Huesca

CURSO ESCOLAR

El profe Don Ramón y el profe Ramón

Los contrastes entre la educación de los años del tardofranquismo y los nuevos conceptos en esta posvanguardia

El profe Don Ramón y el profe Ramón
El profe Don Ramón y el profe Ramón
FREEPIK

HUESCA.- Como los designios del Señor son inescrutables, los caminos hacia las lecciones de la diversidad también lo son. Incluso los ritmos. Unos los recorren en una evolución sosegada, como los buenos cultivos. Otros, a golpe de destinos paternos. Es lo que nos sucede a los hijos de guardias civiles, policías, militares y otros ejercientes de oficios sobre los que nadie ha protestado por su movilidad geográfica. Ya se sabe, hasta hace cuatro días, no han tenido sindicatos propios y los de clase no entraban en los cuarteles. Después de que mi padre trabajara por el orden y la ley en Vic y Ochagavía en el umbral de los 40 a los 50, abrió su periplo navarro a Jaurrieta, Estella, Los Arcos y Pamplona.

En las maletas, siempre se incorporan dificultades para la adaptación. Es natural. Y por eso con la novedosa EGB la estabilidad en el colegio José Vila de Pamplona representó un alivio -si acaso apenas alterado por unas obras que nos acarreó a los Paúles en La Milagrosa-.

En aquel tardofranquismo la educación era sustancialmente distinta de la actual. Afortunadamente. Pero negar el valor y la calidad de profesores que marcan la vida profesional de quien quiere ser un alumno perpetuo en la vida -nunca me cansaré de aprender, ahora si acaso divirtiéndome en la medida de lo posible- representa una injusticia y hasta una traición a la memoria de cada cual que, en su libre albedrío, también es democrática, faltaría más.

Al llegar a esta parte del relato, en el que he dejado atrás los bocadillos de vino con azúcar de Jaurrieta con los que combatir la gelidez de temperaturas del magnífico Pirineo navarro y las empinadas cuestas al Puy estellés, empieza a temblarme el pulso. Simplemente por coherencia. Y es que les voy a explicar los cimientos sólidos de esa cierta obsesión que me acompaña contra las erratas y contra el desconocimiento ortográfico, gramatical y sintáctico. Recurrentemente, cuando veo la desidia ignorante de las redes sociales y el desapego de largas filas de licenciados -incluso periodistas- por la pulcritud en el uso del idioma, las remembranzas me conducen a don Ramón.

Don Ramón era un sacerdote del que aprendí en séptimo de la EGB en el colegio José Vila. No hace mucho, supe que se acercaba al centenario. Me gustaría que todavía viviera. Y adoraría, hoy, en estos tiempos de movilidad restringida, charlar un rato con él. Reconocerle que sus clases de Lengua y Literatura no sólo me enseñaron un aluvión de grandes escritores, gracias a su enorme exigencia. Y que, sobre todo, sus dictados nos estremecían por la dureza en sus calificaciones. Eran complejos y, por tanto, enormemente edificantes. Supe que un fallo era mínimo un punto, y con tres estabas perdido. Y el miedo no era sólo a las notas, sino a esa regla severa de madera, cuadrada, de la que tuve el honor de escapar. El único de mi clase. Querido lector, le voy a confesar la verdad: en una ocasión, me hice acreedor a juntar los dedos y recibir el castigo divino, perdón, de don Ramón. Pero fui un cobarde y cuando su mano iba a descargar sobre mis puntas digitales, salí huyendo. Gracias a la Providencia, don Ramón no cumplió su promesa de que llegaría mi hora. Al día siguiente, se había encomendado a la virtud cristiana del perdón. Y fue un alivio para aquella temerosa criatura de trece años que era quien esto escribe.

En la posvanguardia, nada es como era. Incluso conozco un profe Ramón que es un referente social. Saltó a las pantallas por calificar emocionalmente a sus alumnos, por retratarlos para que los padres supieran sus virtudes y algunas de sus carencias. Ramón Rodríguez, con su hashtag #soyMaestro, asegura que le encanta enseñar, y sobre todo que aprende educando. Es sevillano, pero es tan universal como mi Don Ramón. No viste hábitos, pero es un monje de la bondad y un predicador con el ejemplo de la inteligencia emocional. ¿Ven? Volvemos a la diversidad. Distintos métodos, grandes maestros. Vida.