Huesca

GENTE DE AQUÍ

Lucía Lanuza Gracia: “De ropa interior clásica, el mariano se sigue vendiendo mucho”

Regenta hace 27 años El Barato, en el que prendas como las batas, la ropa interior, las boinas o las toquillas son marca de la casa

Lucía Lanuza Gracia, al frente de El Barato.
Lucía Lanuza Gracia, al frente de El Barato.
Pablo Segura

CRUZAR LA PUERTA de El Barato es casi como hacer un viaje en el tiempo de al menos casi 40 años. Los elementos arquitectónicos, la puerta, el rótulo de la entrada, el mobiliario del interior, los elementos decorativos y, sobre todo, el género que ahí se vende trasladan a quien entra a este establecimiento a otra época más clásica. Quizás lo más reconocible sean las batas de estar por casa para mujeres, colgadas en la parte superior, que proporcionan carácter e identidad a esta tienda de confecciones ubicada en la calle Goya, que está entre los comercios de origen más antiguo de la capital oscense.

Al frente del negocio está desde hace 27 años Lucía Lanuza Gracia, aunque los inicios del establecimiento se remontan a los progenitores de la propietaria que precedió a Lucía, Consuelo Pueyo. “Este negocio originalmente se abrió en Tardienta, por los padres de Consuelo. El motivo por el que se trasladaron a Huesca lo desconozco, pero vivían aquí a la vuelta de la esquina”. La madre de Lucía, que también era del barrio del Casco Viejo “de toda la vida”, conocía a Consuelo desde el colegio y tenían mucha relación. “Mamá, como vecina y por la amistad que tenía, pasaba (por la tienda) y le decía, ‘Consuelito, que voy a comprar. ¿Necesitas algo?’. También echaban aquí el rato, charlando, haciendo punto y labores”.

Fue debido a esta relación de amistad vecinal, que cuando Consuelo Pueyo y su marido, Ángel Roy, decidieron retirarse del negocio le plantearon a Lucía si quería quedarse al frente. “En ese momento yo me encontraba en el paro”. Lanuza había estado trabajando de cara al público como administrativa en una constructora y posteriormente en los parquímetros de la Zona Azul. “Ahí estuve tres años. Cuando ya no me renovaron y tras otro año en el paro, coincidió con esto y me decidí”.

En estas casi tres décadas ha mantenido la clientela que recibió de la anterior propiedad. En su mayoría mujeres. “Luego han venido las hijas”, y hombres, “de esa generación que no sabían ir solos a comprarse un pantalón”, que al enviudar han tenido que asumir la tarea de elegir ellos mismos la ropa y a quienes Lanuza asesora, incluso si es para derivarlos a otros comercios por no disponer ella de lo que están buscando.

De los productos que ocupan las estanterías del establecimiento, una curiosidad, “el mariano, se sigue vendiendo mucho”, incluso para mujeres, “porque queda como una malla ajustada. Lo bueno que tiene es que es cien por cien algodón. Te reserva del frío pero si entras en un sitio con calor, transpira, cosa que cuando es todo fibra sintética no pasa, provocando sudor y mala olor”.

Prendas de usos populares, como el calzón de felpa, bragas de esas altas, de tejidos suaves y “tallajes grandes, hasta de la 64”; prendas propias de otra época, como “las boinas o las toquillas”. Y por supuesto, las batas, de verano e invierno, de guatiné o de la llamada ‘lana del Pirineo’, sin mangas, de manga corta y manga larga; todas de un mismo color, con predominancia del azul -“que en este tipo de prendas es muy frecuente”-, o de estampados; omnipresentes en un local cuyo espacio está aprovechado al milímetro.

La vuelta de lo antiguo de la mano del término vintage atrae a clientela más joven que buscan esas batas como ropa de salir a la calle. También hay alguna razón más emocional, “porque se la han visto a su madre y cuando se la ponen van muy a gusto”. Además, delantales para las que realizan trabajos domésticos o de limpieza, que también sirven para salir un momento a comprar algún olvido o a tirar la basura. Lo cotidiano, ni más ni menos. Entre la clientela a lo largo de estos años, El Barato también ha dado servicio “a conventos y de hecho todavía vienen las monjas de la Asunción o las del Pilar”, y a la Escuela de Hostelería o al Matadero con la venta de ropa de trabajo, o al Refugio.

Lucía ha intentado mantener la calidad del género que vende siendo fiel a los proveedores y fabricantes que heredó, pero de unos años para aquí debe ingeniárselas para encontrar remplazo a las casas fabricantes en las que abastecerse, “porque (las clásicas) han ido cerrando”. Sigue dando prioridad a la confección realizada en España, intentando mantener una relación calidad precio para una clientela que busca un producto muy determinado y que de tanto en tanto le insiste: “Hija mía no cierres, porque el día que cierres no sabremos dónde ir”.

Algo que por el momento, no tiene intención, aunque por edad -tiene 64- y años cotizados ya podría prejubilarse. Estar en la tienda le sirve para estar ocupada y al mismo tiempo sigue dando ese servicio. Cuando le lleguen las ganas, le gustaría que el negocio “pudiera continuar”. Entre sus planes, “quizás me dé por viajar”, algo que hizo mucho en otras épocas. “He disfrutado de todas las etapas. No sé, iré sobre la marcha...”.