Cultura

CRÍTICA MUSICAL

Dios salve a la Reina del Metal

Rhapsody of Queen Homenaje a Queen Palacio de Congresos

Dios salve a la Reina del Metal
Dios salve a la Reina del Metal
R.G.

En el año 2018, el Palacio de Congresos de Huesca acogió la actuación de Symphonic Rhapsody of Queen, una celebración más o menos sinfónica de la música de la mítica banda británica. El año pasado, ya sin coartada "sinfónica", volvió al mismo lugar Rhapsody of Queen y colgó el cartel de "entradas agotadas". Y ese mismo cartel se volvió a colgar el pasado viernes en la tercera visita de Rhapsody of Queen a Huesca. Tres veces en tres años consecutivos, y siempre con un éxito rotundo. Parece que lo suyo se va a acabar convirtiendo, como lo de b vocal, en una tradición. Todos los años, Rhapsody of Queen. Y, desde luego, mientras el público siga respondiendo de esta forma, tienen el éxito asegurado. Lo logran, por otro lado, siempre con el mismo o muy parecido repertorio, sin cambiar prácticamente nada en cada visita.

Pero Rhapsody of Queen no es una banda tributo al uso (como sí lo es, y muy buena, la banda argentina Dios Salve a la Reina), sino más bien un espectáculo a partir de la música de Queen, que no es lo mismo. Rhapsody of Queen no son "lookalikes", es decir no imitan el look ni se visten ni se peinan como los miembros originales de Queen. Simplemente, es un grupo formado por excelentes y muy competentes músicos (guitarra, batería, bajo, teclados, trompeta, trombón y dos coristas) que tocan las canciones de Queen dotándolas de un inequívoco aire heavy. Se podría decir que es una réplica metalera del grupo de Freddie Mercury. Precisamente, otro elemento peculiar de Rhapsody of Queen es que el papel de Mercury no lo realiza una sola persona, sino nada menos que cuatro cantantes: una mujer y tres hombres. Ellos son Inés Vera-Ortiz, Diego Valdez y los suecos Kenny Leckremo y el más conocido Thomas Vikström, líder del grupo de metal sinfónico Therion. Únase a esta extensa formación vocal e instrumental un mareante juego de luces, escaleras, plataformas y pantallas con imágenes poderosas y se obtendrá un atractivo espectáculo para todos los públicos, que da exactamente lo que se espera de él. Que no es otra cosa que la nostálgica remembranza de un repertorio dorado. Una suma de grandes canciones pegadas como una lapa a la memoria colectiva.

Es lógico, por tanto, que desde el minuto 1 el público desbordara su emoción y manifestara su entusiasmo. Tras un rápido medley con esbozos de tres temas icónicos (Another one bites the dust, Radio Gaga y A kind of magic), el disparo de salida lo marcó Headlong.

A partir de allí, se irían alternando las voces solistas, a veces formando dúos, mientras se iban sucediendo temas como I was born to love you, One vision, el swing de Crazy little thing called love (interpretado por Inés Vera-Ortiz) o esa versión que Mercury hacía de The great pretender de los Platters. Y tras Somebody to love, llegó el momento más íntimo de la velada, cuando Diego Valdez, sentado al borde del escenario y acompañado únicamente por el guitarrista, entonó la balada Love of my life.

Después siguieron con el clásico Another one bites the dust y con Innuendo, una de esas aproximaciones a la ópera tan del gusto de Mercury, en este caso con épicos acentos españoles. Y después de Save me, Thomas Vikström e Inés Vera-Ortiz protagonizaron un momento Pimpinela al interpretar a dúo Too much love will kill you.

Por otro lado, Play the game precedió a la apoteósica recta final de la primera parte, en la que sonaron We will rock you, ese maravilloso Under pressure que Queen grabaron con el gran David Bowie, The show must go on (con imágenes de Freddie Mercury en la pantalla), Don´t stop me now y un vibrante A kind of magic, interpretado por los cuatro cantantes, y con las pantallas convertidas en auténticos fuegos artificiales.

La segunda parte arrancó con Breakthru y siguió con Friends will be friends y Who wants to live forever, temas que precedieron al momento más heavy de la noche, con la interpretación de Tie your mother down y Hammer to fall, con esos riffs que parecen de AC/DC.

La única concesión al look original de Queen tuvo lugar cuando apareció sobre el escenario Thomas Vikström disfrazado de ama de casa para cantar I want to break free, tal como lo hacía Mercury en el famoso vídeo de la canción. Radio Gaga sonó más heavy y menos electro que la original.

Y después llegó uno de los momentos más esperados, el de Bohemian Rhapsody, esa ida de bolo operística, muy temida en su día por la compañía discográfica de Queen y que, sin embargo, fue extraordinariamente acogida por el público, hasta llegar a convertirse en una de sus favoritas. Una maravillosa locura. Fue el momento elegido para hacer descender una gran corona dorada sobre el escenario.

Y el final fue apoteósico: los cuatro cantantes entonaron el We are the champions ante el entusiasmo del personal, para después seguir con su versión del Jailhouse Rock (con imágenes de Elvis Presley en la pantalla), el épico I want it all (momento reivindicativo, con imágenes de los graffitis de Banksy y de cargas policiales) y una velocísima revisión thrash metal de We will rock you.

Para entonces el público, que, en un fenómeno similar al de la transfiguración, parecía creer que se encontraba ante los mismísimos Queen (los de verdad), había entrado ya en una suerte de catarsis colectiva, que tuvo su punto culminante cuando volvió a sonar We are the champions. Y sí, efectivamente, como todos los grupos que rinden homenaje a grandes artistas, Rhapsody of Queen no aporta nada nuevo. Absolutamente nada nuevo. Pero las caras de felicidad de los espectadores al final del concierto hablaban por sí solas. ¡Qué bien se lo habían pasado!