Cultura

CRÍTICA MUSICAL

Elegía en tres tiempos

Olga y los Ministriles, El Mal de Sambito y La Trassónica Ensemble con Ana Arnaz han rindido homenaje a la memoria de Javier Brun

Olga y los Ministriles
Olga y los Ministriles
L.LL.

La capital oscense ha demostrado en numerosas ocasiones su solidaridad y su gratitud. Y lo ha vuelto a hacer una vez más con el homenaje a Javier Brun, cuya memoria ha sido celebrada en esta ciudad durante más de una semana con un gran número de actos, en los que se ha volcado la cultura oscense en pleno. La exposición El baile de los negritos, la placa conmemorativa en el Centro Cultural Manuel Benito Moliner, una amplia mesa redonda, los magos de la palabra, una gran gala de circo, el documental sobre La Zaranda, las artes escénicas (para adultos y para la gente menuda, en cuya sesión matutina Habana Teatro también puso su sabroso punto sonoro y bailón) y, finalmente, el universo musical de la ciudad han mostrado su gratitud a quien tanto hizo por todos ellos desde su labor como Jefe del Área de Cultura del Ayuntamiento de Huesca.

Y tal como suele suceder en todos los acontecimientos, la música fue la protagonista el sábado en el broche final de este conjunto de actos al que se ha denominado de forma certera “Enredando con Javier”, dada su predisposición a “enredar” (en el mejor sentido de la palabra) y a tender redes. La del sábado en el Antiguo Matadero fue una emocionante elegía en tres tiempos, que dio comienzo con la actuación de Olga y los Ministriles, que se presentó en íntimo formato de trío: Salvador Cored, Antonio Orús y Olga Orús, que se sobrepuso a una cierta afonía causada por un resfriado para poner toda su emoción en la interpretación de tres temas: ese precioso bolero que les compuso Joaquín Carbonell poco antes de fallecer, Si me buscas, el tema en aragonés Pleveba (un poema de Nieus Luzía Dueso al que puso música Mario Garcés y que aparece en su último disco, Flamas) y una sorprendente revisión del conocido Solo le pido a Dios de León Gieco, que después popularizaron Mercedes Sosa o Ana Belén, y que Salvador interpretó con la gaita. Pura delicadeza.

Cedieron al escenario a El Mal de Sambito, la nueva encarnación de Willi Giménez & Chanela, que, junto a Willi Giménez (percusión), Tahití Giménez (bajo) y Pitrón Giménez (voz y guitarra), contó también con la aportación de José Luis Ochoa. Ofrecieron únicamente dos temas, en los que salió a relucir la pasión latina de estos gitanos oscenses. En primer lugar, y tras arreglar un problema técnico, derrocharon sabrosura con su versión de Veneración, del Trío Matamoros. Y después, Pitrón sacó a relucir su poderosa voz en una formidable interpretación de ese bolero, Agua de mar, que canta Alejandro Fernández.

El Mal de Sambito
El Mal de Sambito
L.LL.

Y la guinda la puso La Trassónica Ensemble, proyecto de dos veteranos músicos de la ciudad, Justo Bagüeste y Juanjo Javierre, que contaron como invitada cómplice con esa extraordinaria soprano que es Ana Arnaz, oscense residente en Basilea, que prestó su resplandeciente voz a una increíble aventura de un exacerbado misticismo electrónico. Fueron tres momentos sublimes, basados en tres respectivos “plangeres” del siglo XIII, piezas musicales de duelo que, como señaló la propia Ana Arnaz antes de comenzar, eran dedicadas a personas cuya pérdida era importante no tanto para los individuos como para la comunidad, subrayando de esta forma la gran labor y el legado dejado por Javier Brun en Huesca. Tres gritos al más allá que resonaron en una envolvente estructura electrónica. La primera pieza evocó los hipnóticos drones de Fripp & Eno. La segunda, en la que Bagüeste utilizó el theremin, estuvo próxima al ambient y el paisajismo sonoro. Y la tercera, en la que Ana Arnaz jugó con los loops de su propia voz, pareció unir la etnicidad telúrica y ancestral con la majestuosidad cósmica. Todo ello envuelto en las fascinantes imágenes producidas por Miguel Mainar y Ramón Día, que acompañaban los melismas y los quejíos vocales de una apasionante Ana Arnaz. Entre todos ellos tejieron un poderosísimo entramado audiovisual, que sirvió de emocionante colofón a este merecidísimo homenaje a Javier Brun, cuya memoria no morirá mientras le sigamos recordando. Su legado sigue entre nosotros.