Cultura

CRÍTICA MUSICAL

Cartografía del quejío

Za!+Perrate y Niño de Elche reinan en la gran noche del Periferias “Gypsy”

Niño de Elche actuó por cuarta vez en Periferias.
Niño de Elche actuó por cuarta vez en Periferias.
L.LL.

Tras la jornada dedicada a la música de los gitanos oscenses, el sábado llegaba la gran noche de esta edición del festival Periferias que ha puesto su foco en la cultura gitana bajo el paraguas del leit-motiv de este año, Gypsy. En esta ocasión, como cada año, toda la actividad estaba centrada en el Palacio de Congresos de la capital oscense. Y si hay que buscar un posible concepto que unificara las siete propuestas del sábado, ése sería el del quejío, un elemento central en el universo flamenco, que le conecta con la esencia de otros géneros musicales dolientes -procedentes de pueblos oprimidos o perseguidos- como el blues americano. Con artistas llegados de Cataluña, Andalucía, Murcia, País Valenciano o Francia, se podría decir que Periferias dibujó una auténtica cartografía del quejío en una larga y heterogénea velada que deparó sorpresas y grandes actuaciones.

Ecos balcánicos

Dividida claramente en dos partes, la jornada comenzó por la tarde en el Auditorio del Palacio de Congresos con la actuación de Marcela. Se trata de Marcela Cisarova, una gitana kalderash con base en Francia pero con raíces balcánicas, que en escena se convierte en un verdadero volcán. Su música está muy conectada a la tradición eslava, balcánica o cíngara, y probablemente de todas las propuestas del día era la que menos tenía que ver con ese quejío del titular de esta crónica, porque la suya es fundamentalmente una música festiva y alegre. Rodeada de un competente grupo de músicos gadjés (o gachós en caló, es decir no gitanos) formado por guitarras, contrabajo, saxo y percusión -derbuka y cajón-, Marcela ofreció un concierto dinámico, con pocos momentos de relax, que dio comienzo con una versión instrumental de Ederlezi, tema tradicional de los Balcanes que popularizó Goran Bregovic en el filme El tiempo de los gitanos de Emir Kusturica. Ya en ese primer tema se pudo apreciar la calidad de la bailarina del grupo, que realizó varias intervenciones a lo largo de un concierto que continuó con, entre otros, temas como el veloz Amare Roma o ese delicioso Ando suno, que tiene un cierto aire eurovisivo y que Marcela dedicó a todas las mamás del mundo.

De repente se podían escuchar aires de rebetiko griego o se incrustaban ritmos de jazz manouche en la estela de Django Reinhardt. Uno de los momentos estelares fue la interpretación de Jelem Jelem, considerado el himno no oficial de la comunidad gitana mundial y que, por cierto, hace unos días la gitana oscense Aire Giménez cantó de forma sutil y bellísima en uno de los Vermús Flamencos del Restaurante La Zambra de la Casa de Andalucía. Tampoco faltó una brillante versión de Otchi Tchernye (Ojos negros), una romanza rusa de origen difuso que una espectadora entre el público que conocía el tema se atrevió a cantarla con el micro que le puso delante la propia Marcela. Toda una sorpresa. Ya en la recta final, cantó Caje Sukarije, otro de los temas que Goran Bregovic ha tomado “prestado” de la tradición de los gitanos balcánicos. Y se despidió con una canción con aires circenses y ritmo casi de ska, que acabó de poner en pie a un público entregado.

Za!+Perrate brillaron en la noche oscense.
Za!+Perrate brillaron en la noche oscense.
L.LL.

