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Ana Belén Castro: Una gallega afincada en Huesca

”El espíritu de sacrificio es algo que nos han inculcado a todos los miembros de la familia”

Ana Belén Castro regenta el restaurante oscense Fontao, en honor a la aldea homónima de Galicia donde nació
Ana Belén Castro regenta el restaurante oscense Fontao, en honor a la aldea homónima de Galicia donde nació
S.E.

En la mañana 3 de julio de 1974 nacía en una pequeña parroquia del municipio de Sarria, en Lugo, Ana Belén Castro. Sus abuelos y padres siempre la llamaron Ana, aunque muchos, por no decir la gran mayoría, la conocen como Belén.

Fontao es como se llama esa aldea gallega, pero también el restaurante del que es dueña en la ciudad de Huesca. Vivirá allí hasta los quince años, momento en el que se mudará a Sarria con sus padres. No obstante, es Fontao donde se criará y crecerá hasta la etapa académica de la actual secundaria.

Aquella etapa la define, firmemente, como “entretenida” al que añade un “desde luego”, ya sea por “el espacio abierto” o la variedad de animales que se encontraban en la casa “vacas, gallinas o conejos”.

Aunque cuando es preguntada por cuáles son los mejores recuerdos de aquella típica casa de pueblo blanca con constante actividad, responde que “ya no era el sitio, sino con quien lo compartía”. Efectivamente, serán sus abuelos quienes marcarán la etapa pueril de la gallega.

Recuerda que siempre fue al colegio de las “monjetas” de la Asunción de Sarria caminando “dos kilómetros y pico” desde su casa. De esta escuela la lección más valiosa no fueron las oraciones, sino que fue “el mínimo de protocolo a la hora de comer, no es que en casa no me lo enseñasen, pero las monjas te obligaban” comenta entre risas, sin dejar entrever mucho más de sus pensamientos, como buena gallega.

No obstante, las lecciones de vida no las obtuvo en aquel colegio fundado ya entrados los años sesenta, sino que fueron aprendidas a través de las lecciones de sus abuelos maternos con los que habitaba en aquella casa de la parroquia lucense.

Habla de su abuela Manuela como una mujer “súper trabajadora, con una capacidad suprema para entender a todo el mundo, pero también para hacerse la loca cuando algo no le interesaba”. No olvida, sin embargo “las maravillosas comidas que hacía en el horno de leña”, ni “su obsesión por la limpieza”.

Aunque es con su abuelo Basilio, con el que los ojos se vuelven vidriosos, sin perder una tierna sonrisa mientras lo recuerda. “Ha sido un personaje de genio y figura hasta la sepultura”, afirma realmente convencida. Es por ello que no extraña cuando a continuación asegura que “tenía pasión” por él. Desde luego, era con el que más conectaba, a pesar de ser “un hombre recto y con un caracter de mil demonios”, que a su vez demostraba ser “muy cariñoso, porque sabía querer muy bien”. Aunque el matrimonio de Manuela y Basilio compartían algo: “el espíritu de sacrificio, es algo que nos lo han inculcado desde siempre a todos los miembros de la familia”.

Ya avanzando en el eje del tiempo y acercándose al presente, asegura que “en la vida nunca se toman decisiones importantes, se van tomando como vienen y son los resultados y consecuencias los que se convierten en más o menos cruciales”, lo ejemplifica con los distintos traslados de vivienda. “Nunca pensé, cuando fui a Graus por primera vez, en que mis hijos crecerían allí, ni cuando “decidimos venirnos a Huesca”. Añade que “nunca había imaginado mi vida así, pero la vida son pruebas y oportunidades y son estas las que te llevan” finaliza.