La Hoya

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Gudrs, una invitación a penetrar en la conducta social “y humana” de las grullas de la Alberca

El director del centro de interpretación publica un libro en el que un ave relata las peripecias, hábitos y emociones de esta especie

Pablo Vallés: de la observación y el estudio procede el conocimiento de las aves.
Pablo Vallés: de la observación y el estudio procede el conocimiento de las aves.
Amada Tierra

Cuando la especie humana se mimetiza con la naturaleza, la etología (estudio del comportamiento) del sapiens y del resto de los animales se instala en la armonía. Esta conclusión, que quizás nos lleve también a ser “sentiens” al aportar la emoción al conocimiento, bien podría ser la moraleja de “Gudrs. Historias de una grulla”, el libro del educador ambiental oscense Pablo Vallés que va incluso más allá de su indudable valor divulgativo.

El autor siente desde su formación naturalista una fascinación que se constata en el pasional vuelo de sus palabras, con las que confluye en los dibujos de las grullas. Desde hace muchos años, acude a ese espectáculo sencillo y enriquecedor que es la vida en la Alberca de Alboré, donde estas aves encuentran mucho más que alimento y cobijo. Desde hace seis años, de hecho, Pablo gestiona el centro de interpretación de este prodigioso escenario de convivencia prácticamente universal.

Y fue precisamente en este ora apacible, ora estruendoso edén de las “grus grus”, donde la inspiración asaltó a este ornitólogo que, un buen día, razonó que para llegar al fondo de la conducta de las aves había que abandonar el exclusivo camino de contar el número e identificar, para bucear en sus hábitos nómadas y sus relaciones.

Y es ahí, fruto de la observación que es el gran tesoro de los naturalistas, donde la inspiración se posó sobre Pablo Vallés, que se puso manos a la obra para publicar Gudrs, editada por la oscense Scribo e ilustrada por el ayerbense Luis Miguel Bradineras. Ochenta páginas en las que ha apostado por la personificación, y es que es la propia grulla la que nos narra sus peripecias, sus viajes, sus riesgos, la relación con sus congéneres y la combinación entre su instinto y sus conocimientos. Que tenerlos, los tiene.

Pablo Vallés husmeó en el letón para bautizar a su grulla relatora. No es sencilla para nosotros la fonética del idioma báltico. Y, entre los “pronunciables”, eligió Gudrs, que significa “inteligente, astuto”. El término ideal por su impecable carácter onomatopéyico.

Como en tantos paradigmas de la filmografía, “Gudrs está basado en hechos reales. Hace tres años, controlamos una grulla que pasó todo el invierno en Montmesa, que tenía GPS y se le había anillado en Letonia. Hemos constatado después que se ha instalado en la alberca otros tres inviernos. La semana pasada inició el retorno a Letonia y sabemos que volaba por Francia. Volverá ya independizada y en uno o dos años estará en edad de reproducción, que se materializa en la zona donde nace. Es una ley de la naturaleza”. Bromeamos: “Tiene doble residencia”. En su pasaporte vital, que suele extenderse en torno a los veinte años (han documentado algunas de 23), siempre aparecerán los dos países..,. salvo desastre que anhelamos sea improbable.

Acostumbrados como estamos a lamentar la insensibilidad humana, Pablo Vallés afirma que las grullas que asoman a la alberca proceden de Francia, Alemania, Polonia, Escandinavia y los países bálticos. Las rusas toman la ruta de Turquía. “De las quince especies de grullas, la única que se ha salvado de la extinción es la europea. Esto es un orgullo, porque es un símbolo de unión. La fórmula es fácil: si se protegen, se salvan; si se cazan, se extinguen”. ¿Para qué se capturan? “En algunos países, para comer. En otros, como Estados Unidos, por placer”. Advertencia: su carne es dura y nervuda, esto es, poco recomendable para los amantes de la buena gastronomía.

