SD Huesca

COLABORACIÓN

Ahogados en el Cantábrico

Ahogados en el Cantábrico
Ahogados en el Cantábrico
GOFI

El colista ha conquistado cuatro de los seis puntos que ha disputado al Huesca. Quizás era esta la forma de salir de un cierto espejismo en cuanto a juego, si bien la Segunda División cambia el guion a la voz de ya. Que nadie se ría.

La realidad es que ayer el Huesca se ahogó en el Cantábrico. Cantaban las sirenas que el Racing, ya descendido, llegaba con diez bajas y, según su entrenador, la moral por los suelos. Una trampa que bien conocen muchos equipos y ante la que hay que mantener hasta arriba la motivación. También hay que acertar en la alineación y en el dibujo. Míchel, ayer, estuvo mal. Incontestablemente mal. Fió parte del once a algún joven que es más peligro para sus compañeros de atrás que para los contrarios, prescindió del mejor goleador y dejó todo al talento de Mosquera y el pundonor de Rico, que apenas dan para mucho más. El problema es que, cuando fueron sustituidos, todo fue a peor. Mucho peor.

Si un equipo tiene vergüenza competitiva, como ayer el Racing, hay que aplacar sus ánimos con el mejor juego que se le presupone al segundo de la tabla. No se puede dilapidar todo un periodo como ayer el Huesca, al que los de Oltra controlaron simplemente con el conocimiento del ramplón ritmo de sus días malos. Como ayer.

No se puede negar la calidad de los cambios en la segunda mitad. Al menos de los primeros. Rafa Mir es innegociable y la pena es que apenas recibió balones, pero cuando lo hizo marcó un gol que fue anulado y estuvo a punto de alcanzar otro que se le fue por milímetros y hubiera sido el empate.

Más allá del gol, fruto de la permanente incitación a la lujuria que fue la banda derecha durante la primera parte, lo desesperante fue que el Huesca apenas tuvo un cuarto de hora bueno en la reanudación. No aprovechó sus opciones y el final fue de sainete. Jugadores que se resbalaban, balones atrás, refrescos que estaban abrasados como espetos en el sardinero. No cabe sino encomendarnos a San Lorenzo. Y mirar de reojo. Hay vida.