Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Una real defensa de la decencia

En medio de una conmoción generalizada por los movimientos políticos que surgen en todo el mundo, y que significan una tentación generalizada de regir los sistemas bajo la dinámica de acción-reacción, los populismos se han erigido en un serio problema. Es más, la severidad de la situación se constata por el hecho de que todos, los viejos y los nuevos, los convencionales y los transgresores, sucumben al atajo que supone la búsqueda del aplauso fácil y de la movilización a través de los instintos y de las adhesiones inquebrantables que, consecuentemente, están poco basadas en la equidad y en la razón.

Tienen razón Yanis Varoufakis Bernie Sanders cuando alertan de los peligros de un ataque sistemático contra la decencia y contra la democracia, o cuando señalan el riesgo de la erosión de los derechos humanos, de la tolerancia y del respeto a la discrepancia. Y, sin embargo, algunas incongruencias que les preceden y la voluntad de dogmatizar desde una bandería –cuando hoy son difusas, casi irreales- les restan credibilidad –lo de la legitimidad es más discutible- para arrancar un combate global contra el populismo desde la recién fundada Internacional Progresista. Y, aunque su visión parcial no los convierte en los mejores referentes para quienes aspiramos a la honradez intelectual que se refleja en la independencia, esta reflexión y un punto pragmático que han sido sus carencias para profundizar más en sus carreras políticas sirven de punto de partida, en confluencia con otros desde otros espacios, para concluir que, efectivamente, la defensa de la decencia, valor de los valores, constituye una obligación ética desde los escenarios públicos y desde una sociedad civil cuya fortaleza es imprescindible y urgente.

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