Cultura

FESTIVAL

El Microfest ofreció cuatro propuestas musicales en la Sala Genius de Huesca

Sandra Rehder, Alessio Arena, Sara Fontán y David Wapner desgranaron un variado mosaico sonoro

El Microfest ofreció cuatro propuestas musicales en la Sala Genius de Huesca
El Microfest ofreció cuatro propuestas musicales en la Sala Genius de Huesca
L.LL.

HUESCA.- A la manera de un patchwork formado por retales de telas diferentes, la octava edición del Microfest acogió la noche del viernes en la Sala Genius cuatro propuestas muy diferentes entre sí. Entre la ortodoxia y la heterodoxia, este festival consagrado al pequeño formato que organiza el Área de Cultura del Ayuntamiento de Huesca volvió a sorprender con un amplio espectro de estilos y sonidos.

Ante un público atento y silencioso, la primera en aparecer sobre el escenario fue Sandra Rehder, una argentina afincada en Barcelona que defiende una concepción apasionada del tango, fluctuando entre el intimismo y el desgarro. Dueña de una voz magnífica, inició su actuación con la milonga Che, bandoneón. Acompañada por un guitarrista excepcional, Pablo Martorelli, que tuvo un gran momento de protagonismo en solitario con un tema que fue pura filigrana, Sandra fue alternando temas nuevos como Olvido y Esclavo con clásicos del tango como Uno de Discépolo o una bella tonada venezolana. Se despidió con un Volver de Carlos Gardel lleno de emoción, demostrando una impetuosa personalidad.

Tomó el relevo Alessio Arena, cantante napolitano también afincado en la Ciudad Condal, que posee una de las voces más cautivadoras que se han escuchado en los últimos tiempos. Una voz andrógina, con una tonalidad bellísima y original, armónicamente en una longitud de onda próxima a Silvio Rodríguez o Caetano Veloso. Con ella da vida a unas canciones llenas de sensibilidad, que se sitúan más allá de fronteras geográficas o mentales, entre los aromas mediterráneos y los aires andinos. No en vano, su más reciente disco, en torno al que giró su actuación, se titula Atacama! Un momento especialmente emocionante fue cuando interpretó a capella una canción que cantaba su bisabuelo. Desgranó temas como El hombre que quiso ser canción, Amor circular o una Diablada inspirada en la tradición del desierto de Atacama.

Muy bien acompañado por Rocco Papia a la guitarra, charango y bouzouki, llegó al final de su muy sutil actuación con el fado La felicitá que cantaba Amalia Rodrigues (pero interpretado en italiano) y con la cueca chilena Los niños que vuelan, también en italiano. Su actuación fue un gozoso descubrimiento.

La siguiente en ocupar el escenario de la Sala Genius fue Sara Fontán. Muy activa en la escena vanguardista barcelonesa (ha tocado con la Orquesta del Caballo Ganador, Árbol o Manos de Topo), esta violinista utilizó nada menos que ocho pedales de efectos, delays y loops para conseguir crear un sonido envolvente, que podía remitir a Shostakovich, a la música llamada neo-clásica, el ambient, la drone music, los correos cósmicos alemanes o la más radical experimentación.

Como si se tratara de una mujer-orquesta, los efectos multiplicados de su violín podían hacer pensar por momentos en toda una orquesta sinfónica, mientras otras veces podía parecer una versión actualizada de Laurie Anderson. Representó en esta edición del Microfest la vertiente más arriesgada y vanguardista. Una creadora a tener muy en cuenta.

El punto final al Microfest lo puso David Wapner. Este argentino afincado en Israel es un entrañable outsider, un verso suelto en medio de la homogeneidad circundante, alguien absolutamente inclasificable y original, que en todo caso sería primo hermano de Daniel Johnston o Mike Cooper. Era la tercera vez que Wapner visitaba la capital oscense, donde ya hace años participó en el festival de oralidad Huesca es un Cuento y más tarde en Periferias.

En esta ocasión presentaba su nuevo proyecto, Cantuflas eléctricas, con el que, armado con su guitarra y a través de loops, a veces se acercó a la arquitectura circular del post-rock. Sus canciones, con forma de salmodias obsesivas, hablan de tornillos del submarino amarillo en el fondo del mar, o de perritos que no se sabe si vienen o van, con un minimalismo poético cercano a la ingenuidad de Barrio Sésamo. Terminó su actuación, y de paso cerró el Microfest, con una suerte de vals fantasmal conectado al universo de Tom Waits.

Fue una noche con cuatro propuestas muy diversas, unidas quizá por su tan heterogéneo como reconfortante aliento poético.