Convergencia evolutiva

El ser humano, los cetáceos y las grullas -explica Pablo Vallés- convergen evolutivamente. Es fascinante “cómo viven. Es un ser social que se comporta como nosotros”. Al escribano firmante de esta columna le salta la chanza (“deben ser mejores personas que nosotros”). Pablo, que es un divulgador ameno, asegura que “tienen un lenguaje complejo para organizarse. Tienen familias y amigos, como nosotros. Son muy fieles a sus raíces, a sus lugares, también los de destino”. Alude el educador a una bióloga alemana que ha demostrado científicamente que cada grulla tiene una voz única, que el fonograma de las grullas es enormemente variado, con mayor estridencia aguda en las hembras. Y también logró un hallazgo sorprendente: “Que hay intercambio de parejas. Vuelven a conducirse como humanos. Las hay fieles para toda la vida, otras que abandonan a la familia... Y otras que se quedan solteras. Y las hay que se cruzan con otras”. En el fondo, en otra analogía con el ser humano, impera el valor de la diversidad. “Cada individuo tiene su carácter. Es una sociedad muy parecida a la nuestra”.

El director del centro de interpretación incide en los paralelismos. “Entre ellas, hablan. Es como nosotros, que a veces nos encontramos con alguien de tu barrio con el que no has hablado en tu vida, pero te reconoces cuando estás fuera y te saludas”.

Los tirabuzones del alimoche

La reconversión hacia la etología provino de una serendipia, de un hallazgo casual. En el año 2000, en los Mallos de Agüero, vio un “alimoche. Claro, todos tendemos a pensar que los pájaros son tontos, que se alimentan y tienen un comportamiento simple. Nada más lejos de la realidad. Aquel ave venía desde África, seguramente exhausto, pero al encontrar en los Mallos su destino, se elevó y se dejó caer haciendo tirabuzones. Repitió la maniobra. Era la alegría de llegar a casa. Entonces me di cuenta que concibiendo la ornitología solo en su aspecto de contar e identificar, me estaba perdiendo mogollón de cosas. Y me cambió totalmente la visión. Como educador ambiental, tengo que pensar en los ecosistemas, en el lenguaje, en sus costumbres”.

En verdad, la perspectiva profundiza. “Las grullas son estética, pero, si te fijas, hay mucho más. A veces vienen niños y se quedan impresionados cuando digo que van a volar a las 10:40. Y les explico que si hace viento norte, más frío, será a las 9:20”. Otra mala interpretación generalizada: “Hay gente que ve que cambian la formación en V para ir como en círculos e interpreta que están desorientados. No se desorientan nunca. Vuelan con el campo magnético incluso de noche. Sobre las ciudades las corrientes térmicas son artificiales y por eso van en círculos. Lo que hacen, en realidad, es coger altura para avanzar”.

Rutinas

Vuelo de las grullas
Vuelo de las grullas
Pablo Vallés

Dentro de la rutina invernal milenaria de viajar hacia el sur, las grullas llegan desde hace diez años a la alberca, en noviembre y hasta febrero. Tiene que ver con las nuevas técnicas agrícolas que propician su alimentación, como la siembra directa y los rastrojos de maíz. “Cuando se piensa que vienen porque hace menos frío no es exacto. Poseen el mejor aislante térmico, las plumas. En realidad, con que los días se acortan en su origen y buscan más horas de radiación solar y comida. En febrero, cuando se van, es porque sueltan las hormonas sexuales para la reproducción, y aquí los ecosistemas no están concebidos para esta función. Es una cuestión exclusivamente sexual”.

Todas estas vicisitudes están recogidas, de boca de la protagonista y mano de Pablo Vallés, en Gudrs. El libro “permite empatizar con las grullas, y a quienes lo han leído les ha encantado. Es muy adecuado para padres que pueden leerlo a sus hijos, y para estudiantes de Instituto para adentrarse juntos en otra visión de asignaturas que ya tienen sobre los ecosistemas y la biodiversidad”. El ave tiene la voz y la palabra con una lección final de fábula: “La especie humana necesita recuperar su conexión con la naturaleza”. Palabra de Gudrs.