Cultura

QUIÉN SOY

Pilar Esporrín Sanclemente: la pintura, un modo y un lugar donde vivir

“Se contaban historias, mucho más interesantes que las que un tiempo más tarde nos contó la tele”, rememora

Pilar Esporrín Sanclemente
Pilar Esporrín Sanclemente
S.E.

M. M.

Nació un 11 de septiembre en los primeros años “60”, en plena fiesta mayor de Ayerbe, “a la sagrada hora del vermú”, en medio de esa contagiosa alegría que Pilar Esporrín reparte allá por donde quiera que va. Su llegada a este mundo sorprendió a su familia, labradores humildes que esperaban un varón para continuar el legado y que se encontraron con su segunda hija. “Mi hermana Leticia y yo disfrutamos mucho de ese mundo. Los pequeños jugábamos libres en plena naturaleza hasta que el sonido de los rebaños marcaba la hora de vuelta a casa. La calle y las otras casas eran una prolongación de la nuestra, siempre abiertas”, explica.

Con los niños del vecindario jugaban al escondite, a balón prisionero, hacer construcciones en las eras, organizar una tribu de indios, montar un circo... “Las fronteras eran la carretera y los otros grupos de niños cuando estaban territoriales y peleones”.

Pilar cuenta que algunas tardes de invierno asistían a lo que a ella le parecía la meca de la sabiduría y la felicidad: las mujeres del barrio cosiendo en alguna solana abrigada. “Se reían mucho, hablaban misteriosas de cosas que no entendíamos, pero parecían encontrar solución a lo divino y lo humano”.

Otras noches se juntaban con algún pariente o vecino a “escocar” almendras o desgranar maíz. “Se contaban historias, mucho más interesantes que las que un tiempo más tarde nos contó la tele”, considera.

La lectura siempre fue importante en su casa. Su hermana le leía los cuentos tradicionales de los Hermanos Grimm, las fábulas de Esopo y Samaniego, entre otros, mientras ella miraba concienzudamente los “santos”, las ilustraciones. Pilar ha repetido la escena, contándole después a su hijo “Piel de Asno” o “Hansel y Gretel.

Al campo acudían montados en burro y asegura que siempre ha tenido la sensación de que compartían un mismo ritmo y a menudo un mismo lenguaje con los animales y los cultivos.

A veces iban a la “gran urbe”, Huesca. “El león de correos, los almacenes Simeón y, en una ocasión, durante un paseo por el centro, en la plaza de la Catedral, un pintor creando adoquines con la punta de su pincel. Todavía recuerdo esa sensación de magia y brujería. Alquimia en estado puro”.

Con 10 años su familia se trasladó a Barcelona. Estudió Bellas Artes entre Salamanca y Barcelona. Desde hace ya algún tiempo vive entre Ayerbe y Jaca, donde tiene el estudio e imparte clases. Además, expone regularmente en salas de diversas ciudades. Le sigue apasionando viajar y, sobre todo, pasear “por este maravilloso territorio” y sentir la vida que alberga.

“Y ahora, ya en la edad madura, me doy cuenta de cómo lo vivido está en la pintura. O quizás es al revés, cómo la pintura me lleva a vivir. Bueno, no importa demasiado mientras podamos, cada uno a su manera, seguir construyendo un modo y un lugar donde vivir, que no es poco”, reflexiona.