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David Martínez Cazcarra, una infancia entre el tren y el cine

Desde muy pequeño destacó por su faceta de ser un buen comerciante y en la madurez se ha convertido en un experto en la elaboración de paellas 

David Martínez Cazcarra en una imagen de niño y en la actualidad.
David Martínez Cazcarra en una imagen de niño y en la actualidad.
S.E.

David Martínez Cazcarra nació en Sariñena, donde es uno de sus vecinos más queridos. “Por razones laborales, con mi esposa, Marisa Yzuel, fuimos a vivir a Huesca -explica-, pero Sariñena es nuestro pueblo”, y nunca han roto ese cordón umbilical. “Por trabajo vengo muy a menudo, además aquí está mi familia y es que Sariñena para mí es muy importante”, confiesa. “Me siento querido y quiero a Sariñena”.

De su infancia tiene multitud de recuerdos: “Las salidas por la noche a tomar ‘la fresca’, los juegos con los amigos al salir del colegio, nunca faltaba el partido de fútbol o la competición de canicas, o cuando íbamos a robar cerezas por los huertos”. A pesar de que no fue un niño travieso, David siempre llevaba sus rodillas marcadas. “No sé por qué tenían la manía de que lleváramos pantalones cortos, tanto en verano como en invierno”, dice. En una ocasión, se le ocurrió llevar a toda la pandilla a robar cerezas al huerto de su padre. “Al día siguiente vino muy enfadado porque algunos gamberros le habían pisoteado todo el huerto. Nunca se lo dije, si le hubiera confesado nuestra visita, no estaría aquí para contarla”, explica riendo.

De aquellos años rememora sus carreras con el patinete que le trajeron los Reyes Magos -“el principal causante de mis magulladuras en las rodillas”-, y también recuerda con mucho cariño la Estación de Sariñena. “Mi padre era factor de Renfe y expendía los billetes, yo estaba horas a su lado, escuchando por la radio noticias de otras estaciones u oyendo cómo comunicaba que el próximo tren llegaba con tres horas de retraso, y nadie decía nada, supongo que entonces todos teníamos mucho tiempo para todo”. Además, en su memoria tiene marcada a la cantinera, “que pasaba por el andén vendiendo pipas, caramelos, bebidas que iba repartiendo por las ventanillas del tren”. Entonces, “la Estación estaba muy viva, la cantina llena siempre de gente, el coche-autobús de mi “tío Rafael Ispa”, que no era familia, pero le llamaba tío, subía y bajaba completo al pueblo, y yo iba gratis, de copiloto, mientras mi padre iba en una moto”.

“Mi padre era factor de Renfe y expendía los billetes, yo estaba horas a su lado escuchando por la radio noticias de otras estaciones"

Su padre se jubiló muy temprano de Renfe, con la oportunidad de seguir trabajando, “primero en la conservera y pronto gestionando el Cine Victoria, en el que le ayudaba desde los 17 años”. Ese cine fue todo un símbolo en Sariñena. “Allí pasamos la transición de Tarzán a Emmanuelle, pasando por toda clase de dráculas o wéstern, sin olvidar las de Pajares, Gracita Morales, Rafaela Aparicio o Paco Martínez Soria, y sobre todo recuerdo cuando llegaban los que denominaban ‘fuerzas vivas del pueblo’, que nunca pagaban la entrada”, sonríe.

Desde muy pequeño, David destacaba por su faceta de ser un buen comerciante. “Mi abuela tenía una especie de ferretería, donde se vendía de todo, desde clavos, zotal y cal hasta figuras de porcelana, y siempre estaba llena de vecinos comprando. En realidad en Sariñena las calles centrales siempre estaban llenas… eran otros tiempos”. En la actualidad también se ha convertido en un experto en la elaboración de paellas, plato que comparte muy a menudo con su familia sariñenense, si bien destaca por su solidaridad, tolerancia, respeto y compromiso, valores que junto a su esposa han sabido trasmitir a sus tres hijos, formando una familia muy apreciada en Sariñena. 

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