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Fernando Lloréns: “La madera es cultura, es un elemento vivo y sigue vigente”

Entiende cómo se comporta este material, del que habla con el aprecio y el respeto propio de quien lo ha trabajado con sus manos durante 50 años

Fernando Lloréns, en el espacio que fue su taller de trabajo.
Fernando Lloréns, en el espacio que fue su taller de trabajo.
Pablo Segura

HIJO Y NIETO de carpinteros, Fernando Lloréns está jubilado ya hace algunos años, pero sigue acudiendo todos los días al que fue su taller; que antes lo fue de su padre (Fernando), y aún antes, de su abuelo (Orencio), a quien no conoció, “porque murió justo antes de que yo naciera”. “Tenían el taller en la calle Ricafort, desde los años 20”, recuerda. Después de la Guerra Civil, tras ser esa zona de la ciudad bombardeada, se trasladaron a la ubicación en la que hoy mantiene el espacio, en el último tramo de la calle de San Salvador, donde intersecciona con Las Cortes, en los bajos del edificio “que antiguamente era el colegio de San Viator”. Corría el año 1941.

Tras el derribo de esa primera edificación, su padre adquirió el local que hoy se mantiene como espacio de exhibición y trabajo de su hija, Sandra Lloréns, como restauradora. Entre medio, y durante muchos años, una mesa grande de trabajo ocupó la entrada del local y el serrín que se amontonaba en el suelo produciendo una nube ligera en el entorno daba cuenta a quien transitaba la calle del oficio que Fernando y su equipo ejercían en el interior.

“La caoba es para mí la número uno dentro de las maderas”

Lloréns habla de la madera con amor y respeto, los propios de cualquiera que haya pasado su vida trabajando un material con sus manos. “La madera es cultura, es un elemento vivo”, explica. Entenderla, dice, es saber que recién talada tiene un 100% de humedad, por eso “es rebelde y se ‘embana’ (deformarse), y se vuelve loca” y que para poder trabajarla “tiene que tener un grado de humedad de entre un 6 % y un 10 %”.

“También depende del tipo de madera” y pone en valor la importancia que se le da en países como Francia o los países escandinavos, también en Brasil, Cuba u Honduras. “En España”, sin embago, no hay maderas buenas, no somos productores”. Destaca los pinos, algún haya, algún roble en los Pirineos y en zonas de montaña”. Aunque sin lugar a dudas, si se le pregunta por su preferida, la caoba es, para este carpintero, “la número de uno dentro de las maderas, fina al tacto y un olor agradable. Y es obediente, se puede trabajar. En cambio con una madera de roble o de haya la trabajas por aquí y a lo mejor se va por allá, por las vetas”, explica.

“El desarrollo lento le da fuerza y resistencia”

La madera destinada a ser trabajada requiere de tiempo. “El desarrollo lento da fuerza y resistencia a la madera; con un nogal deben pasar 80 o 100 años para que se pueda talar”.

En este material “también influye el suelo y el clima, el interior y el exterior” y según el tipo de madera le va mejor uno u otro. Otra característica que refuerza la idea de la madera como materia viva, la tonalidad: aquellas procedentes de países africanos, son denominadas rojas por tener una tendencia rojiza en el color, como la sapelly o abebay, a lo que “le ayuda el clima, el suelo y el exterior”.

“También le influye el suelo y el clima, el interior y el exterior”

La mesa grande de trabajo en primer término daba paso a un fondo de trabajo. Tras una remodelación, lo ocupan piezas restauradas o preparadas para ser recuperadas. Ahí estaban las máquinas, “que lo que hacían básicamente era preparar las maderas, porque venían en crudo y había que pulirlas. Después de eso hacías un trazado con lapicero...”, explica. Y llegaban los ensamblados, ingletes (ángulo de 90 grados); conexiones, como la cola milano, media madera. “Todo se hacía a mano, ahora se hace con máquinas”.

Lloréns reivindica la parte artesanal del trabajo de este material y cree firmemente “que (como tal) la madera sigue vigente”, pese a las crisis y la evolución del oficio, que lo han convertido en algo “totalmente diferente” a lo que era cuando trabajaban las generaciones anteriores y la suya propia. “Con el boom de la construcción, que después se paralizó, y la llegada de las cadenas para la fabricación en serie”, este carpintero decidió retirarse del negocio y dejar paso a la cuarta generación del oficio en las manos de su hija.

“Recién talada, es rebelde y se embana”

La crisis del 2008 llegó a falta de unos meses para jubilarse y coincidió con que su hija volvía de Granada de “haber estado experimentando la restauración de todo tipo”. Todo le llevó a cerrar su etapa como carpintero, transformando el taller junto a Sandra en un espacio “destinado a la restauración, dirigido a sus intereses, a su futuro”.

Un espacio dedicado al trabajo puro y duro, y que no ha dejado de serlo, aunque hoy se muestre frecuentemente como “lugar de referencia, punto de venta y exposición”, abierto a quien se quiera acercar. “Este (local) es la referencia del taller de mi hija. Aquí trabaja y tiene actividad, aquí como taller, y ahí (señala hacia el local que tiene en la calle Aínsa), como aula de formación”, cuenta orgulloso.

Hoy, le sigue resultando inevitable fijarse en la madera, cuando observa una estructura o cuando viaja. Se fija en los defectos y proyecta lo que haría para repararla, poniendo en valor su cuidado y su conservación, “eso es cultura, que si no lo has vivido desde dentro no la puedes apreciar”.