Huesca

HOSTELERÍA

Ángel Guerrero Valenzuela: "Disfruto de mi trabajo, lo vivo con pasión; hago lo que me gusta"

Tras una larga trayectoria profesional, el director del Hotel Pedro I de Aragón se ha asentado en la capital oscense

Ángel Guerrero Valenzuela: "Disfruto de mi trabajo, lo vivo con pasión; hago lo que me gusta"
Ángel Guerrero Valenzuela: "Disfruto de mi trabajo, lo vivo con pasión; hago lo que me gusta"
J.O.

LA CAPITAL oscense es el lugar donde Ángel Guerrero se ha establecido tras un peregrinar en empleos y responsabilidades en la hostelería; un de aquí para allá en una ejecutoria profesional que le ha reportado la autoridad con la que rige el Hotel Pedro I de Aragón. Entiéndase autoridad en el sentido de ascendencia por respeto y crédito. Calidad, calidez y cortesía; tres ces para quien puede considerarse un oscense de adopción porque aquí pace y porque, ya de niño, dejó las familiares tierras de la ribera baja del Ebro para cursar seis años de estudios en el internado de los escolapios en Peralta de Calasanz.

Llegó a la hostelería por casualidad e hizo de ella una vocación: "La Hostelería te gusta o no te gusta; tuve la mala suerte de que me apasiona", afirma con una fina ironía muy particular. "Disfruto de mi trabajo, lo vivo con pasión y tengo la grandísima suerte de que hago lo que realmente me gusta y he hecho toda la vida", dice quien a los 25 años tenía su propia empresa y a los 35 optó por venderla y dedicarse a otros asuntos.

Su periplo laboral comenzó tras el verano de Octavo de EGB. Tras un campamento de verano, escuchó en la localidad donde residía su familia, en Quinto de Ebro, que se necesitaba ayudante de cocina o de camarero para un restaurante que abrían en la carretera. Tras reconocer al propietario que no tenía experiencia alguna, apareció el cocinero Pedro García "El Elegante" ("un grandísimo profesional y un buen amigo"): "Estaba desesperado porque llevaba quince días abierto y no encontraba a nadie y dijo, ese para mí. Él fue el que me transmitió todo el cariño y la pasión por la cocina".

Posteriormente, cursó estudios de Cocina en la localidad suiza de Lausanne, de donde regresó con un propósito decidido: "Tenía muy claro que a partir de los 35 años yo ya no tenía que estar en la cocina por una sencilla razón: en aquella época no conocía a ningún cocinero que tuviera más de 40 años que estuviera medianamente equilibrado" (entre risas). "No quiero verme en esta situación".

Mientras tanto, siguió trabajando en varios restaurantes de Zaragoza, con un reto: "Ser empresario antes de los 25 años". Y lo consiguió: abrió con su mujer de socia una cervecería en Quinto de Ebro y regentó posteriormente un restaurante en la misma localidad, un negocio que aplicó con la gestión de máquinas de vending.

De nuevo, relata Ángel Guerrero el devenir de su vida en clave somarda: "Ibercaja no me dejaba dormir por las noches", de manera que conjuró el insomnio con los estudios de acceso a la Universidad para más de 25 años y, como seguía sin poder dormir más de 4 ó 5 horas, continuó formándose, en este caso con los estudios de grado medio universitario de Turismo, en un centro privado y, claro, en horario nocturno. Con 35 años un nuevo giro con la venta de sus negocios.

Tras un año sabático y de nuevo circunstancialmente, regresó a los fogones para Portal de Monegros, en el grupo Cantoblanco, donde progresó a jefe de cocina y pasó a Madrid, donde gestionó varios servicios de restauración en edificios o entidades públicas o sociales. Y de ahí, a la división de franquicias para abrir varios establecimientos por varias zonas de España.

Con este trajín no es extraño que hiciera mella la sobrecarga: "La capacidad de trabajo la tenía muy alta, pero llegó un momento en que apareció el estrés, del que yo me reía mucho, pero apareció". Así que, tras la apertura de un establecimiento en Diagonal del Mar, en Barcelona, dejó este cometido y regresó a los pucheros, a una pequeña cocina en La Puebla de Alfindén. La llamada de un amigo le condujo al Grupo Gargallo desde septiembre de 2004, donde pasó a dirigir el Hotel Pedro I.

De modo que Huesca es su destino y su cometido más duradero, sin olvidar sus raíces en la ribera y su casa en Pina de Ebro. "Son cosas de la edad, que te da serenidad y te asienta", afirma, al hablar de su permanencia de años en la capital oscense.

La autoridad ya referenciada le permite enjuiciar los cambios en el sector. "El nivel de exigencia es superior, pero como lo es en todo", apunta. No obstante, advierte cierta pérdida de pasión entre los trabajadores del sector, al margen de formación o experiencia. Echa de menos cierto espíritu de servicio al cliente que no es servilismo, precisa. "Antes, la hostelería era consciente de que somos una empresa de espectáculos, que el cliente viene a pasárselo bien y que además paga y tiene derecho", reflexiona. "El cliente viene a disfrutar y paga para esto", insiste para concluir: "Es la atención lo que ha cambiado". Eso, y la rentabilidad, que ha caído "espectacularmente", no solo por los costes propios sino porque "se sale menos, hay más establecimientos, te tienes que diferenciar más y eso requiere especialización".

De Huesca valora la" tranquilidad, bienestar, todo muy cercano, una ciudad impresionante y he tenido la grandísima suerte de que me han acogido excelentemente bien".

¿Y qué echa en falta? "Muchísimos oscenses". "nos faltan oscenses a los negocios, no es una ciudad que tenga una industria potenciada y eso es un problema tremendo, sobre todo para negocios de este tipo".