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Isabel Corral: Una maestra que arropa y respeta a sus colegiales

“Llevo veintidós años en el colegio de Lanaja y lo que me aportan los niños y las niñas, me enriquece”

Isabel Corral de niña y en la actualidad
Isabel Corral de niña y en la actualidad
S.E.

“Vacúnate pronto, queremos abrazarte”, “gracias a ti, mi hijo vuelve feliz a casa” o “mi hija se despierta contenta para venir al colegio” son algunos de los piropos que recibe por su trabajo Isabel Corral, maestra que educa a nuestros hijos día a día. Es madre, esposa, pero sobre todo maestra, una educadora incansable que motiva a sus alumnos corrigiendo los errores y felicitando cuando lo hacen de forma excelente, acompañando siempre sus intervenciones con tiernas frases.

Reconoce que es posible que esta actitud le venga de lo feliz que fue en sus años de infancia, “rodeada de mi familia y mis amigos, siempre en la plaza del Salvador y alrededores, siempre jugando o haciendo trastadas”, confiesa recordando cuando en el pilón de la iglesia se rompió las palas recién salidas. “Iba -explica- con chicas mayores que yo, ellas subían fácilmente al pilón pero yo caí y me deje allí los dientes”. Al llevarla al dentista, no pudo hacer gran cosa, “le di una patada”. En otra ocasión que fueron a ‘pillar’ al huerto de su abuelo, “a coger manzanetas, al saltar por una pared arenosa me cayó una piedra en la cabeza, fuimos corriendo a Don Nicolás, el médico, y le pedí casi de rodillas que no dijera nada en casa, pero al llegar, ya les había llamado”.

Esta niña tan inquieta y traviesa, que en muchas cosas continúa así, iba todos los sábados con su madre, que también era maestra, a ayudarla a dar clases a la cercana localidad de Capdesaso. “Disfrutaba mucho y creo que el gusanillo por la enseñanza me entró allí”.

Isabel es de Sariñena, donde siempre ha vivido; trabaja en el CRA Monegros Norte y como maestra dice sentirse “superrealizada. Llevo veintidós años en el colegio de Lanaja y lo que me aportan los niños y niñas, ahora ya muchos han finalizado la universidad, me enriquece”, explica satisfecha, y cuenta su secreto: “Después de ducharme me pongo como perfume entusiasmo y alegría, y cuando llego al cole voy cantando ‘Paquito el chocolatero’ para apartarlos y poder pasar”, ríe la maestra.

Convencida de que hay que dar el 100 por 100 para recoger frutos, si bien ella ha dado el 200 por 100, manifiesta que a los alumnos hay que “arroparlos y respetarlos y así se muestran ellos”, porque Isabel sabe que sus colegiales la adoran con ese cariño infinitivo que solo un niño es capaz de brindar y que no cesan de trasmitírselo cada día, logrando convertirse en una docente inolvidable, no sólo por los conocimientos que es capaz de transmitir, sino por las cualidades que es capaz de regalar estando en el aula y fuera de ella; su pasión, humor, naturalidad, cercanía y simpatía le hacen ser una mujer increíble, querida por sus alumnos, exalumnos y por todos los vecinos y vecinas.