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JACETANIA-PATRIMONIO

Recorrer San Juan de la Peña “con una pizca de fantasía e imaginación”

José Luis Solano y sus 36 años investigando y enseñando el monasterio

Una de las visitas teatralizadas en San Juan de la Peña.
Una de las visitas teatralizadas en San Juan de la Peña.
D.A.

José Luis Solano, 36 años como guarda del Monasterio de San Juan de la Peña y agente de Protección del Patrimonio Cultural, conoció el monumento cuando ni siquiera había caseta y su “centro de trabajo” era el coche. Con la necesidad como virtud, aprovechó para conocer “mucho el entorno, para mirar piedras”. Allá por mediados de los ochenta, llegaban a atender a 240 o 250 autobuses en junio, excursión obligada como era para niños de Huesca, Zaragoza, Valencia, País Vasco, Cataluña desde abril. En septiembre despegaba la temporada de la Tercera Edad. En medio, en agosto, atender a las 1.200 o 1.300 personas que requería el apoyo de guías licenciados en arte becados por el Gobierno de Aragón.

Públicos divergentes. “Los niños desde los 8 a los 12 años son encantadores. Me gustaba enseñarles porque les preguntabas qué es un abad y siempre está el abuelo que dice “el jefe del monasterio”. Preguntas los capiteles a los niños y, con la regla general, con la ingenuidad, igual que el románico es muy ingenuo, te los van contando. Les tienes que ayudar cuando les hablas de los trabajos de Adán y Eva, las bodas de Caná, la pesca milagrosa, la entrada de Jesús en Jerusalén, los Reyes Magos. Les ayudas un poquito y te lo dicen ellos. Algunos te decían que era el milagro de Calanda. Era una especie de jugar con ellos”.

En todo caso, José Luis Solano lanza una verdad apodíctica: “Todo el mundo se impresiona con San Juan de la Peña. El 90 % de la gente mayor se entusiasma. El mérito no es del guía, sino del monasterio. Si son aragoneses, les pregunto por los símbolos del escudo que a lo mejor el 98 % de los aragoneses no los conocemos, o el tema del Conde de Aranda. La gente no sabe de su importancia, de que era presidente del Consejo de Castilla y su primo Pignatelli con él hicieron el Canal Imperial de Aragón”.

Los cimientos

Solano sentencia que Europa sólo es comprensible desde el entendimiento de la biblia. Así es más fácil también apreciar San Juan de la Peña. “Del monasterio conservamos una parte muy pequeña. El paisaje natural no era así cuando estaban los monjes. Prácticamente no había árboles, que quemaban para calentarse. Forma un pequeño valle que estaría con construcciones, no la parte noble más cerca de la peña, sí las de los servicios. Establos, lavandería, granjas, cuadras… El Monasterio era sitio de culto anterior al cristianismo. Creo que es un sitio sagrado de siempre. El primer hombre que pasó pero allí se quedó asombrado e hizo su pequeña adoración a la peña, al agua, a la naturaleza y, como suele pasar, se interponen las culturas, vendrían eremitas y luego ya una comunidad”.

Cita a Domingo Buesa para estimar que el primer asentamiento, con un pequeño monasterio prerrománico o mozárabe, se consagró a San Julián y Santa Basilisa. “Una comunidad dúplice de hombres y mujeres. La iglesia prerrománica lo revela: dos ábsides y dos naves. Cuando entran los benedictinos en 1028 con Sancho el Mayor de Pamplona, se deshace y las monjas acaban en Santa Cruz de la Serós y de ahí el origen de Santa María”.

El templo, del que no consta el primer nombre, pudo ser destruido o abandonado en algunas de las razzias de Almanzor, como prácticamente en todos los monasterios del Pirineo.

Recorrerlo con imaginación

José Luis Solano conoce de memoria cada palmo de San Juan de la Peña y con él realizamos un fascinante recorrido a través de la palabra. La precisión es asombrosa. “Nada más entrar, bajas cinco escaleras y al fondo la iglesia prerrománica con dos ábsides y naves. En los ábsides, dos pinturas románicas, uno de los martirios de San Cosme y San Damián. La iglesia es pequeñita pero se amplía en época de Sancho Ramírez para iniciar la construcción de la románica y esa zona queda con funciones de cripta: hay cinco enterramientos de abades del monasterio. Hay una sala del principio con dormitorios comunales, a lo mejor quizás solo para monjas y el abad. Más tarde, la ocuparían siervos, criados, gente que llegaba al monasterio, cámara de música, distintos oficios como lavandera, hortelano, pastores, clérigos. En 1675, cuando suben del Viejo al Nuevo, se trasladan 75 personas, según Oliván Baile”. En este nuevo asentamiento estarían hasta la primera guerra carlista. Luego llegaría la desamortización de Mendizábal.

