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Miguel Serrano Larraz: “La literatura es lo más cercano que tenemos a una máquina del tiempo”

Comenzó a escribir su última novela, ‘Cuántas cosas hemos visto desaparecer’, en Iowa y la terminó en Berdún, donde reside actualmente

Miguel Serrano Larraz.
Miguel Serrano Larraz.
S.E.

Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) comenzó la carrera de Ciencias Físicas, que abandonó en el último curso para dedicarse a la literatura. Licenciado en Filología Hispánica, trabaja actualmente en los campos de la traducción y la docencia. El año pasado terminó un Máster en Escritura Creativa en la prestigiosa universidad de Iowa, en Estados Unidos, donde escribió buena parte de su última obra, "Cuántas cosas hemos visto desaparecer", que la terminó en Berdún, donde sus abuelos, que eran de la localidad de Tiermas, montaron una panadería. En esta localidad de la comarca de La Jacetania que tantos recuerdos de su primera juventud le trae a la memoria, vive ahora Miguel Serrano, que en su carrera literaria ha publicado novelas, libros de relatos y poemarios. Con la novela "Autopsia" recibió el premio Estado Crítico al mejor libro publicado en España y el Santa Isabel de Aragón de poesía, con "El testaferro".

Acaba de publicar "Cuántas cosas hemos visto desaparecer", su cuarta novela. ¿Cómo surge la idea de escribir esta novela, durante su estancia en Iowa?

—Tuve la idea hace unos años, cuando vivía en Zaragoza, pero redacté la mayor parte en Iowa, mientras hacía un Máster en Escritura Creativa. La casualidad ha querido que la terminase en Berdún, el pueblo de mi familia, que también aparece en la novela. Una parte importante de la trama tiene que ver con los veranos en el pueblo. Es en esos veranos interminables cuando dos amigas deciden inventar una máquina del tiempo, algún tipo de mecanismo que les permita viajar al pasado o al futuro.

“Las cartas eran un mensaje que se lanzaba hacia el futuro”

Los personajes de la novela son Sonia, una niña obsesionada con la muerte y Berta, obsesionada con el paso del tiempo. ¿Cuál es su relación?

—Las dos protagonistas viven en la ciudad, una en Zaragoza y la otra en Barcelona, pero coinciden en Ardés, el pueblo de sus madres, un pueblecito que no existe y que he compuesto a partir de algunas localidades de Huesca que conozco. Es allí donde se desarrolla su amistad: en el cementerio, en la piscina, en las fiestas de los pueblos... Son dos niñas muy distintas, y después dos mujeres muy distintas, que terminan distanciándose. Pero es imposible escapar del pasado, y sus experiencias iniciáticas en una zona rural marcarán su personalidad para siempre.

¿Qué hay de ficción y de realidad en la novela?

—Me he basado en algunas anécdotas propias, y en las historias que me han contado algunos amigos y amigas. Mucha gente me ha dicho que se ve reflejada en las historias de adolescencia: la relación con las abuelas, la libertad, las primeras experiencias con el alcohol y con el sexo... También hay una parte importante de ficción pura. Nunca he conocido a nadie que creyera de verdad en la posibilidad de viajar en el tiempo.

“Una parte importante de la trama tiene que ver con veranos en Berdún”

¿Qué cosas ha visto desaparecer usted? ¿Le duele alguna especialmente?

—Creo que hemos visto desaparecer muchas cosas, sobre todo una cierta forma de enfrentarse al tiempo mismo. Creo, por ejemplo, que pertenezco a la última generación que se comunicaba con sus amigos y amigas solo por carta. Las cartas eran, de alguna forma, un mensaje que se lanzaba hacia el futuro. Ahora vivimos en la época de los mensajes instantáneos, el tiempo tiene una densidad distinta.

¿Qué quiere decir cuando explica que iba a escribir sobre la posibilidad de mandar mensajes al pasado y al final lo que ha quedado es una cosa “en la que todo es una locura”?

—La idea inicial era esa, sí, que una de las dos amigas descubriera un modo de enviar mensajes a otros momentos, y que tratara de convencer a la otra de que lo había conseguido. Al final, el libro se convirtió en otra cosa, la novela es en sí misma una máquina del tiempo. La literatura es lo más cercano que tenemos a una máquina del tiempo, a la posibilidad de hablar con los muertos, de intercambiar información con el pasado y con el futuro.

Para publicar esta novela repite con la editorial Candaya, ¿por qué?

—Candaya es mi casa desde hace ya muchos años. Es una editorial admirable, que publica, desde su sede en Barcelona, a algunos de los escritores más importantes de España y de Hispanoamérica. Hacen una apuesta seria por una literatura de calidad, comprometida con el lenguaje y con el mundo. Es un privilegio que sigan aceptando mis libros.

¿Por qué escribe? ¿Qué objetivos tiene en literatura?

—Escribo porque no sé hacer otra cosa. Mi objetivo es examinar la realidad, tratar de comprenderla y de comprenderme un poco a mí mismo. Y también pasar el rato, entretener la espera.

Usted, que dice que no entiende muy bien la realidad, ¿como lleva esta crisis sanitaria?

—En un estado permanente de incredulidad. El mundo ya era extraño antes de que se desatara todo esto, pero ahora hemos entrado en otra categoría.

“Escribo porque no sé hacer otra cosa”

Ha dicho que el humor es necesario en la vida, pero en la actual pandemia ¿es posible?

—El humor creo que siempre es posible. Basta con un poco de voluntad.

Se siente más cómodo escribiendo ensayo, poesía, novela, relatos cortos…

—Yo soy un narrador, o un fabulador, alguien que disfruta contando historias. En ocasiones me permito disfrazar esas historias en forma de poemas, o de reflexiones de otro tipo, pero me siento más cómodo en la narrativa pura.

¿En qué trabaja actualmente?

—Tengo varios libros en marcha, de los que todavía no puedo contar mucho. Mi ocupación principal es tratar de conseguir que mi hijo sea feliz.

“Me siento más cómodo en la narrativa pura”

Terminó la novela en Berdún, donde vive actualmente. ¿Cuál es su relación con la provincia de Huesca?

—Mis abuelos eran de Tiermas, pero montaron una panadería en Berdún. Fue allí donde nació mi madre, y donde yo pasé algunos de los momentos más felices y más reveladores de mi primera juventud. Cuando decidimos volver a España desde Estados Unidos, antes de la pandemia, pensamos que sería una buena idea que nuestro hijo pasara un año en la escuela rural. Fue una decisión providencial.