelweiss, zapatitos de dama, líquenes, robles, hayedos... Cada personaje se alza como protagonista de los pasajes.

Hay muchos mundos dentro del Pirineo, elaborar este libro fue como hacer un puzle. Estas montañas son un todo que no entiende de fronteras políticas y donde la diversidad, más que por la cultura o barreras humanas, está diferenciada por la diversidad de paisajes. Hay cosas que aprendes que no caben en las páginas de un libro, debes ir y sentirlas”, advierte el naturalista Eduardo Viñuales.

Aragón desde la cima

Sus primeros pasos le llevaron al Pirineo aragonés. La Sierra de Guara, el valle de Ordesa o el pico del Aneto aparecen como indispensables, pero pone el foco en sus particularidades. En su interior: hábitats rupestres, el comedero de buitres de Santa Cilia de Panzano (donde el autor cuenta la vivencia de como un alimoche rompió con una piedra un huevo), la brecha de Rolando, el bosque de la Pardina del Señor o las cinco únicas plantas que sobreviven a 3.404 metros.

El macizo del Balaitús, desde el pico Tebarray.
El macizo del Balaitús, desde el pico Tebarray.
Eduardo Viñuales

Siguiendo esta senda, Viñuales pone el foco en el valle de Castanesa en Ribagorza. Hogar de sarrios y caballos salvajes, fue el “ojito derecho” del geógrafo Schrader. Los científicos advierten que su manto de nieve se reducirá gradualmente. La califica como un “santuario natural” y su silencio, “debería ser preservado como una prioridad”.

Asimismo, el naturalista repara en Punta Suelza, entre los valles de Bielsa, Chistau y Riomajou. El geólogo Chausenque llegó a él mucho antes que Russell. Fue adorado por un selecto grupo de bótanicos atraídos por saxífragas, ranúnculos, lonarias, martagones y flores de lis. De su hibernación sale en abril la lagartija pirenaica. El ibon perdido de Sallena es uno de sus secretos mejor guardados.

Finalmente, el fuego dormido del Anayet es ineludible para el autor. “Parece levitar”, incide, sobre la cima colosal entre los valles. El ingeniero Lucas Mallada lo definió como “aislado, con crestones cenicientos y de penoso acceso”. Es la montaña de los arándanos. “Desde Canal Roya hasta los ibones es un regalo para la vista, merece ser Parque Natural”, apunta Viñuales.