De la copla al blues

Y ya por la noche la actividad se trasladó a la Sala Polivalente del Palacio de Congresos, donde abrió el fuego una mini-sesión a cargo de DJ Gufi, alter ego del periodista musical José Manuel Gómez, que comenzó con El infundio de Perrate (uno de los protagonistas de la noche) y siguió con temas del Capullo de Jerez, El Luis o La Susi. Tras él, la primera actuación llegó de la mano de Mariola Membrives, artista cordobesa que se podría definir como una Martirio del siglo XXI -más cercana a la copla que al flamenco- y que también está muy próxima a la concepción contemporánea de la copla de Julia de Castro. Acompañada a la guitarra y la electrónica por Javi Pedreira, se centró sobre todo en el repertorio de su más reciente disco, La babilonia, y comenzó con una suerte de tecno-martinete, al que siguió Hammurabi 1 Cositas, spoken word con un discurso claramente feminista y con un excelente trabajo de guitarra, muy experimental, de Javi Pedreira, en línea con Marc Ribot, con quien también ha trabajado Membrives. Con Las guardianas siguió por la senda más exploratoria, y después fascinó con De mi amado, una copla electrónica basada en el texto rebosante de espiritualidad sensual de Ya toda me entregué de Santa Teresa de Jesús. Más tarde interpretó la balada Mi libertad, el spoken word sobre base de bass music de Limbo o ese Infierno que comienza en clave pop para derivar hacia el más vibrante drum’n’bass. Y tras otra balada, Descenso (acompañada solo con guitarra), no faltó el guiño a Lorca a través de Anda jaleo, una de las canciones que el poeta granadino interpretaba con la Argentinita, con guitarra en lugar de piano. Ya en la recta final de su concierto, Mariola Membrives evocó el conflicto palestino (esa misma tarde había habido una manifestación multitudinaria en Huesca) a través de un emocionante poema de Nacho Montoto. Y se despidió con esa especie de blues gitano que es Nací en Álamo, compuesto por Tony Gatlif -de quien se han visto dos de sus películas en esta edición de Periferias- y con la copla downtempo Me mandaron a la tierra.

La actuación de Marcela fue dinámica.
La actuación de Marcela fue dinámica.
L.LL.

La sutileza de Mariola Membrives tuvo su contrapunto con el salvajismo de Crudo Pimento. Este dúo murciano que forman Raúl Frutos e Inma Gómez se vio incrementado con la participación del cantaor y guitarrista flamenco Paco Frutos, hermano de Raúl, que fue, precisamente, el encargado de inaugurar con unas bulerías su actuación. En la época de la movida, grupos como Derribos Arias o Glutamato Ye-yé se consideraban parte de las denominadas Hornadas Irritantes frente a lo que ellos llamaban el pop baboso de Los Secretos o Mamá. Pues bien, Crudo Pimento son herederos de aquellas Hornadas Irritantes. Su música es disruptiva, mordiente y chirriante. Y está claro que no vienen a hacer amigos. Son capaces de mezclar música folclórica de las cuadrillas murcianas con hardcore punk, o de colocar el sampler encima de una lata de pimentón. Raúl Frutos toca la guitarra al mismo tiempo que la batería, e Inma Gómez toca el bajo golpeándolo como si se tratara de un chicotén. Rabiosamente heterodoxos, titulan una de sus canciones Grande es la ciudad para un pequeño mono que grita, un quejío a ritmo de noise rock. Su salvajismo continúa en otros temas como Tomorrow is a monster o Con sangre de quien te ofenda. El material de su reciente disco El Carmen 13:7 fue la base de una actuación en la que también hubo momentos próximos a la intensidad del Omega de Morente y Lagartija Nick, y temas como el blues-punk de Alohawaai Bodoque o unos divertidos Verdiales carmelitanos. En el kraut blues de Garra y padre incrustaron un guiño al I wanna get high de Cypress Hill. Y se despidieron con lo más parecido a un hit de su repertorio, la letanía de Cadáver divertido. Pura heterodoxia.

Mariola Membrives, todo sutileza.
Mariola Membrives, todo sutileza.
L.LL.

Y tras la tempestad, llegó la calma de la mano de Esther Weekes. Esta londinense de ascendencia caribeña está afincada en Sevilla, donde ha unido sus raíces en el blues y el soul con su pasión por el flamenco. Estuvo acompañada en su actuación por la cantaora Cristina Tovar, el teclista Alfonso Aroca y el batería Javi Rabadán. Fue un concierto un tanto deslavazado, en el que Weekes aparecía y desaparecía del escenario y donde escasamente mostró sus facultades canoras, salvo en una bonita versión del clásico Night and day de Cole Porter. Hubo un curioso apartado instrumental con un dueto entre cajón y teclado. Y la parte vocal recayó sobre todo en la magnífica cantaora Cristina Tovar, que se lució especialmente en la soleá Los huesos y los piñones de Montse Cortés. Se despidieron por alegrías, en las que Esther Weekes, ataviada con camisa de topos, ofreció una buena muestra de su baile flamenco.

