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Raimundo Abió Nogués: “No he dejado perder lo que mis antepasados han conseguido”

Quinta generación de alfareros en Bandaliés, mantiene las raíces y evoluciona en este oficio artesano

Raimundo Abió en su taller de Bandaliés.
Raimundo Abió en su taller de Bandaliés.
S.E.

Cada mañana Raimundo Abió Nogués (Bandaliés, 1970) enciende la luz del taller, se pone el delantal, se sube las mangas de la camisa y se aplica con el torno, una rueda que ya hacía girar el abuelo de su abuelo. Aprendió el oficio de alfarero primero jugando y luego trabajando, años de experiencia que permiten que sus manos mantengan la tradición y que amasen su evolución, siempre con el sello de cerámica de Bandaliés.

Raimundo Abió siguió la estela familiar porque le ató sin darse cuenta. Desde pequeño ha vivido la actividad del taller encabezado por su abuelo, Julio Abió Carrera, y luego por su padre, conocido también como Julio aunque en realidad su nombre de pila es Raimundo, ambos reputados artesanos de Bandaliés. Ellos también siguieron la tradición: en el Obispado oscense se guarda un documento que recoge que su familia pagaba un tributo a la aljama mora para entrar a vender de murallas para dentro de la Huesca musulmana.

“Lograr que te reconozcan como de Bandaliés es extraordinario”

Raimundo se recuerda de muy pequeño viendo salir llamaradas y humo del horno árabe mientras alguien le sujeta por seguridad por los hombros; luego llegaron las tardes de invierno en las que su padre habilitaba un lugar en el taller con un torno y barro para que jugaran los niños. Así fue dando los pasos hasta llegar a asumirlo como su trabajo. Porque, aunque estudió Química en la Universidad Laboral de Huesca -lo que le ha permitido investigar y hacer pruebas para su labor-, lo que le gustaba era “el torno”.

Raimundo se ha interesado por conocer a fondo la historia de este oficio, “porque lo primero es saber de dónde venimos”, y él procede de Bandaliés donde llegó a haber en activo 36 alfarerías. “Las piezas que se fabricaban se distribuían con un burro y un carro, por lo que solo podían cubrir 20 kilómetros. Por eso lo normal es que a esa distancia ya hubiera otra, y cada una se quedaba en su zona con un pacto no escrito de respetarse”, explica. Alrededor de ellas surgían más porque los aprendices se establecían luego por su cuenta, “y si eran buenos profesionales continuaban dado que había mucho mercado que abarcar”. Para que se crearan pueblos alfareros también era primordial contar con una buena cantera de tierra, que era la que definía las características de las piezas. “Unos hacían botijos, tinajas... y en Bandaliés, donde la arcilla es muy refractaria y con una elasticidad increíble -apunta-, básicamente eran piezas de menaje; para cocinar, conservar y servir”. Además, las de cada zona tienen su sello porque “los alfareros eran profesionales como la copa de un pino, pero a ninguno le daba por inventar y se hacían piezas prácticamente idénticas”. Incluso cuando alguno cambiaba de pueblo no podía seguir trabajando igual, “tanto por la materia prima como porque el comprador desconfiaba cuando veía algo a lo que no estaba acostumbrado”.

Raimundo sostiene que para ser un buen alfarero se necesitan unos 8 o 9 años de aprendizaje, que va desde la selección de la arcilla hasta educar el tacto. “Un día mi padre me dijo que ya bastaba de jugar y que tenía que hacer una pieza y repetirla hasta que me saliera bien. Pasó un día, una semana, el verano... y cuando creía que la tenía me demostraba que no estaba bien”. El amor propio le hacía continuar, y aunque “era desesperante”, llegó un momento en que la evolución fue rápida “y ya bastaba con ver una pieza para saber hacerla”, explica.

“Hay trabajo pero no hay profesionales”

Ahora suma más de treinta años en el taller, y de lo que está más orgulloso es de que la gente que le conoce sabe que una pieza es suya. Pero más que de Raimundo Abió prefiere que se reconozca como “cerámica de Bandaliés, porque Bandaliés ha tenido muchos alfareros y ya prácticamente nadie se acuerda del nombre de ninguno, pero su forma de trabajo es la que deja ese sello, esa impronta, ese reconocimiento”. Él mantiene esas raíces, pero las presenta de otra forma. “A casi nadie le importa el origen de las piezas, pero partiendo de esa base derivamos en un tipo de producto que nos diferencia, y conseguir que lo reconozcan como de Bandaliés es extraordinario. No he dejado perder lo que mis antepasados han conseguido”, remarca.

En el taller llegaron a estar trabajando sus padres, Julio y Benedicta, los tres hermanos y dos personas más. Ahora, por jubilaciones y que han seguido otros caminos, está solo en el negocio. Y sostiene que hay trabajo y personas que lo quieren aprender, pero existe un sistema mal planteado que impide que el oficio se mantenga. Por un lado, tener un aprendiz supone un coste de tiempo y dinero, y tiene como resultado que quien ha aprendido se establezca por su cuenta, “y hace muy bien. Por eso no hay aprendices en ningún taller”. Por otro lado, no se enseña en FP porque se necesita titulación y los alfareros no tienen un título reconocido. “Bellas Artes es lo más parecido, pero ninguno sabe trabajar bien el torno, y si el que enseña no sabe...”. Así, “hay trabajo pero no profesionales, y el oficio se tiene que perder para que nos demos cuenta de lo que hemos perdido”, sentencia.

También es cierto que la pandemia y las normas que se aplican han dado al traste con todo. “No ha habido ferias, ni actos sociales, ni fiestas en pueblos, ni se ha permitido la movilidad -a su taller llegaban un centenar de autobuses desde Francia-; así no hay alfarero en España que pueda pagar ni la Seguridad Social”. Ha estado tiempo intentando sin éxito buscar salidas. “Pero mi padre me recordó que mi abuelo pasó la Guerra Civil, a los cinco años volvió y siguió haciendo piezas de barro. Me serenó, no puede ser este el final después de más de 30 años”, dice. Y no lo será porque el torno necesita su toque y modelar la línea de cerámica que Raimundo ha creado aunando todas las escuelas que conoce. ”He unido todos los colores en una misma pieza (ya sea vaso, taza, plato o fuente) y al mismo tiempo he buscado que sea mucho más dura. Es impactante porque no se ve nada igual. Esa es mi aportación a este mundo”, concluye.