Seguimos en movimiento por unas escaleras hasta el panteón de los nobles. “Los primeros Reyes de Aragón quieren estar enterrados en San Juan de la Peña, hacer de él el sitio sagrado y los nobles quieren estar junto a ellos. Hay enterramientos de nobles de Aragón y Pamplona con adornos de románico aragonés, con ajedrezado y bolas jaquesas. Muchas descripciones funerarias aparte de crismones: glifos, leones… La última tumba de ese panteón es la del Conde de Aranda, ministro de Carlos III y IV, porque sus antepasados estaban enterrados ahí, la familia de los Abarca de la casa de los Garcipollera. Había muchas dudas de dónde estaba enterrado porque murió en Épila. A los 40-50 años, llevan intención de hacer un panteón de hombres ilustres en Madrid, San Francisco el Grande. Se trasladan a Madrid, no se realiza y se vuelve a traer a San Juan de la Peña, a finales del XIX. En 1985 se hizo una cata en el suelo y aparecieron dos cajas de madera. En una, letras de plata, Dominus Optimus Máximos y Excmo. Sr. Conde de Aranda, y en la otra una caja de plomo con todos los restos, el uniforme de capitán general, parte de la peluca… Se hizo un estudio y el uniforme se colocó en el museo y los restos se volvieron a enterrar donde están hoy”.

La ruta se dirige a la zona del horno y la masadería. “En el suelo tres laudes, la primera la del rey Pedro I, la segunda la de Ramiro I y la tercera la de la Infanta Isabel, hija de Pedro I. Las tumbas reales se ven desde esa zona, es una necrópolis medieval con tumbas antropomorfas y rectangulares. Cuando se levantaron esas tumbas en el 85, encontramos 3 anillos de oro de 24 kilates y un dado de hueso. Los anillos están en el Museo de Huesca. Hay una maqueta de la necrópolis medieval que parte de las tumbas partidas, porque en el incendio de 1675 ese área queda destruida y Carlos III y el Conde de Aranda tratan de dignificar las tumbas reales y crean el panteón real neoclásico, con muchos mármoles, bronces y estucados”.

El Museo era donde estaba el palacio abacial. La reforma fue disfrutada en su visita por Felipe VI. “Hay una sala dedicada exclusivamente al Conde de Aranda, con el uniforme, una reproducción de un cuadro de Bayeu que está en el Museo Provincial de Huesca, capiteles que fuimos encontrando y restos de capiteles que he encontrado yo. Pintura Gótica del siglo XIII que es la entrada de Jesús en Jerusalén y la encontramos encima de la bóveda de la capilla de San Victorián, y por una puerta pequeñita se entra a la zona que más me gusta: la iglesia románica. Me gusta salir en vez de por el panteón de nobles, por el museo”.

Siente devoción por la iglesia románica. Nos pone en situación. “Cuando estaba de moda el barroco, se encala toda la peña, llegan a romper capiteles románicos para instalar escayolas y colocan retablos barrocos, algunos están en la del Carmen de Jaca. Hay restauración de la época de Francisco Íñiguez se inventa que hubo arcos fajones y los de ahora están restaurados. Toda la portada por el exterior en la iglesia es una restauración de Lamolla, no muy afortunada. Donde esas tres ventanas en la portada seguramente habría dos ventanas altas y estrellas de aspillera y un ventanal muy grande sería puerta de entrada en la iglesia románica, pero cambiando toda la estructura del monasterio”.

Reclama, para visitar una iglesia medieval, “una pizca de fantasía e imaginación, y pensemos cómo estaría la iglesia de San Juan de la Peña en el siglo XI. En la peña, hubo un Cristo en Majestad con un cielo estrellado. En los ábsides, la representación de la leyenda de San Voto y San Félix, policromía en los capiteles, grandes cortinajes, lo más seguro habría un artesonado que cubriría la bóveda de cañón. Nos faltan los monjes, el gregoriano, el olor a incienso, la iluminación… Lo que estamos viendo es el boceto de la obra de arte. La luz, en vez de entrar por donde entra ahora por esos tres ventanales de Lamolla, por una abertura encima de la bóveda de cañón entraría bañando la peña directamente a los ábsides”. Briz Martínez, abad historiador del Monasterio, la describía así.