Heterodoxos y geniales

La última parte de la noche fue, sin duda, lo mejor de esta edición de Periferias. Dos grandes y geniales heterodoxos, Perrate y Niño de Elche, brillaron a gran altura. En primer lugar, aparecieron entre el público, llegados de la calle, Pau Rodríguez con su trompeta y Edi Pou con su tambor. Los dos componentes del genial dúo Za! (que actuaban en Periferias por tercera vez) se subieron después al escenario, y allí, junto al gran Tomás de Perrate, comenzaba una actuación para la historia. Como se suele decir, se había juntado el hambre con las ganas de comer. La voz de la tierra y la libertad, que representa Perrate, con la experimentación radical y a borbotones de Za! Entre los tres cocinaron un explosivo cóctel sonoro a base de electrónica, dub, free jazz, noise y, por supuesto, flamenco del mejor, el más libre y abierto. Sonaron desde el cante por pregón de Las pelotitas americanas hasta el hipnótico krautrock jondo de Patrón Midi, pasando por un maravilloso mambo deconstruido o unas impresionantes seguiriyas noise tituladas Tomaseando. Terminaron con Woolería, unas alucinantes bulerías en clave de thrash metal. Pero acto seguido, Perrate, que había estado tocando las congas, cogió una guitarra y, junto con los miembros de Za!, bajó entre el entusiasmado público para marcarse una rumba de antología ante el delirio del personal. Histórico. Habrá que esperar al álbum conjunto de Za! y Perrate, que se publica en febrero del año que viene.

Crudo Pimento, pura heterodoxia.
Crudo Pimento, pura heterodoxia.
L.LL.

Y llegaba ya la última actuación de la noche, la gran cabeza de cartel de esta edición. Niño de Elche -cuarta vez que actuaba en Periferias- no es un personaje previsible para nada. Cada actuación que hace es distinta a la anterior. Así que quienes se esperaban algo parecido a sus anteriores pases por el festival, se encontraron de repente con RemembeR, un espectáculo más próximo a las actuaciones que suele ofrecer en el festival Sónar, en el que su personalidad poliédrica se decanta por un contenido más puramente electrónico, aunque nunca pierde de vista sus raíces en el flamenco. Francotirador y auténtico verso libre, Niño de Elche, que se ha autodefinido en alguna ocasión como exflamenco, inició su actuación en clave de dark ambient, medio a oscuras y entre humo. Acompañado en todo momento por el dj venezolano Phran, que hizo un excelente trabajo, enseguida enlazó con sus conocidos experimentos vocales para ir derivando a momentos de trance arabizante, ecos de balearic beats, spoken word, ritmos de afro-house o minimal. De repente, entre IDM, clicks y glitches, llegaba una petenera oscura y hacía un guiño a los míticos Veneno con la famosa frase de “veneno que tú tomaras, veneno tomaba ya”. Era el momento de recordar su disco Raverdial (mezcla de rave y verdial), con la interpretación de El ravero, para la que cogió la guitarra flamenca y la hizo sonar entre sonidos de bocinas y ritmos makineros. Después llegó un discurso absolutamente surrealista (“la banca es amor, la bomba es amor, Pedro Sánchez es amor, Vox es amor…”) a ritmo trepidante, seguido de mensajes queer (“¡hagan su transición!”) mientras arrastraba el micro por el suelo, al tiempo que la música iba evolucionando hacia el drum’n’bass, la EBM o el acid, en un final absolutamente catártico. Tan imprevisible como siempre, una vez más había dado sobradas muestras de su genialidad.

Esther Weekes ofreció un concierto un tanto deslavazado.
Esther Weekes ofreció un concierto un tanto deslavazado.
L.LL.

El broche final lo puso, de nuevo, DJ Gufi, que abrió su segunda sesión con Si volveré de Concha Buika y siguió transitando por el flamenco y la rumba con los sublimes Rocío Márquez & Bronquio, con los Chichos y con los Chorbos, cuyo Vuelvo a casa echó el cierre a la noche. Dos sugerencias finales. Por un lado, estaría bien recuperar la labor del DJ de continuidad entre artistas: hace más llevadera la espera y evita ese hilo musical inocuo que sonó en esta ocasión. Y por otro lado, sería recomendable volver al formato de dos escenarios alternos (Auditorio y Sala Polivalente), ya que tener que aguantar más de siete horas de pie, sin posibilidad de sentarse en ningún momento, es una tarea casi heroica. Dicho lo cual, no queda otra que volver a agradecer la persistencia de un festival como Periferias, que sigue manteniendo su espíritu innovador y transgresor. Y es que si no, la vida sería infinitamente más aburrida.