Cinca Medio

CINCA MEDIO - ¿QUIÉN SOY?

Manuel Aguilera, el niño que tocaba a los buitres

"A veces pensaba: ¿Y si me tumbo y me llevan al paraíso donde está mi madre?"

Manuel Aguilera, el niño que tocaba a los buitres
Manuel Aguilera, el niño que tocaba a los buitres
S.E.

HUESCA.- Un niño de 12 años con un cuaderno y un boli toma notas en el sitio más inverosímil que se pueda imaginar. Está dentro de un esqueleto -podía ser de un caballo o una vaca- que ha acercado hasta un animal muerto para observar escondido cómo se alimenta un centenar de buitres. Esta escena no era inusual en el muladar de Binaced, adonde ese niño, Manuel Aguilera Sanz, iba siempre que podía. Nada detenía ni detiene su pasión por los buitres. No consiguieron doblegarle sus padres, que le veían llegar a casa impregnado de ese olor, y tampoco la enfermedad, porque esta locura le llevó a coger el tifus -"casi me muero"- y las fiebres maltas.

Nació en Binaced, en casa de sus abuelos la Nochevieja a caballo entre 1951 y 1952. Era el tercero de cinco hermanos y sus padres se dedicaban a la agricultura. Le gustaba ir al colegio en su pueblo y quería ser biólogo o científico, pero la infancia y ese futuro que soñaba se frustraron ("no pudo ser... en la próxima vida será", dice). Tras varios años enferma, su madre murió cuando Manuel tenía 13 años, y tuvo que ponerse a trabajar. Entró en la Pegaso en Binéfar. "Los primeros quince días lo hice gratis, a prueba, y luego me pagaban 25 pesetas a la semana", rememora. Cogía el autobús en Binaced a las 7 de la mañana y volvía a las 8 de la tarde.

Pero Manuel tenía su vía de escape. A los 9 años su abuelo le llevó al muladar a dejar un animal muerto y ver los buitres. "Me quedé impresionado, ¡eran tan grandes como yo!". Así que en cualquier momento cogía la bici y se iba al muladar que estaba a poco más de dos kilómetros a estudiarlos. "Quería saber sobre ellos, por qué habían sido declarados alimañas y había que exterminarlos", explica. No tenía dinero para comprar libros ni había biblioteca, por lo que cogía su cuaderno de campo y permanecía horas y horas esperando a que bajaran los buitres para tenerlos al lado; les tocaba la cabeza, las patas, metía su mano en las entrañas... No tenía miedo. "A veces pensaba: ¿y si me tumbo y me llevan al paraíso donde está mi madre? Porque yo creía que podían transportar las almas", cuenta con naturalidad lo que resume los sentimientos que invadían al pequeño Manuel.

Ese era y poco más su mundo. "Era el raro del pueblo -recuerda-, no iba a jugar al fútbol, no solía estar con los chicos. Siempre con mi obsesión sobre esa especie condenada a morir sin saber nada sobre ella".

Con 16 años se fue a una comuna hippy en Calafell -"estaba harto de ponerme negro en aquel taller", dice- y trabajó en una empresa estadounidense creando urbanizaciones. "Pero no podía pasar mucho tiempo sin ver a los buitres y volví". Llevar un tractor, un camión, trabajar en una fábrica han sido el medio para su fin: las aves rapaces. Creó la Fundación de Amigos del Buitre, el Museo en Santa Cilia de Panzano y comederos tanto en Huesca como en Sudáfrica y Gambia. "He dedicado mi vida a lo que no me dio, el estudio y conservación de las especies", concluye satisfecho.