Relata el contenido de ábsides y capiteles. El de Habacuc, uno de los profetas que le coge un ángel de los pelos para llevarlo a donde está Daniel en el coso de los leones y porta pan y un pozal. En el altar del ábside central se encuentra una copia del santo cáliz. En San Juan, una de las narraciones importantes afecta al Santo Grial. “Según la leyenda, el papa Sixto II se lo da a San Lorenzo, que lo envía a Loreto, llega la invasión de los musulmanes y el obispo de Huesca lo traslada a las montañas. Unos dicen que está en distintos sitios (San Adrián de Sasabe, Siresa, Bailo, Jaca y acaba en San Juan de la Peña) y otros en San Juan de la Peña . A partir de 1399, existe la primera documentación que habla de este santo cáliz, cuando Martín el Humano lo pide a los monjes para la Aljafería, donde quiere reunir todas las reliquias de la corona de Aragón. Forma parte del tesoro real, va de Zaragoza a Barcelona y de Barcelona a Valencia, en cuya catedral está actualmente”.

El monasterio inspira, incluso, la obra de Parsifal de Wagner. Continuamos. “A mano izquierda hay una puerta y por unas ventanas se ve la envoltura del panteón real. Es el neoclásico que después del incendio queda destruido y Carlos III y el conde de Aranda quieren dignificar. Las placas de bronce reflejan enterramientos de los reyes y algunos otros que no lo están: reyes de Aragón y Pamplona. En los cuatro estucos, la representación de los símbolos del escudo de Aragón: fondo la batalla de L’Ainsa con el árbol de Sobrarbe, el siguiente la aparición de la cruz de Íñigo Arista, el tercero la batalla de Alcoraz con las cuatro cabezas de moros y la cruz de San Jorge, y el último la jura de los Reyes de Aragón. Es muy bonito el calvario y sobre todo San Juan, que es obra de Carlos Salas, el mismo autor que hace el camerín de la Virgen del Pilar. Y hay un medallón de bronce de Carlos III con el toisón de oro”.

Los reyes de España con autoridades en el claustro del Monasterio de San Juan de la Peña.
Los reyes de España con autoridades en el claustro del Monasterio de San Juan de la Peña.
Rafael Gobantes

El acceso al claustro es por la emblemática puerta de arco de herradura, que se traslada de la iglesia prerrománica: valor simbólico de las puertas. “De un sitio espiritual como es la iglesia a otro mucho más terrenal como es el claustro. Alrededor de la puerta, la inscripción “por esta puerta se abre el camino de los cielos a los más fieles que unan la fe con el cumplimiento de los mandamientos de Dios”.

Una de las dos capillas, del siglo XVII, se dedica a San Voto y San Félix, los fundadores del monasterio según la leyenda: “Un noble zaragozano persigue un ciervo por encima de la peña, el ciervo se despeña y él con el caballo desbocado a punto de caerse, invoca a San Juan Bautista y le para el caballo al borde del precipicio. Asustado, se baja a ver cómo había quedado el ciervo y se encuentra una pequeña construcción con un eremita en la cual había una inscripción que decía que era San Juan de Atarés. Eran dos nobles mozárabes, Voto y Félix, y empiezan a construir el templo”.

La otra capilla “es una verdadera joya gótica para la tumba del abad Juan Marqués. La de San Victorián, porque fue monje allí. Es del gótico florido, en los nervios se representa un gran cortejo funerario con 28 ángeles músicos, animales fantásticos, báculos abaciales… En la portada, el escudo del rey de Aragón, con las cuatro barras, el yelmo, la corona y el rábano”.

Recuerda José Luis Solano que la pared que delimita el claustro hacia la carretera tuvo distintas alturas hasta la actual, obra de Íñiguez. En este emblemático lugar, “escenas del Génesis, de la infancia de Jesús y de la vida pública, que tenían una función sobre todo didáctica. Trabaja el maestro de San Juan de la Peña, con ojos muy grandes y saltones, para pintarlos y darles toda la expresión de la pintura románica. En la expulsión del paraíso, la cara de Abraham es espectacular; el sueño de San José donde se le ve con un gorrito de dormir, un almohadón con círculos de un tejido bastante normal en la edad media que era cíclaton y círculos de seda. El ángel prácticamente parece una mariposa. Y los siguientes en importancia cuando Jesús elige a los apóstoles, las bodas de Caná, la entrada de Jesús en Jerusalén (muy bonito con un pollino precioso) y la última Cena con iconografía curiosa, no la de la consagración, sino la traición de Judas. Jesús da de comer a alguien y dice que a quien le dé de comer le traicionará esa noche; Judas coge el pez que es el símbolo de Cristo, San Juan con barbas (como los bizantinos) y Simón Pedro apoya la mano en Juan y le pregunta de quién habla el maestro. El Evangelio de San Juan al mínimo detalle”. Es el final de la visita virtual no sin apostillar que otro taller trabajó en el claustro, con figura más alargada, con un Maestre ad Domine y una cena de los monjes, dedicada a la desgana, apatía, depresión, y dos o tres de animales fantásticos.