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Ángel, 100 años y una vuelta al globo al mando de Elcano: "No es una hazaña"

Su historia empieza en Berdún, donde nació en 1921.

Ángel Díaz del Río
Ángel Díaz del Río
EFE

A los 13 años, Ángel Díaz del Río ya sabía que quería ser marino. Y eso que nunca había visto el mar. Solo lo imaginaba de lo que su tío le contaba en sus visitas a Zaragoza, poco antes de estallar la Guerra Civil. Cuatro décadas después, comandó el Juan Sebastián Elcano en su quinta vuelta al mundo.

Con 100 años recién cumplidos, 8 hijos (3 de ellos marinos), 20 nietos y 23 bisnietos, este contralmirante recibe a Efe en su casa, sentado. Las rodillas, dice, ya no le dejan caminar como antes. A los ochenta y tantos años se fastidió una jugando al tenis.

Y es que para Ángel la edad nunca ha sido un impedimento. Después de dirigir tres buques, entre ellos Elcano, y dedicarse mucho tiempo a enseñar, también al rey emérito, decidió ponerse a escribir a los 64 años y ya lleva ocho libros publicados. De historia española, porque "hay que saberla" para "no caer en lo mismo"

Pero su historia empieza en un pequeño pueblo de la Jacetania, Berdún, donde nació en 1921. De adolescente se mudó a Zaragoza para cursar el Bachiller y allí surgió su amor por un mar que tuvo que esperar una guerra para conocer.

"Pasamos mucha hambre"

La contienda la pasó en Madrid, explica Ángel sentado junto a su hija Piluca en su piso de esta misma ciudad. A su izquierda, una pared repleta de metopas coronada por la de Elcano de su vuelta al mundo, y a su derecha otra con un gigantesco mapamundi antiguo. Enfrente, ocho sencillos retratos de sus hijos a lápiz rojo.

"Entonces medía 1,81, ahora he empequeñecido a 1,70", dice recordando esos años 30 y sonríe, una sonrisa que extiende por su cara y convierte en carcajada al acabar casi cada una de sus frases. La guerra le cogió con 15 años y se dedicó, rememora, a buscar comida, con su padre preso en una checa republicana.

"La verdad es que se me daba muy bien. Me levantaba a las cinco de la mañana, me iba a la plaza de la Cebada y ponía en orden a las mujeres que había allí en las colas. Para recompensarme, los de los puestos me daban dos kilos de naranjas y dos kilos de cebollas".

Y una vez a la semana hacía trueque con dos botellas de vino que le regalaban a su hermano de la fábrica de armas en la que trabajaba a cambio de 100 pesetas al mes. Iba a unas huertas que había donde hoy está el hospital Gregorio Marañón y las cambiaba por acelgas. Aún así pasaron, lamenta, "mucha hambre".

Acabada la guerra, Ángel persiguió su sueño y se fue a San Fernando para ingresar en la escuela naval de la localidad gaditana. Allí conoció por fin el mar.

"No lo había visto. La primera vez fue en el año 40, en la escuela naval. Lo primero que hice fue coger un barquito, el vaporcito del puerto, que va de Cádiz al Puerto de Santa María. Fue mi primera navegación. Me fui solo al Puerto de Santa María, comí, me volví y me dije: 'listo, feliz'".

Profesor del Príncipe: "Al principio no estudiaba"

Cuatro años en la academia y su carrera se disparó, primero dedicado a la enseñanza, con alumnos como el rey Juan Carlos, entonces príncipe. Era 1957 y tenia que enseñar al rey emérito electrónica, que Ángel había aprendido un año antes en Estados Unidos.

"Al principio no estudiaba y me dijo el duque de la Torre: 'me ha dicho el príncipe que le trata usted con mano muy dura'. Y le dije: 'pues no, lo que estoy es exigiéndole que sepa lo que yo le explico".

Lo que le enseñaba era electricidad y electrónica, para lo que visitaron juntos estaciones hidroeléctricas gallegas, y finalmente el príncipe aprendió. "La realidad es que después hizo un examen que el duque de la Torre no se creía que había contestado, pero lo había hecho", explica Ángel.

Poco después, ya como jefe de estudios de la Escuela Naval Militar de Marín (Pontevedra), comandó el destructor Intrépido y luego el Roger de Lauria, antes de encargarse del buque escuela emblema de la Armada, con el que dio la vuelta al mundo en 1978.

Es, tal y como le reconoció el Ministerio de Defensa el pasado abril, el marino más veterano en haber completado una vuelta al globo en un buque de la Armada. La misma que hace 500 años realizaron por primera vez en la historia el portugués Fernando de Magallanes y el español Juan Sebastián Elcano.

Aunque Ángel no la recuerda como una hazaña. "Una hazaña es una cosa extraña, difícil. Esto es la mar, que está a veces muy alterada, pero a los temporales hay que hacerlos frente, y nada más".

Comandar Elcano, un desafío

Eso sí, reconoce que dirigir el buque escuela, de 113 metros de eslora, 4 mástiles y 20 velas, es "un desafío". "No todo el mundo puede llevar Elcano", dice sobre el velero, que está ya navegando por el Mediterráneo a punto de completar su undécima vuelta al mundo, conmemorativa del quinto centenario.

En los años 70 circunnavegar la tierra no tenía mucho que ver con ahora. No había GPS ni móviles. "Antes salía uno al mar y adiós muy buenas", bromea el contralmirante, y cuando llegaban a puerto enviaban las cartas que habían ido escribiendo en la travesía.

"Las llamadas eran un desastre, hoy todo el mundo va con su chirimbolo en la mano y se ven", dice Ángel sobre los móviles haciendo gestos con la mano como si hablara por uno. Pero entonces se comunicaba con su mujer, Esther, por radio.

"Te avisaban: '¡ya hay comunicación con Madrid!'. Y se ponía mi mujer. Había que hablar como si fuese una radio telegráfica y ella se ponía muy nerviosa porque había que decir 'corto'". Al final, las conversaciones se resumían, cuenta riendo, en un "te quiero mucho, me acuerdo mucho de ti y adiós muy buenas".

De la vuelta al mundo recuerda algún episodio difícil, como una tormenta llegando a Montevideo que le tuvo dos días capeando el temporal, y la visita de Don Juan, el padre del rey emérito, en la travesía de Honolulu (Hawai) a Manila (Filipinas).

"Me dijeron que era un hombre antipático y que tuviera cuidado con él para que no se entrometiera en el mando", pero resultó "un verdadero hombre de mar" con el que Ángel se llevó muy bien. "Nos hicimos amigos y nunca me dijo nada de lo que debía hacer o no".

También la visita de Esther en Acapulco (México) y Bangkok (Tailandia), de donde se trajo los muebles que hoy dan a su terraza madrileña un aire asiático.

Ella, una mujer "guapísima y extraordinaria", falleció en 2008 y él, a sus 100 años, sigue con la energía casi intacta en un "mundo que cambia continuamente", dice, pero que "más o menos sigue siendo lo mismo" porque sigue habiendo "gente muy buena y gente regular".