divulgación
Una charla para desmontar la mala fama de las malas hierbas
El Aula Verde Berta Cáceres explicó las diferencias entre las plantas arvenses y las rudelares, que comparten con distintos efectos sobre la tierra

“Dice el dicho que mala hierba nunca muere” y quizás de ahí venga también la costumbre de arrancarlas de allá donde nazcan. Y es que “por malas hierbas se entienden todo aquello que nace en zonas no deseables”, explica Rafa Bernal, una de las personas encargadas de la dinamización del Aula Verde Berta Cáceres. Aunque parece que no son todas tan malas como apunta el dicho.
En la charla ¿Malas hierbas?, celebrada ayer en este espacio ubicado en el Parque Miguel Servet, dentro de la programación que el espacio tiene preparado para los meses de verano, se trató de identificar qué tipos de malas hierbas existen, si son todas las que son, o no, y cuál es su funcionalidad. “Incluimos en esas malas hierbas a las arvenses y a las ruderales”, explica Bernal, cuando en realidad son solo las primeras a las que les corresponde la fama.
“Las arvenses son las que nacen dentro de los campos de cultivo, que se adaptan a los ciclos de esos cultivos para aprovecharse de los beneficios”, explica Bernal. Pero hay un problema con ellas y que afecta directamente a las cosechas de secano: “Si se tiene un campo de una hectárea, por ejemplo, quizás el 50% de esa extensión puede estar ocupado por estas hierbas son arvenses”, porcentaje puede alcanzar hasta el 70%, lo que representa un evidente problema para la productividad de estos cultivos. Atendiendo a estos motivos, la mala fama está justificada.
Sin embargo, se incluye en el mismo saco a las rudelares, que cargan con una reputación que no debería precederlas. “Son prácticamente las mismas, pero que crecen en las cunetas de los caminos, en los campos en barbecho, en un solar, en lugares afectados por el hombre, con un mayor valor de agua, son las primeras que salen”. Son especies importantes que están empezando a conservarse, especialmente, “en los alcorques de los árboles (como sucede en el parque oscense), pequeñas bandas florales o como pequeños setos”, de forma que constituyan “islas de biodiversidad”, señalaba Bernal.
La importancia radica en que son responsables de “nutrir el suelo para tenerlo protegido”, pero sobre todo ayuda a “atraer insectos beneficios”, aquellos predadores de pulgones u otras plagas, como son las libélulas o las mariquitas, “capaces de comerse al día mil pulgones”. Por otra parte, estas plantas también ayuda a atraer “insectos polinizadores, como las abejas”, indispensables para la vida.