OJO AVIZOR
Secretos e historias del Museo de Huesca
Sus colecciones muestran obras singulares por su originalidad, procedencia o las curiosidades que las acompañan

PIEZAS inesperadas, sorprendentes, con una historia particular o que llaman la atención por su rareza u originalidad, hacen que cada visita al Museo de Huesca sea una experiencia única.
Da así la bienvenida al visitante una quesera de cerámica perforada de la Edad de Bronce (1750 – 1450 A. C.), que nos habla ya de una tierra de productores y artesanos. “Se trata de una pieza muy representativa de los hallazgos encontrados en el yacimiento de Círculo Católico de Huesca”, explica Fernando Sarría, director del centro. “Tiene esa importancia de mostrar que en ese momento ya existía una industria láctea para la producción de queso”, añade.
Sorprende a su vez el Gran Vaso Campaniforme (2200 – 1800 A. C.) procedente de la Cueva Drólica, en Sarsa de Surta. “Generalmente, los vasos campaniformes son de un tamaño mucho más reducido, este, posiblemente, estaría ligado a un consumo ritual de cerveza”, explica Sarría.
Llama también la atención el Soporte Holmos, de cerámica y que data de la Edad de Hierro. Fue reconstruido, al igual que el anterior, a partir de los fragmentos dispersos hallados en diferentes campañas arqueológicas, en esta ocasión, en el Pueyo de Marcuello. De influencia etrusca y utilizado para la ceremonia del Banquete, es una muestra, junto al Gran Vaso Campaniforme, de la complejidad del proceso de restauración. “Es una labor de memoria, de reintegración en el conjunto, de documentación y de investigación, muy compleja”, resalta el director del Museo.
El cuerpo humano encuentra su expresión en una pieza que es uno de los emblemas del Museo: el brazo de estatua colosal de bronce fundido de la época romana, hallado cuando se levantó en 1844 la parroquia de El Salvador, en la capital altoaragonesa. Podría tratarse de una reproducción del Augusto de Prima Porta, que se encuentra en los Museos Vaticanos.
Como señala Sarría, resulta singular, no solo por su gran tamaño, sino también por su material, el bronce, cuyo destino solía ser la fundición para su reaprovechamiento. Sería así parte de una escultura monumental, “la propaganda de los emperadores”. Una propiedad particular se puede convertir a veces en un yacimiento inesperado, como en el que apareció lo que para Sarría es “una de las piezas más excepcionales” del Museo. Se trata de tres laudas sepulcrales de mosaico de la Época Tardorromana (350 – 400) aparecidas en Monte Cillas (Coscojuela de Fantova) y conservadas gracias a que la dueña del terreno dio el aviso de su hallazgo durante unas obras.
Se notificó al entonces director de Museo, Ricardo del Arco, hace ya casi un siglo. Proceden de los albores del cristianismo y están así llenas de simbología cristiana. “Una simbología que ahora es fácilmente aprehensible, porque son elementos que se han ido repitiendo a lo largo de los siglos, como las palomas, los soles o los crismones, tan frecuentes en el Románico de Aragón”, añade Sarría.
La Edad Media recibe al espectador, entre otras piezas, con un conjunto de tres anillos, uno masculino, otro femenino y otro de niño que aparecieron al hacer un cribado de las tierras que había en los sepulcros reales del monasterio de San Juan de la Peña, expoliados a lo largo de los siglos.
Tiene especial interés el masculino, que conserva una gema romana reaprovechada. “Además, muestra un elemento tan pagano como es el águila sosteniendo y llevando en su pico el laurel”, añade. En el reverso aparece un anagrama, PAX, que debe interpretarse como un símbolo trinitario y sería una inscripción destinada a sellar documentos.
De la misma época procede el Tiraz de Colls, elaborado en seda en la Época Califal Tardía (1001 – 1100) y hallado en la Ermita que le da nombre, en Puente de Montañana. Se utilizaba como prerrogativa y distinción de los califas. También se reutilizó, esta vez, paradójicamente, para envolver unas reliquias cristianas. “Estuvo en unas condiciones excepcionales de conservación, dentro de una cajita, encerrado en un altar”, explica.
La historia avanza y los pasos del visitante se encaminan hacia La Anunciación, un óleo sobre tabla del Renacimiento (1515 – 1519), perteneciente al desaparecido retablo mayor del monasterio de Santa María de Sijena y que fue donada junto con otras tres escenas de la Vida de la Virgen por Valentín Carderera en 1873. “Es una de las grandes obras del Renacimiento en España”, explica Sarría. Si bien, “en el siglo XVIII veían esta joya del XVI como algo anticuado, entonces, encargaron un gran retablo barroco y este lo desmontaron”, relata.
Y de la tradición cristiana de regreso a la mitología clásica, Hércules lucha contra el gigante Anteo, en uno de sus doce trabajos. Se expone junto a otras cuatro obras atribuidas a Juan Bautista Martínez del Mazo (1650 – 1667), yerno de Velázquez. Se realizó además a partir de modelos de Rubens. Pertenecían también a la colección de Valentín Carderera. “Estaban en las dependencias del Príncipe Baltasar Carlos y son modelos de superación, de esfuerzo”, añade Sarría.
E imponente, con regio porte y cargado de simbología militar y política recibe a los visitantes unas salas más allá el retrato de gran formato de Pedro Abarca de Bolea, el X Conde Aranda un óleo sobre lienzo de Ramón Bayeu (1796), quien fuera cuñado de Goya. “Excepto cuando se ha prestado para exposiciones temporales, esta obra, hasta ahora, nunca ha salido de aquí. Se encargó por parte de la Universidad como decoración del entonces denominado Teatro Paraninfo y siempre ha estado vinculado a este edificio. Además, ha conservado el suntuoso marco de la época”, añade Sarría. El uniforme que porta en la pintura fue restaurado y puede verse en San Juan de la Peña.
Estos son así tan solo algunos de los secretos que guarda celosamente este “octógono perfecto” (por la forma de su planta) que recoge la historia de la provincia. Pero hay muchos más por descubrir. Tan solo hay que acercarse hasta allí y dejarse sorprender...